Para la mayoría de ciudadanas y ciudadanos, la obligación con la patria empieza y termina con el voto, el resto es cuestión de los demás ¿qué demás?. En este país, uno sabe acerca de la obligación ciudadana, por supuesto sus contenidos y definiciones, similares y diferentes y eso lo hemos reducido a una fórmula corta: beneficiarse de lo que hace un gobierno léanse autoridades y funcionarios y a buscar en los espacios que estos dejan, la autoexaltación de la demanda del propio «yo». Todo lo demás que cabe en la definición, –una actitud sobria y participativa hacia su barrio, pueblo, nación– esto solo aplica a los que ganaron y sus funcionarios y todo lo que de ello deriva queda …sin solución.
Por consiguiente, todo lo que establece la Constitución y las Leyes sobre ciudadanía, ese conocimiento teórico, que es algo que se puede leer, para la mayoría no vale la pena plasmarlo en realidad y por experiencia, la mayoría ciudadana lo pasa…de largo. No ayudamos a transformar Constitución y Leyes en buen vivir y convivir. Pero todo eso se puede decir de otra manera: cada uno de nosotros sabe por experiencia, por su propia piel ulcerada, que la participación ciudadana es exactamente lo que falta en este país y eso no es cuestión de estudio; hace siglos hubo pueblos que eso lo sabían y hacían bien. Ser ciudadano no solo es cuestión de educación, es también de actitud. Ambas nos faltan y dejamos a la deriva nuestra participación en gobernarnos.
La Constitución y sus mandatos, llaman al hombre a una vida orgánica entre lo que él necesita y desea y lo que el otro también. A una vida social de un gana gana y su cumplimiento de parte de todos y eso constituye la respiración y el latido de la democracia. Esta participación y cumplimiento que se nos demanda, es una economía colosal de fuerza mental y emocional que permite al ciudadano poder desarrollar todos sus potenciales y a la sociedad también. Idealmente, nuestra alma en nuestra Nación, debería sentirse como pez en el agua, como pájaro en el cielo al comportarse sus habitantes como ciudadanos. Pero hablando sin euforia, una vida verdaderamente de ciudadano requiere no caer en altibajos de la autoestima, bajo la danza errática de un gobierno, de transgresiones de la justicia y en ver la evolución propia y ajena con equidad. La autoestima por la nación consiste en percibirse a sí mismo de manera realista, no sorprenderse por nada y dar siempre el espacio para accionar ante el latrocinio, las inequidades y la injusticia, como un cuerpo único de individuos.
La vivencia de una verdadera ciudadanía, ayuda a la persona, por un lado, a aceptarse tal como es; por otro, a no aceptar permanecer como es, sino a tratar de ser mejor, es decir, más cerca de una vida colmada de derechos y basada en ellos. Tener ciudadanía significa evitar el shock de lo que eres, el colapso interior, el autorrechazo, el complejo de culpa, la autocompasión infructuosa y el desaliento. Un ciudadano sabe que está limitado y a la vez es y está obligado a construirse y eso solo es posible siendo constructor no espectador, de su entorno con los demás. Sentir lástima por uno mismo y colmarse culpando al mundo, es estúpido.
Una verdadera vida ciudadana, libera a la persona del falso deber de perseguir el éxito y confirmar constantemente su ineficacia en ello y quedarse envidiando. Si algo no funciona, significa que el sistema actual no permite abrir camino y obliga a tomar cartas en el asunto y no esperar a la suerte (nuestro sistema electoral es una lotería). Tengamos claro que nosotros, al no asumir ciudadanía, fabricamos y colaboramos al fracaso nacional. La vida social si no se asume dentro de ella papel de protagonista se vuelve mísera: un fracaso de todos para todos.
Probablemente, ninguno de nosotros está inmune a encontrarse con situaciones de falta de oportunidades y cuando eso es constante, eso lleva al fracaso de una Nación. En eso andamos: o asumimos ciudadanía o nos hundimos. Una persona que ha adquirido ciudadanía en toda la palabra, nunca se siente defectuosa o privada, aunque pueda haber infelicidad en su vida. ¿Cuántos guatemaltecos podríamos decir que somos ciudadanos en todo el sentido? No vamos buscando rehacer el mundo sino vivirlo con decoro y dignidad.