A simple vista, la existencia de los llamados “Tanques de pensamiento” de corte tradicional (think tanks, en inglés) como instituciones encargadas de producir ideas orientadoras para el mejor desempeño de los gobiernos y el mejor enfoque del desarrollo nacional, debe reconocerse como positiva y, su labor, encomiable.
Mi intención con este artículo no es inducir a desdeñar el aporte de los Tanques de pensamiento de vieja generación. En ningún caso. Lo que intento es señalar cómo la presencia de esta “forma de generar pensamiento” para el desarrollo nacional ha venido a convertirse en una fórmula para poder decir que en el país se está pensando al respecto cuando, eso, realmente, no es cierto… En Guatemala no se está pensando en Guatemala; en ningún lado. Lo que se piensa es dado por lo circunstancial. Por la emergencia. Y, eso, no es pensar con la profundidad que se necesita.
A mi modo de ver, los principales Tanques de pensamiento de corte tradicional existentes en el país, antes que generar ideas que se hayan traducido en alguna utilidad práctica, para lo que han servido es para descargar de la responsabilidad de pensar, de reflexionar y de generar propuestas con fundamento nacional a todos aquellos ciudadanos que deberían estar participando de manera activa en pensar en el país.
El hecho de que cada uno de los “tanques” accione acorde a los intereses y las líneas de pensamiento de las personas que son sus dueños o, simplemente, los gestionan y dirigen, es algo que se debe entender como natural y, en ningún caso, censurable. Pienso que ese no es el aspecto que mayormente debe llamar la atención. Siempre que se desarrolle de una manera civilizada, esto no es nada más que un sano aporte a la diversidad que debe enriquecer la existencia de una democracia y dotarla de energía y de vida.
La reflexión sobre el efecto de la existencia de los “think tanks” de corte tradicional debe ser otra.
Sin entrar en mayor detalle, bien se puede afirmar que vía los “think tanks” de corte tradicional, la reflexión sobre los destinos de la nación se ha canalizado a una “manera utilitarista” de investigar y de producir pensamiento; manera que se podría considerar que se ha tornado en una forma empresarial de meditar sobre la patria (algo que no debe escandalizar a nadie en un país como el nuestro en el que existen grupos religiosos que se publicitan a sí mismos como “iglesias con visión empresarial” …); pero que no se puede aceptar como la única manera de realizarla.
Probablemente, uno de los principales efectos que ha tenido la existencia y la proliferación del modelo tradicional de los “think tanks” reside en el hecho de que es una figura que permite a los interesados en una determinada idea (los “fundadores” de las iniciativas), los que son los portadores de las tendencias o ideologías que desean pensar, reflexionar, adaptar … descargarse de la responsabilidad de ser ellos mismos los que asumen la tarea concreta de pensar -implicado el esfuerzo y disciplina necesarios para ello- al poder contratar a “otros” como expertos (consultores, investigadores, pensadores …) para encargarles que desarrollen sus iniciativas … Algo que, independientemente de la tendencia de la cual se trate, resulta en un fenómeno muy triste y lamentable: los que, originalmente, tenían el entusiasmo y la energía para idear, resultan autocastrándose vía la contratación comercial y laboral de terceros.
Los originarios de las “ideas madre” resultan autorrecluyéndose al simple ejercicio de participar en las juntas directivas que proponen los temas a desarrollar y autorizan la contratación de consultores de primera línea (técnicos de alto nivel aunque, por lo general, adaptables al gusto de sus contratistas; algo que, visto críticamente, reduce los espacios para el libre pensar).
Pero, igualmente triste y lamentable es el hecho de que la presencia de esas entidades que parecen pensar para el país, embelese a los múltiples ciudadanos valiosos -existentes pero desperdigados y desarticulados- de tal manera que no se muevan a idear formas de organizarse para reflexionar sobre el país y constituir esos reductos de conocimiento despojado de intereses egoístas, genuinos y amorosos para con la patria; bolsones de experiencia y buen juicio que deberían existir como auténticos puntos de referencia para la conciencia nacional.
Se ve que los colegios profesionales, que eventualmente podrían significar o contener esos recursos humanos organizados para aportar al país, han dejado de existir para esos efectos. Las universidades, sus facultades, tampoco aportan. Probablemente porque no funcionan a partir de proyectos globales a cuya realización desean contribuir si no porque se han conformado con apadrinar el desarrollo de los temas de interés personal de los estudiantes … (en un acto de acomodo a la filosofía utilitarista prevaleciente).
En Guatemala, deberíamos pensar en la necesidad de ofrecer modalidades fáciles para la organización de ciudadanos afines (por profesión, por experiencia temática, por edad, …) que se dispongan a pensar el país -desde sus más diferentes facetas- para constituir grupos con conciencia y conocimiento a los que se pueda recurrir cuando sea necesaria su orientación y su saber. Actualmente, ¿a qué círculos intelectuales serios, auténticos, sinceros, desprendidos de intereses egoístas, podrían recurrir las autoridades para alimentar su criterio para el momento de tomar decisiones?
Las universidades ya no son faros; los colegios profesionales, tampoco; las facultades universitarias no alumbran; los Think tanks, tampoco; … Es el momento de que se constituyan, se den a conocer y revelen sus criterios -como grupos integrados- las “Vacas Sagradas” en las distintas materias. ¿En dónde está esa opinión calificada para la Salud Pública, para la Educación, para el Desarrollo Agrícola, para las Relaciones Exteriores, para la Seguridad Ciudadana, para la impartición de la justicia, para el adecuado ejercicio de la actividad legislativa …?
Esos guatemaltecos existen. ¿Por qué en el ostracismo?