Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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La legitimidad de la lucha sindical no se puede degradar. Gracias a ella, los trabajadores aquí y en todo el mundo han logrado defender y ampliar los derechos de los trabajadores. Sin su existencia, la clase patronal no habría tenido límites en la explotación y humillación de la clase obrera. Por lo tanto, los errores y hasta perversiones que pudieran manifestar sus dirigencias no pueden tener como resultado la repulsión social al sindicalismo.

Al sindicalismo no se le puede exigir que carezca de un profundo sentido ideológico e, inclusive, político. Ha habido, a nivel mundial, sindicalismo que se identifica con la ideología social cristiana, otros con la social democracia, otros con el socialismo, inclusive con el marxismo. Ha habido sindicalismo anarquista.

A nivel político, los movimientos sindicales también se han identificado con determinadas doctrinas políticas y con los partidos que las representan. Los partidos y gobiernos social demócratas y demócrata cristianos europeos no podrían imaginarse sin el respaldo y participación de su base sindical. Para no ir tan lejos, el peronismo argentino tuvo una base sindical que le llevó a ejercer el poder en Argentina.  La CLAT, Central Latinoamericana de Trabajadores, fue sustento social de los partidos políticos demócrata cristianos, bastante conservadores, por cierto. En Estados Unidos y Canadá sería imposible pensar en la dinámica política que allí existe sin la AFL-CIO (American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations).

Aun pensando en proyectos políticos que se movieron hacia la derecha en su largo período ejerciendo el gobierno, como el PRI en México, no es posible entender sus setenta años en el ejercicio continuo del poder (1930/2000) sin el rol de la CTM, la Confederación de Trabajadores de México, con su participación en esa visión corporativista del Estado.

En Guatemala, la historia del movimiento sindical es heroica. Basta recordar la lucha de la Central Nacional de Trabajadores, CNT, y de otras organizaciones sindicales que en los años setenta llegaron a constituir el poderoso CNUS (Comité Nacional de Unidad Sindical). A nivel de sindicatos en particular, el de los trabajadores de la Coca Cola tuvo un respaldo y apoyo internacional sin precedentes ante la represión que sufrió en los años ochenta (dos de sus Secretarios Generales fueron, uno tras otro, vilmente asesinados). Se puede recordar a los sindicatos del sector privado, como CAVISA, los sindicatos de los ingenios, los de la Federación de Empleados Bancarios, etc.

En años menos remotos, vale la pena recordar la UASP, en su versión original, antes de haberse degradado.

Pero entre toda esa heroicidad que puede recordarse de los sindicatos, sin duda brilla la del STEG, el emblemático Sindicato de los Trabajadores de la Educación Guatemalteca, en los tiempos de la Revolución de Octubre, proscrito durante varias décadas. O bien el Frente Nacional Magisterial que surgió en medio de la férrea dictadura de Arana Osorio.

Pero desde entonces, mucha agua sucia ha pasado bajo el puente. El sector privado y el ejército contrainsurgente de la época del Conflicto Armado eliminaron el sindicalismo privado. Y lo hicieron recurriendo a prácticas legales perversas, a obligar al exilio a sus dirigentes o al vil asesinato de sus principales liderazgos.

El planteamiento ideológico que justificó esa barbarie fue que los sindicatos eran nocivos para el éxito de las empresas y que, además, eran portadores de ideologías y doctrinas políticas que los pervertían.

Sólo sobrevivió el sindicalismo público, pero “desideologizado”, convirtiéndolo en un “sindicalismo blanco”.  Aquel que sólo se dedicara a las reivindicaciones inmediatas de sus bases, básicamente economicistas. Sin ideologías, sin ideales, sólo con prácticas pragmáticas que permitieran, sin importar los medios, las mejoras permanentes de dichas reivindicaciones. Y, por supuesto, el mantenimiento de los privilegios de las organizaciones sindicales y de sus dirigentes.

Y ese es el sindicalismo que ahora tenemos. Uno que convirtió al Estado en una vaca lechera, a la que había que extraerle el máximo de beneficios laborales. Es decir, concebir al Estado como “su enemigo de clase”.

Ese sindicalismo es el que debe ser ideológica y organizativamente refundado.

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