Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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-Ella: Qué bien se está descansando en este silencio y contigo a mi lado.  Tenerte conmigo y compartir nuestras vidas es algo que le ha dado un verdadero sentido a mi existencia.  De repente me encontré contigo y estuve dispuesta a entregarte mi vida con la intención de acompañarte hasta la muerte; qué nivel.  El amor de pareja es realmente otra cosa, tiene una dimensión única por todo lo que trae consigo; es todo un ciclo que está vivo, y con constantes cambios inesperados, interminables e inevitables.

-Él:  Lo más increíble es que no solo fue algo tuyo, porque de mi parte fue exactamente lo mismo.  Yo puedo decir que me gustaste desde que te vi la primera vez; pero irte conociendo más allá de los gustos del momento, y mucho más por los valores que compartimos, hace que cada día me gustés más y te quiera más.  Todos los días te veo cosas nuevas, más sólidas y profundas.

-Ella:  Hemos cambiado con el tiempo, de eso no hay duda.  La compañía ha sido un factor, y creo que habría sido más difícil sin tu apoyo.  En la juventud es tanta la inmadurez, y es doloroso lo sórdidas y oscuras que pueden ser las obsesiones rígidas y las creencias irreductibles, que en el fondo solo intentan el autoengaño y la aprobación de los demás.  Pero hubo un punto en el que preferí comprometerme conmigo misma, aunque muchos se alejaron de mí por lo mismo.

-Él:  Decímelo a mí que siempre quise convencer y atrapar a los demás a cambio de sacrificarme a mí mismo.  Temático, metódico y caótico, hice de mi vida la desproporcionada suma de mis malas decisiones, con la razón como esclava de mis pasiones.  Me perdí en el frenesí de la pertenencia y la validación que venía de afuera.  Quise ser omnipotente y omnisciente como un dios, y solo conseguí ser odiosito.

-Ella:  Creo que todos somos un poco así al principio, y que el problema sería no darse cuenta de ello en algún momento.  Yo misma recuerdo con vergüenza cómo te quise cambiar cuando empezamos a estar juntos.  Te acosé y te acusé, acordate; fueron tiempos difíciles que pudieron hacernos terminar la relación.  Que no fueras como yo quería no era por un mal concepto que tuviera de ti, sino por el concepto que tenía de mí misma: así funcionaban mis miedos e inseguridades.  Tuve que profundizar en la relación buscando paz, hasta que comprendí que no podías concentrar dentro de ti todos mis anhelos, y que solo podías acompañarme por el gusto de hacerlo y no para saciar una necesidad mía.

-Él:  Yo igual, pero como soy hombre y mal educado en un mundo de diseño tan masculino, entendí las cosas de otro modo, y defendí absurdamente seguir siendo libre, intrépido, poderoso, aventurero y me conformé superficialmente con ser un proveedor.  Y claro, te veía a ti como alguien a quien tenía que dominar, y que tú tenías que ser sensible, suave y comprensiva, y además tierna.  Que fueras tan guerrera no era un defecto tuyo realmente, eso lo entiendo ahora.  Pero a pesar de todo aquí seguimos, reencontrándonos y reconociéndonos todos los días.

-Ella:  Y luego lo de los hijos, que han sido una responsabilidad que yo he sentido enorme.  No ha sido solo de vigilar que no se mueran de hambre; sino de ayudarlos a crecer dándoles espacio mientras me muerdo la lengua para no dejar salir los miedos que vienen con tanto amor por ellos.  Los veo y advierto su fuerza de voluntad, sus músculos tirantes y sus ganas de comerse el mundo de un bocado.  Me preocupo mucho por todo y sobrepienso cosas que seguramente no van a pasar; y a veces soy tan catastrófica en mis pensamientos que quisiera tener todo el control sobre ellos y, sobre todas las cosas, y eso no me deja decidir con tranquilidad.  Es tan cansado a veces.

-Él:  Si, la angustia no falta, y hay que aprender a vivir con ella sin que nos desborde, y que sea útil para tomar buenas decisiones.  Es complicado porque los hijos son desafiantes por naturaleza; y a veces en su esforzado intento por creer en ellos, tienden a pensar que uno no los entiende o que no les da crédito.  Además, nosotros como papás no somos su única referencia en el universo, qué va, somos apenas; hay un mundo entero empujándolos y que nosotros no conocemos.  Los jóvenes siempre son impelidos por el instinto de pelear, y uno ya más viejo quiere la opción de quedarse quieto y esperar; y ellos lo reprochan porque nos piden ser más atrevidos, y en algún punto que les demos la razón.  A veces se me viene la imagen de un hijo haciéndome un alto con una mano y extendiendo la otra con la palma hacia arriba para recibir lo que quiere que le dé y poder ir a hacer lo que le dé la gana.

-Ella:  A eso me refiero a su impulsividad; y como nosotros ya pasamos por eso tenemos que ayudarlos desde nuestros propios errores, para que a cambio de solo tener fuerza de voluntad puedan llegar a tener una voluntad más juiciosa; sin necesidad de tanta rebeldía, inconstancia e inestabilidad propias de su momento de vida.  Lo que deseo es que no teman a la frustración y que aprendan a contender con la intolerancia, los prejuicios y cualquier visión estrecha con poco criterio.  De alguna forma tienen que aprender a ser menos impulsivos para valorar mejor la realidad y que no se dejen llevar sin cautela por sus emociones.

-Él:  Eso, que sean justos, y que más que abrigar sentimientos personales de compasión o de venganza, para ellos la justicia sea como abrazar la verdad en la intención de ser humildes y decentes.

-Ella:  Quiero que los ayudemos a no ser solo esclavos de las formas, que entiendan que las cosas no son solo por sus características básicas.  Las cosas pueden ser algo muy concreto, pero también pueden significar tanto.  Sus inquietudes tienen que ir a temas más esenciales y menos inmediatos.

-Él:  De acuerdo contigo.  Las cosas son porque son objetivamente algo, pero en lo subjetivo cada cosa puede significar algo distinto para cada persona, e incluso para uno mismo dependiendo de las circunstancias y los contextos.  Por eso es tan importante conocerse hasta en lo más profundo, y no perderse en estereotipos e ideas preconcebidas.  Si bien es cierto que temperamentalmente somos lo que somos y que eso no cambia, también es cierto que sí podemos cambiar indefinidamente quienes somos, para alcanzar un mejor nivel gracias a las nuevas experiencias.

-Ella:  Me siento tranquila hablando contigo, y creo que tenés razón cuando decís que nos amamos porque compartimos valores; y en base a eso nuestro amor tiene que irradiar a los que amamos y a lo que hacemos.  Y aquí entre nosotros dos, y aunque no fue por mis insistencias de la juventud sino por tu propio esfuerzo de encontrarte contigo, admiro cuánto has cambiado y la persona en que te fuiste convirtiendo.  El envejecimiento te está sentando muy bien.

-Él:  Y aquí estamos tú y yo, vamos siendo a través de haber sido, y seguimos en el esfuerzo de crecer.  No sería igual si no estuvieras porque mucho te lo debo a ti y a todo lo que he aprendido viéndote vivir; porque una cosa si te digo, iguales no somos; a veces somos hasta polos opuestos.  Tú ves cosas que yo ni en cuenta y que son importantes, eso me hace respetar tu liderazgo muchas veces.  Pero sobre todo me enternece tu generosidad como persona, lo valiente que has sido para vivir, y me gusta mucho que no necesitás tanto protagonismo porque eso te ayuda a ser prudente.  Pero bueno, después de esta charla a oscuras que ya nos desveló, solo nos queda renovar nuestros votos.

-Ella:  No se me ocurre nada mejor para refrescar nuestra relación y celebrar nuestro amor.

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