Claudia Navas Dangel
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Cleofax tenía 14 años cuando su padre decidió que la casaría con Felipe. Él era un hombre maduro, 40 años bien vividos y una solvencia económica nada despreciable para alguien como su hija, una muchachita poco desarrollada físicamente, poco avivada según decían y menos agraciada que otras muchachas del pueblo.
¿Qué más podía pedirle a la vida? Así que la boda se celebró sin mucha bomba, ni platillos que compartir con los vecinos, cosa que al padre de Cleofax no le agradó del todo, sin embargo, su palabra estaba dada, su hija ya no era preocupación de él y aún tenía varios retoños más a los cuales buscarles un esposo.
De esta cuenta, la niña, porque eso era, se fue con Felipe a la casa de él, así lo dijo su ahora esposo, quien desde ese día abusó de ella sexualmente, la maltrató verbal y físicamente y la alejó de todos sus familiares.
Cleofax dio a luz seis hijos antes de los 23 años. Antes de los 25, se embarazó de su séptimo hijo, que no nació por una golpiza que Felipe le propició. Desde entonces él la repudió, dejando así de abusar sexualmente de ella, pero maltratándola mucho más. Cuando estaba por cumplir 28 años le botó los dientes en uno de sus arrebatos cotidianos.
A los 30, luego de que le detectaran cáncer en la matriz, decidió sacarla de su casa. Los padres de Cleofax, lejos de compadecerse de ella, la rechazaron. Felipe no le permitió ver más a sus hijos y ella enferma, sola y con una terrible depresión optó por lanzarse de un puente.
Es una historia trágica, bastante común en Guatemala, niñas obligadas a casarse o a unirse que se convierten en víctimas de hombres violentos y de un sistema que jamás las protege. Niñas – madres, una aberración por supuesto, maquiladoras de niños que en muchas ocasiones correrán la misma suerte que ellas.
O quizá no. A partir de esta semana existe una ley que impide ese tipo de contratos de compra y venta, porque eso son los matrimonios de este tipo. Falta ver que se cumpla, porque de todos es sabido que alcaldes, curas y otros religiosos tienen muy claro que el “cliente” siempre tiene la razón y que las leyes se han hecho para ignorarlas.
Así que en medio de lo bueno que es contar con una mejor legislación, me queda la duda de cómo arreglarán las cosas de ahora en adelante y qué tanto la justicia en Guatemala, al menos en este tema, llegará.