Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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El año 2023 quedará grabado en la historia de Guatemala como el año de la defensa de la democracia. Si bien la historia nos recuerda que fue en 1944 la batalla por la democracia naciente en Guatemala, eso no lo vivimos. Lo respetamos como se respeta el recuerdo de la libertad y de nuestra liberación de la tiranía de una cadena de dictadores que habían hecho de Guatemala una finca. Los dueños de la finca, ahora organizados en cámaras empresariales parecen ser una pesadilla para este hermoso país. Ellos, los finqueros de entonces, los empresarios agremiados de ahora, fueron los que desarrollaron la contra ofensiva de entonces. Con ello rompieron los sueños y realidades de los guatemaltecos.

Estos latifundistas, a costa del despojo, estos finqueros de entonces y empresarios agremiados de hoy fueron los que desarrollaron una contra ofensiva, así que lo ganado en la Revolución de Octubre de 1944 se empezó a perder diez años después, 1954. La historia nos jugó una broma terrible. La Guerra Fría estaba en pleno apogeo y todo movimiento social por la mejora de la calidad de vida de las personas era leído por los Estados Unidos como un movimiento comunista. Así que Estados Unidos invadió a Guatemala con apoyo de mercenarios asentados en Honduras y la débil democracia cayó. Costó la vida de 200,000 guatemaltecos, doscientos mil, en poder iniciar otro proceso democrático, menos ambicioso, una democracia incipiente, al menos porque los ciudadanos podían votar y elegir a sus autoridades.

Vinieron los Acuerdos de Paz, en 1996. Esperábamos que se fortaleciera la democracia, pero creció una clase de políticos distorsionados, politiqueros, los que aprovechándose de la Constitución de 1985 profundizaron su incursión en las instituciones, esta intromisión construyó un Estado destruido. Paralelamente el mundo ya había olvidado la Guerra Fría, pero ahora se encaminaba hacia el discurso dominante de una economía neo liberal que llamaba a reducir el tamaño del Estado. El campeón del neo liberalismo de América Latina fue el expresidente Álvaro Arzú, quien privatizó a diestra y siniestra, con ello se debilitó enormemente el Estado guatemalteco y su capacidad de responder a los problemas sociales de los más vulnerables. La privatización trajo también la moda de que las obras estatales debían ser construidas por la iniciativa privada, en particular la obra gris, carreteras, escuelas, hospitales, puentes y todo. Caminos, el brazo técnico de el Ministerio de Comunicaciones también se fue desmantelando, como una mazorca que pierde el maíz poco a poco hasta quedar desgranada.

Las aduanas ya estaban cooptadas por los militares antes de los Acuerdos de Paz, durante la guerra civil, como lo testimonia la existencia de La Cofradía, los hospitales nacionales también, los puertos también. Los militares le hicieron muchísimo daño a Guatemala. Arzú toma el control del país con la idea clara de privatizar todo, hasta la bandera. Fue tanta la ambición de poder y robo que a inicios de este Siglo XXI el entonces presidente Berge tuvo que pedir a Naciones Unidas la intervención para controlar los aparatos paralelos del Estado, los que obviamente participan esencialmente en la corrupción. Así que, al llegar la Comisión Internacional Contra la Impunidad y la Corrupción, CICIG, costó establecerla y no fue sino hasta la venida del segundo comisionado Iván Velásquez que se identificaron aparatos dedicados a la defraudación del Estado que principalmente venían de la empresa privada, eso fue mucho para los dueños de la finca. No aguantaron tanta investigación y sacaron a la CICIG y con ello se vino la de vacíe para Guatemala porque la reacción pro corrupción fue feroz. En eso estamos.

La llegada de Bernardo Arévalo al poder fue una casualidad. Los corruptos y su pacto lucharon y siguen luchando por recuperar el Poder del Ejecutivo, aunque tienen el poder en el legislativo y en el judicial, todo totalmente cooptado. De hecho, el poder en el ejecutivo está realmente cooptado a juzgar por los cuadros en los diferentes ministerios que han automatizado y normatizado la corrupción. Este proceso ha sido un proceso largo, larguísimo desde la Colonia cuando la desigualdad e inequidad se instalaron como parte del proceso de invasión y se consolida en 1821 y 1871, fechas no de independencia ni de revolución, fechas de consolidación de la riqueza para pocos y pobreza para muchos. Fue en la Colonia donde el Derecho, como disciplina y práctica, se puso al servicio de los dueños de la finca. Desde entonces la Constitución solamente ha sido un pretexto para la explotación, exceptuando el período de 1944-1954. Por eso el gobierno de Arévalo debe pasar de ser una casualidad y convertirse en un verdadero par de aguas para la mejora de la vida de los guatemaltecos, ellos y ellas.

La democracia que vivimos es realmente una caricatura, sin respeto a los derechos básicos, donde el Poder Judicial se ha politizado hasta los tuétanos. La injerencia del ministerio público fuera de los limites impuestos por la Constitución es aterradora. Para empezar, se dio una manipulación e intervención del Tribunal Supremo Electoral, que dejó de ser supremo. Por varias décadas la democracia débil nuestra al menos respetaba las elecciones y teníamos un tribunal electoral independiente. Ya no más. Esto llevó a un sin-sentido de criminalización del proceso electoral. Todo en contra de la Constitución. A eso hay que agregar la férrea persecución a los defensores de derechos humanos y de todos aquellos que critican la forma en que se ha desvirtuado el organismo de justicia. Y para no acabar, hemos heredado un país en ruinas producto de los dos últimos presidentes que robaron a más no poder. Esa es entonces la democracia que tenemos.

Ciertamente, fuimos a las urnas y defendimos la victoria de Arévalo no para tener más de lo mismo. El presidente Arévalo tiene muchos ejemplos del tipo de democracia que queremos, empezando con el ejemplo que le dio su padre y continuando con los ejemplos que observó en otros países en su larga carrera diplomática. El presidente Arévalo no llega a promover una democracia de papel o peor aún, una democracia de mentirás una democracia al estilo de Jimmy Morales, Alejandro Giammatei, Miguel Martínez, o el siniestro estilo de la democracia de Consuelo Porras. Realmente no luchamos tanto, todos y todas, para tener una democracia derrotada, una caricatura a la medida del pacto de corruptos. Presidente Arévalo, los guatemaltecos le apoyamos, la Constitución lo ampara, decenas de países amigos lo apoyan, entonces, ¿Qué espera Presidente?, ¿qué?  Si no es ahora, Presidente, no será nunca.

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