La globalización se inició cuando las empresas transnacionales comenzaron a producir para el mercado mundial y descubrieron que sus ganancias podrían incrementarse considerablemente ensamblando vehículos, ropa, electrodomésticos, medicamentos, equipos médicos, maquinaria, computadoras, teléfonos celulares, chips electrónicos, aparatos de música, televisores, mobiliario y toda clase de productos industriales en los países del sur global en donde el costo de la mano de obra es mucho menor. Por supuesto, toda la producción ensamblada en el sur debía llegar al norte exenta de impuestos lo cual condujo a la desgravación/ reducción arancelaria por medio de los tratados de “libre comercio”. Al mismo tiempo nuestros países eran conminados a no industrializarse, especializando sus economías en la producción de maquilas, agroexportación, minería, petróleo, gas, carbón y todo lo necesario para disponer de una energía barata con base en combustibles fósiles. Sólo aquellos países que no aceptaron tales “ventajas comparativas” y tomaron el camino correcto de la industrialización – como Corea del Sur o China – dejaron de ser “subdesarrollados” y como recuerda el economista chileno Manfred Max Neef en una ocasión que fue consultado por el presidente del Banco Mundial acerca de un programa para disminuir la pobreza, habiendo tenido la osadía de sostener que los bajos salarios y la deslocalización industrial se contraponían a todo esfuerzo por disminuirla, esto le costó toda futura consultoría con la institución mundial.
Por supuesto – como era de esperar – aquellos obreros del norte global que perdieron sus fuentes de trabajo y se vieron obligados a subsistir con los magros ingresos de los seguros de desempleo viendo terminar sus días en el marasmo del alcoholismo, la drogadicción o las recetas de opiáceos al mismo tiempo se entusiasmaron con las promesas del make America great again de un Trump demagogo y populista o con las promesas sobre el retorno del empleo industrial fomentando un soberanismo nacionalista en países como Francia, Italia o en la Inglaterra del Brexit en donde la extrema derecha ha cosechado el descontento popular con la globalización culpando a los migrantes por quitar empleos en servicios, construcción, levantamiento de cosechas, limpieza, servicios domésticos y otros que no serían nunca aceptados por quienes perdieron empleos de un sector industrial desterritorializado.
Para tener una idea de lo que ha sido la “desindustrialización” de EE. UU. Todd nos dice que hay que recordar que si en 1928 la producción industrial americana era del orden del 44.8% del PIB mundial en el 2019 ésta había caído hasta el 16% y algo parecido ocurría en el Reino Unido (de 9.3% a 1.8%) en Francia (de 7% a 1.9%), Alemania (de 11.6% a 5.3%) o Italia (del 3.2% al 2.1%) mientras que, por el contrario, el aporte industrial de China al PIB mundial en el 2020 subió hasta el 28.7% . Para mejor evaluar lo que ocurre, nos dice Todd, si examinamos las cifras en materia de fabricación de maquinaria nos encontramos en primer lugar con una China que está fabricando el 24.8% del total mundial mientras que Alemania, Austria y Suiza en conjunto aportan un 21.1%; Japón el 15.6%; Italia el 7.8%; Estados Unidos un 6.6%; Corea del Sur 5.6%; Francia e Inglaterra 0.9% y 0.8% respectivamente. En cambio, países como la India aportan un 1.4%, Brasil 1.1% y Taiwán tiene un extraordinario 5% con cerca del 90% mundial de los chips de alta gama que son fabricados en la isla, algo que explica porque Washington ha colocado dentro de sus objetivos geoestratégicos la disputa con Beijing por el control del espacio marítimo del sudeste asiático formando la alianza AUKUS (EE. UU., Australia y la Gran Bretaña) y lanzando la proyección de su poderío hacia lo que el Pentágono llama la región del “indo-pacífico”.
Estados Unidos y Occidente en general se están desindustrializando con el agravante que las empresas transnacionales colocan sus capitales en paraísos fiscales y pagan – cuando lo hacen – tributos muy bajos. El PIB norteamericano casi en un 80% se basa en el sector “servicios”, dentro de los cuales profesionales como los médicos, abogados, banqueros, economistas y un largo etcétera constituyen una masa parasitaria – como la llama Todd – pues no producen bienes o riqueza material alguna. Aquí se incluyen también los servicios de la llamada industria del “entertainment” como la música, el streaming televisivo, el cine de Hollywood, los videojuegos o las empresas de internet como Google, Facebook, You Tube de modo que sólo un 20% de la economía estadounidense se integra con las contribuciones de sectores como los transportes, construcción, minería, agricultura e industrias de punta como la aeronáutica, la aeroespacial o inclusive la de armamentos, aunque esta última no se encuentra tampoco en sus mejores condiciones pues no han estado en capacidad de suministrar ni siquiera los obuses y municiones que requiere el esfuerzo bélico en Ucrania, entre otras razones porque también el empleo en las industrias de armamento se ha reducido.
Lo anterior ilustra la enorme dependencia de los mercados externos que tiene Estados Unidos, al extremo que su déficit comercial ascendió el año pasado a más de un millón de millones (trillión/billón) de dólares (1.240,830,5 millones) equivalente a un 4.21% de su PIB algo que solo es posible de soportar para la economía de ese país porque el dólar es divisa internacional, de modo que el déficit se financia gracias a la emisión de moneda y a los bonos del tesoro, algo insostenible a mediano y largo plazo, especialmente ahora que los BRICS han comenzado a utilizar sus monedas nacionales para sus propias transacciones financieras y que también está provocando que los mayores poseedores de bonos del tesoro americano – como el Japón y China – se deshagan de ellos. Por otra parte, es interesante percatarse que Rusia ha podido sobreponerse a las sanciones occidentales utilizando sus vínculos con una buena mayoría de países cansados del pretendido tutelaje de una Europa obsecuentemente alineada con Washington.
Para colmo de males, la “enfermedad incurable del dólar” como la llama Todd, es irreversible porque el alza de las desigualdades y la concentración de la riqueza – fenómeno descrito por Thomas Piketty en su obra magistral sobre el capital en el siglo veintiuno – prosigue su cabalgata como si fuera “jinete del Apocalipsis”. Reducir las desigualdades y el déficit comercial requeriría que la potencia americana dejara de basar su economía en la emisión de dólares, algo que se hace cuesta arriba dado que producir la moneda del mundo sin costo alguno o a costos mínimos hace poco rentables otras actividades económicas y, además, como solo un 5% de emisión monetaria proviene de la Reserva Federal, el otro 95% se debe a la actividad financiera interbancaria – es lo que se ha dado en llamar la “financiarización” de la economía” – de modo que la banca central emite moneda solamente cuando es necesario para el rescate de entidades al borde de la quiebra en caso de crisis, como ocurrió en el 2008, o bien cuando se hace indispensable levantar el techo de la descomunal deuda pública americana (de más de 30 billones, es decir, miles de millones o “trillones”) cada vez que republicanos y demócratas juegan tal comedia a fines de año en el Congreso. Como los estimados lectores pueden darse cuenta, tal parecería ser que la globalización vino para quedarse, de la mano de un sistema capitalista que en esta coyuntura bélica mundial es poco probable que se pueda reformar con miras a lograr, por lo menos, una regulación de los mercados globales y al establecimiento de una divisa internacional que sustituya al dólar. En nuestros próximos artículos seguiremos analizando otros factores que explican la “ derrota de Occidente” según Todd.