A los guatemaltecos reflexivos se les debería facilitar la comprensión de la crisis que está viviendo nuestra actual civilización -sobre todo desde la perspectiva del “mundo occidental”- porque la situación internacional resulta ser muy parecida a la que vive nuestro país y que estamos acostumbrados a vivir y malvivir.
Cuando se le atribuye el deterioro del medio ambiente y de los recursos naturales -y hasta el fenómeno del cambio climático- a la modalidad feroz que ha adquirido el sistema capitalista prevaleciente en las naciones líderes del mundo occidental (fundamentalmente, los EE. UU., pero también los países europeos) resulta equivalente a la situación en nuestro país consistente en la alarmante y extendida contaminación y en la pérdida del recurso forestal (por ejemplo) aunque aquí, el sistema prevaleciente tenga acentos diferentes, derivados de nuestra propia historia.
Cuando alarma la manera en que las naciones líderes del Occidente entienden el derecho internacional y lo manipulan a su antojo, resulta equivalente a la manera en que en nuestro país se ha negado (y se sigue negando) la existencia real de múltiples etnias cohabitando en el territorio nacional y se vive la permanente interpretación del derecho de manera sesgada, en beneficio de solamente unos.
Cuando, con estupor se observa el caso de la campaña presidencial en los EE. UU. y los criterios que pareciera que van a ser los determinantes al momento de las elecciones y los dilucidarán que qué partido y qué presidente será el que salga triunfador, resulta equivalente a lo que nosotros hemos dado en llamar “democracia” y no es más que el ritual consistente en el ejercicio del voto alrededor de partidos políticos vacíos y candidatos que lo único que intentan es ganar prosélitos recurriendo a cualquier ardid.
Entendido lo anterior, considero yo que las reflexiones críticas orientadas a la búsqueda del rescate de nuestra actual civilización con el ánimo de que pueda jugar un papel trascendente (hacia lo positivo) en la historia de la humanidad, deberían concentrarse en lo que se puede considerar la base filosófica de nuestra civilización. Respetando esa base como tal y evitando manipularla; que es lo que lamentablemente ha sucedido.
A mi modo de ver, se ha tergiversado, a la vista impune de todos, el contenido de los conceptos libertad y democracia. En ese orden.
El concepto de libertad se ha tergiversado en diferentes sentidos, pero, sobre todo, en uno que considero principal: no se reconoce la libertad de criticar el sistema político económico prevaleciente. Se ha creado la falsa idea de que el sistema político-económico vigente es el sinónimo de la libertad (¿). Y se ha creado la falsa idea de que buscar su perfeccionamiento es alta traición; equivalente a ser quinta columna de los enemigos (¿¡) del sistema; como que éste fuera el único sistema existente y el único permitido y no fuera lícito y humano trabajar en su evolución.
En el sentido de lo anterior, no resulta aceptable pensar que el germen de “la caída del imperio” estará en sus críticos porque no es necesariamente cierto que ellos actúen como adversarios y provengan de “las filas enemigas”. Debería prevalecer una actitud -sobre todo en el ámbito académico- que supiera posicionar la crítica en categorías susceptibles de ser consideradas como tales con toda seriedad por parte de los estamentos políticos. Y, así, dotar de consistencia a la necesaria evolución.
Y, muy conectado con el concepto de libertad, está el concepto de democracia; en total decadencia. Actualmente, la democracia ya solo se entiende como el ritual de “votar en secreto y con libertad (¿)” y se pregona como el único sistema político que se puede admitir, pero no se le cultiva como forma de vida y de permanente reflexión ciudadana en función social si no que como la forma de actuar para sancionar o legitimar la actuación de los que se han convertido en los dueños del rebaño. Los dueños de todos nosotros; un grupo que representa, finalmente, tan solo una mínima fracción del todo.
Como la democracia, así como actualmente se practica, ha dejado de existir como vehículo confiable para leer cuál es la auténtica voluntad de las mayorías, resulta absolutamente impropio decir, por ejemplo, que es “voluntad de occidente” apoyar o armar a Ucrania para que libre su guerra. No es la voluntad de occidente; reflexionemos un poco: es la voluntad de los que se han sabido instalar, tras bambalinas, como los efectivos titiriteros del mundo.
No es fácil transmitir la idea de aquellos que, cuando escuchan los términos “voz de occidente” tienen la auténtica sensación (producto del ejercicio de su libertad de pensar y de sentir) de estar siendo manipulados para que se sumen a una voluntad que no es la “voluntad de occidente” si no que la voluntad de unos pocos que, por ejemplo en el caso del conflicto en Ucrania, son los que dominan la agenda política internacional de las potencias occidentales y que están en el negocio de la guerra porque les acarrea beneficios particulares y absolutamente egoístas e inmorales. Pensemos, concretamente, en los industriales del armamento.
Una manera de sustentar lo anterior podría ser a partir de una interpretación simple de los últimos sucesos eleccionarios que se han dado en la República de Francia, de la siguiente manera: Después de buenos años de relativa indiferencia ciudadana en lo que se refiere a la posición oficial de su país en los asuntos concernientes al conflicto con Ucrania y, ante una escalada en los términos de la manera en que las autoridades de Francia se han tratado de manifestar y de asumir un liderazgo a nivel europeo que nadie les ha concedido, la ciudadanía despierta y dice, al margen de las diferentes tendencias ideológicas existentes: ¡Bueno, hasta aquí!, ¡ahora que nos oigan a todos, por lo menos en lo que concierne a este aspecto!… y empiezan a articular una voluntad francesa que difiere de la reconocida como tal en la inmediata anterioridad, con un Macron belicista… Un proceso que parece continuará así, dominando la Europa y quitándole la vocería de la voluntad europea a líderes que se fueron estableciendo a la sombra de la indiferencia ciudadana -más interesada en necesidades personales que en consideraciones de bienestar social o grupal y menos aún en el futuro de la humanidad-.
Ante un fenómeno como éste, creo que no se puede decir más que: ¡vaya, qué bien que se esté dando un despertar! Un despertar que, habría que esperar, se preocupe de muchos aspectos más.
Para el caso de los EE. UU., la situación es mucho más preocupante porque devela que la potencia mundial no representa ninguna voluntad general fundada, ni medianamente, en razones, reflexiones o consideraciones que vayan más allá de las preocupaciones y necesidades individuales -en primera instancia- y de carácter solo nacional -en segundo lugar-, olvidando el resto del planeta. Consideraciones totalmente alejadas de alguna consciencia del impacto de las decisiones de los EE. UU. en el concierto internacional.
El asunto se presenta muy cuesta arriba porque, si de consciencia ciudadana (nacional y global) se trata, no se debe olvidar que nuestra actual civilización se encuentra atrapada en la influencia que los medios de comunicación ejercen sobre la mente y la voluntad de cada ciudadano. Influencia contratada (¡), inspirada en una moralidad muy cuestionable (a partir del concepto de la felicidad alcanzable vía la capacidad de compra y circunscrita a la autonomía individual) y que nos tiene atrapados; fundada en el fomento de la búsqueda de satisfactores de necesidades individuales de diversa índole -la mayoría de ellas, inducidas- y una nula aspiración a un mejor futuro global. Una auténtica contradicción, a mi modo de ver, con la naturaleza gregaria y real potencia de la especie humana como tal.