(tonteras en el tejado)
Filguo, hijo de FILGUA. Mujer honrada, ella; pobretona pero animosa, agradable y seria. Graciosa y emprendedora. Amiga de todos y reconocida por su afición a la cultura y por su permanente deseo de contagiar a la gente, toda, de esa su terca inclinación. Sobre todo, en su manifestación literaria, esa que generalmente se presenta en letras y acoge a casi todas las otras artes -como la plástica y como la música- regocijándose al hacerlo.
Originalmente, habitaba Doña FILGUA en el desván de la casa de otra señora; gordita y simpática, ella, aunque egoísta. De esas personas que pueden prodigar cariño, pero solo dentro de los límites que marcan el designio que sienten de ser ellas las elegidas y, por ende, las primeras y únicas con derecho a salir beneficiadas en cualquier mutua empresa o actividad que algo reditúe. Incapaces de cualquier lealtad cuando se interpone la fama o el dinero.
No es necesario entrar en detalles: el hecho es que, luego de malabáricos argumentos con los cuales hasta el nombre se le disputó, Doña FILGUA se vio en la calle y a la intemperie; aunque sin guardar rencor. Más bien, agradecimiento sentía por toda la hospitalidad recibida. Finalmente, y por propio esfuerzo, Doña FILGUA reencontró su dignidad.
Filguo, que había nacido durante la época de la paz y la bonanza de mamá, creció contento y sano; y se educó. Temprano, se vio transformado en “Filgüito”, vía un casi mote con el cual lo empezó a llamar su mamá. Mote que, al principio, portó indiferente; hasta el día en que lo entendió en toda su dimensión.
Por recomendación de un conocido, ubicó él la obra “Ciencia del Lenguaje y Arte del Estilo”, de Martín Alonso, leyó por una sola vez los párrafos que más le interesaban, sonrió y la cerró… Se llenó de gozo y se sintió muy a gusto cuando se dio cuenta que el nombre Filgüito, para bien pronunciarse, se debía acompañar de una diéresis (“ ¨ ” o crema) que no podría abandonar y que, además, servía a un propósito interesante para la construcción estética que persiguen los poetas.
Portar la diéresis (“ ¨ ”) lo hacía sentirse diferente, a gusto consigo mismo y -aunque sin pecar de arrogancia- mejor que los demás. Probablemente porque le permitía entenderse como próximo a las letras; cercano a la poesía escrita y en verso; e imaginarse a sí mismo como un personaje elegante y discreto a quien los bardos de oficio le debían solicitar acto de presencia en todas aquellas ocasiones en que se requería de su ayuda -poner las diéresis (“ ¨ “)- para deshacer diptongos, perfeccionar los ritmos e imprimir belleza a sus obras. A él, esto lo significaba y, por ello, pasaba los días y las noches casi en perfecta vela, esperando llamados de poetas y poetisas -conocidos o desconocidos- a quienes ayudaba a cualquier hora y con los cuales, casi siempre, terminaba trabando amistad.
Era por lo anterior que él se sentía amigo, en la distancia, de los más grandes. (Recordaba, por ejemplo, textos memorables como aquél de “El dulce murmurar deste rüido,/ el mover de los árboles al viento,/ el süave olor del prado florecido” (de Garcilaso de la Vega); y el conocido verso “¡Qué descansada vida / la que huye del mundanal rüido,/ y sigue la escondida senda/ por donde han ido/ los pocos sabios/ que en el mundo han sido!…” (de Fray Luis de León); y hasta líneas del mismo Rubén Darío y excelsos connacionales como Miguel Ángel Asturias y el viejo Pepe Batres -el que le regaló al mundo “Yo pienso en ti”, poema construido con palabras de cristal-).
Pero no es eso lo que deseo comentar. Me interesa dejar constancia de un secreto que Filgüito me reveló. Secreto que me ha permitido el acceso a “cosas” sabias y curiosas que, poco a poco -año con año, siempre en la antesala de la FILGUA y si Dios me lo permite- trataré de compartir. Anécdotas e ideas (a veces infidencias) reveladas en los techos de las instalaciones de la Feria…
Así es: “¡en los techos de las galeras de la Feria Internacional del Libro en Guatemala!”. Secreto contado por Filgüito y corroborado por mi persona: “sobre las tejas, sobre las láminas o sobre las losas del techo o la terraza que circunstancialmente albergan la Feria, resulta que algo pasa”.
Sucede que, en las terrazas, momentos antes de la salida del sol y al poco de haber culminado el despliegue total de su luz dotando de textura (¡arrugada!) y de color (¡azul verdoso!) a los volcanes que cuidan (¡bueno, no todo el tiempo!) la serenidad de nuestro Valle de la Ermita, si se atiende con cuidado es posible distinguir siluetas de escritores o poetas ya extintos expresando cosas en voz pausada y baja …; con sabiduría, algunas, o con rencor, o con humor o con cuanto estado de ánimo particular les embargue y pueda uno imaginar que existen …
Habiendo trepado al techo vía una especie de escalera formada por libros a montón (o sea, amontados unos sobre otros), en las vísperas de la clausura de la FILGUA 2023 -el año pasado-, de madrugada y con llovizna, escuché con absoluta claridad:
“FILGUA. Etimología:
“filo”, proveniente del griego philéo “yo amo”;
“gua”, apócope de “Guatemala”, nombre de un singular y bello país en Centroamérica y que proviene del náhuatl Quauhtemallan, que significa “lugar de muchos árboles”.
CONCEPTO QUE TODOS DEBEMOS CONOCER”.
Las palabras habían salido -doy fe de ello- de las cuerdas vocales, de las muecas bucales y del alma de un poeta nacional olvidado, bohemio y sholco, anónimo –por supuesto- y sin figura que mostrar; pero con una gran inclinación por la verdad.
Salida del fondo -así como de un escenario de fantasía construido en Hollyood-, se escuchaba una suave melodía autóctona que servía para acompañar; una melodía insinuando madrugada en el campo vía el canto de un gallo de mentira y un olor artificial a leña y a tortillas de comal.
-Así como uno se puede imaginar que se escenifican y se propagan las grandes mentiras y los inmensos engaños en los estudios de las más famosas y más ricas empresas de la producción cinematográfica del mundo- me susurró Filgüito, quien me había guiado hasta el techo y había permanecido a mi lado todo el tiempo.
Más lejano aun, pero inteligible, se podía escuchar un extraño acompañamiento de chello, atribuible a un connotado virtuoso nacional (Paulo, creo yo) …
Cuando las figuras de los volcanes estuvieron completamente develadas, el encanto desapareció y, con ello, finalizó mi primer “encuentro del tercer tipo” y mi contacto con el primer tipo de poetas vagabundos sitos en los techos de la gran exposición. Y bajamos al recinto de la Feria en busca de un café. Y, allí, me encontré con Luis Raúl, madrugador; y conversamos sobre desaparecidos y sobre espantos (de los que circulan en La Antigua pero que no existen de verdad…).