Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Me tomé unos minutos largos y lentos ―si acaso ello es posible― para ver detenidamente un video con imágenes de Marte. El archivo digital me lo compartió un amigo, en uno de esos pequeños artilugios tan comunes en la actualidad con capacidades de almacenaje impresionantes que pueden llevarse fácilmente en el bolsillo de la camisa o el pantalón. Esa capacidad de almacenar tanta información en un dispositivo tan minúsculo es por sí mismo un asunto tan asombroso como reciente. Cincuenta años atrás ―que en términos históricos de vida humana es un soplido―, quizá hubiera sido algo imposible de creer.

Algo similar ocurre cuando alguien nos despliega imágenes de un planeta que no es el mismo donde pasamos nuestra vida desde que nacemos hasta que debemos abandonar el plano físico en el que coexistimos y que muchas veces asumimos como el único donde la conciencia cobra algún sentido práctico (quién sabe). Creencias personales ―que son todas respetables, por supuesto― o teorías conspiranóicas aparte,  lo cierto es que, no deja de impresionar el  hecho de que el ser humano haya logrado ya una hazaña tan impresionante como posar con éxito y desplazar maquinaria y equipo en un mundo que está a miles de kilómetros de esta Tierra.

Eso no deja de producir un sentimiento indescriptible, mezcla de humildad y asombro. Más allá de nuestro planeta existen rocas; suelo; sale el sol por un lado y se oculta por el otro al concluir un ciclo; sopla un viento que, aunque tal vez distinto al que conocemos y con características compositivas químicas muy diferentes, también producen un efecto, y erosión, y levantan partículas de arena tan incontables como las arenas por las que muchos hemos tenido la fortuna de posar nuestros pies en las playas o áreas desérticas de nuestro planeta: algo que usualmente no valoramos.

El mundo avanza, sigue un curso inexorable que no se detendrá y en el que la mayoría de seres humanos tal vez no hemos reparado. Ver imágenes de un mundo que no es el planeta que habitamos, aunque esté a miles de miles de kilómetros de distancia, no sólo asombra, sino que enciende una alarma a la que habrá que prestarle atención en algún momento de cara al futuro. Esas cosas han transitado de la ficción a lo factual. El ser humano, como especie con capacidad de raciocinio ya traspasó las fronteras planetarias. Y más allá de teorías conspirativas o poco serias ―insisto en ello― lo que vendrá, es tan sólo cuestión de tiempo.

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