Mañana en la madrugada se cumplirán cinco meses desde la investidura de Bernardo Arévalo como Presidente de la República, protocolo que no se pudo ejecutar el día ordenado por la Constitución por las últimas arremetidas que se realizaron para impedir el cambio de mando. Empezó en ese momento un período de gran ilusión para la mayoría de guatemaltecos que le habían dado su voto para emprender el camino contra la corrupción, la impunidad y el camino de la transformación, entusiasmo que se ha ido diluyendo por la ausencia de acciones y decisiones claras para atacar la raíz de los problemas de Guatemala.
Veníamos de un período de absoluto autoritarismo en el que el agrio carácter del presidente fue bien utilizado por su poder tras el trono para concretar el más absoluto control del Estado en lo que va del siglo actual. Posiblemente únicamente Estrada Cabrera y Ubico, en el siglo pasado, llegaron a tener tan sometida a toda la institucionalidad pública y a la sociedad como lo hizo Giammattei a punta de gritos y exabruptos que eran advertencia para cualquiera que se quisiera salir del corral, no digamos la persecución en contra de quienes criticaban tanto abuso.
Arévalo tomó posesión con todo el apoyo de la inmensa mayoría de la población, respaldo que ha ido mermando debido a que del autoritarismo hosco y grosero pasamos a mucha inacción que casi coloca a la Presidencia en un lamentable ostracismo. Nuestros antepasados solían decir “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre” y eso es justamente lo que ahora estamos viendo los guatemaltecos con ese viraje tan radical en cuanto al estilo y la personalidad de los dos últimos gobernantes.
No se ponen en duda las buenas intenciones de Arévalo, pero enfrentar al monstruo de mil cabezas en que se ha convertido la corrupción demanda más que ese su tono calmado, pasivo y contemporizador que ha dado enormes alas a quienes se resisten a que el mandato de la población pueda convertirse en una realidad. Es evidente la ausencia de un equipo con tiempo para desarrollar estrategia que sea efectiva en las lides políticas y en el ejercicio del poder para hacer que, como pasó con Juan José Arévalo, sin exabruptos ni arrebatos, pudiera liderar al país en la mayor transformación que se vivió en ese siglo pasado.
No se trata de tirar golpes a diestra y siniestra, pero no se puede ejercer el poder simplemente actuando como un boxeador arrinconado en una esquina del cuadrilátero, tratando de defenderse ante la constante y persistente agresión en su contra; afortunadamente suspendió un viaje que había generado enormes críticas, porque hablar de la paz mundial cuando el país literalmente se está deshaciendo por lluvias y problemas heredados, era una pésima decisión.
A cinco meses de gobierno es obvio que hace falta un cambio de rumbo, de actitud, de estrategia, de acuerdos y de un equipo político dedicado a la estrategia (lejos del día a día) porque lo que hemos vivido hasta hoy no es buen presagio.