Martín Banús
marbanlahora@gmail.com

La Constitución de los Estados Unidos (17/08/1787) es, a nuestro juicio, la clave y la principal razón por la que esta nación llegaría a ser lo que es, aun con todas sus paradojas, problemas y contradicciones, a lo largo de su historia y hasta el día de hoy. Se trata de la más antigua Constitución federal, en vigencia, ¡en el mundo!

Lo que nos parece simplemente extraordinario es que aquel grupo de patriotas inspirados tan moralmente, previeron y se propusieron desde ese mismo inicio, llegar a ser una nación poderosa y creyente en Dios y en sus mandatos, casi un presagio de lo que dos años después sería la Revolución Francesa con sus pilares de libertad, igualdad y fraternidad.

También es extraordinario que desde el siglo XVIII estos individuos hayan tenido tan claro aquello que más de 200 años después, continúa con toda esa misma frescura y vigencia, con todo y las 27 enmiendas, –es cierto–, que se le han realizado. Aun así, ¡se trata de algo verdaderamente extraordinario! Aquellos padres de la nación norteamericana eran filósofos y algo más… ¡Visionarios de limpio y puro corazón!

Su grandeza como nación está precisamente en ese inicio, “Nosotros el pueblo…”, que es lo primero que se lee en su Carta Magna, claro reflejo de lo que inspiraba a aquellas almas en su momento. Se dio en aquellos primeros “americanos” todos inmigrantes o hijos de inmigrantes; gente sufrida, con hambre e idealizada. Sí; fueron los inmigrantes, –pues EE. UU. es un país con el 99% de su población de inmigrantes o hijos de inmigrantes, los que lograron durante los últimos 500 años, tres siglos antes aun de su independencia de Inglaterra, con sus aportes culturales, físicos e intelectuales, en todos los campos del quehacer y del saber y de todas las formas imaginables, sumados a los de su población autóctona, los que construyeron una nación tan poderosa, que guste o no, ha regido para bien o para mal, directa o indirectamente y durante los últimos 70 años al menos, los destinos de la gran mayoría de los países del mundo…

Debieron darse actitudes convergentes en sentimientos, ideas y propósitos que, sin duda, fue esa la tierra en la que germinó su verdadera grandeza y posterior desarrollo, ¡no al revés!

Pero hay que decir también que esta es una grandeza de principios, heredada de generación en generación y que parece haber venido perdiendo fuerza… Legándose cada vez con mayor dificultad, quizás por los escasísimos buenos y constructivos ejemplos en su políticas nacionales e internacionales…

Por eso, desde nuestra perspectiva, el señorío de los EE. UU., no debe en modo alguno, considerarse, –como suele decirse–, desde su intervención en la II Guerra Mundial…

Para algunos es probable que desde ese momento se haya podido haber iniciado, por el contrario, su decadencia moral, nosotros incluidos… Quizás, se descubrieron a sí mismos como fuertes y sabios, y no supieron manejarlo. Les pasó lo que a Alejandro Magno, a Napoleón o a Hitler: se empacharon y se desgastaron, no sin antes envilecerse y emborracharse de orgullo patriotero y armamentista, negándose a sí mismos, ser simplemente extraordinarios… ¡Una civilización superior, inolvidable y milenaria!

Sí; sabiéndose poderosos, quisieron demostrarlo a costa de abuso y tantas vidas y por intereses medibles en dólares firmaron su decadencia y se corrompieron gradualmente. Se dejaron seducir por la gran ramera del mundo…

Hoy, 70 años después, parece que no entienden qué es lo que les ha pasado, y por qué la mayor parte del mundo al que han espiado aunque fueran amigos, los tolere, pero no los quiera…

No fueron, como suponen algunos cortos de comprensión, los inexcusables lanzamientos de esas dos malditas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón, ciudades abarrotadas de niños, mujeres y ancianos indefensos, los que establecieron la hegemonía “americana” y su liderazgo en occidente, ¡no! ¡Fue al revés!

Tampoco fueron sus prepotentes intervenciones militares desde el S. XIX, en Cuba, en Korea, en Vietnam, en Afganistán, en Irak, Siria y en varias docenas de países, mismos que dejaron destruidos e inmersos en el caos, incluyendo a Guatemala, los que les dieron la grandeza, no… ¡Todo lo contrario!

En estas naciones sólo demostraron su poder, su astucia y prepotencia, así como también su pericia mediática y su ambición. ¡Pero no su grandeza! Su grandeza la dejaron en casa, ¡disecándose!

Todo eso los puso más bien en la picota y cada vez les restó prestigio, y fuerza…

Prefirieron, –incomprensiblemente–, dejar caer brusca y conscientemente el extraordinario decálogo de Abraham Lincoln, y así, su decadencia irremediablemente se inició.

¡Ojalá y reflexionaran! Ojalá y se diera el milagro de que surgiera entre sus políticos, alguno grande, lúcido y ético, que devuelva el brillo que alguna vez tuvieron esas barras y esas 13 estrellas…

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