Quetzaltenango nace por la muerte de Tecún Umán y por la rendición y entrega al catolicismo de Hutizil Zunum, jefe militar. La construcción de la ciudad, la antigua Xelajú Noj, otrora Culahá y la nueva Quetzaltenango, debió ser un proceso lento de encuentros y desencuentros. Mientras Pedro de Alvarado seguía su conquista y fundaba a Santiago de los Caballeros, dejó al mando a de León Cardona con una encomienda de indígenas quetzaltecos, así como con una parcela de tierra alrededor de Salcajá, según narra Alzate. La Conquista nace y se desarrolla siguiendo el patrón emergido con Hernán Cortés en México, un proceso de subordinación, en donde los habitantes de Quetzaltenango mantuvieron el apoyo a los españoles a pesar de que en otros lugares había levantamientos en contra de los maltratos de estos a los indígenas. La conquista fue el proceso de imposición, a la fuerza, de una visión occidental del mundo, la imposición de una nueva economía, en la que había que tributar no solamente a los encomenderos españoles en la región de los Altos, sino al mismo Alvarado y a la Corona. Pero de todos los cambios, el más dramático fue la imposición de una nueva religión, con su lenguaje asociado, el castellano. Pasaron tres siglos y Guatemala declara su independencia a España.
La independencia de Guatemala de España en 1821 consolida la creación del Estado de los Altos, el que se había vislumbrado desde finales del Siglo XVIII. El movimiento hegemónico centralista de una independencia que crea un país no país, es la chispa, el inicio del separatismo altense porque dicha independencia se enfoca en los privilegios de unos cuantos criollos y ladinos, pero que deja en el olvido a los y las guatemaltecas que simplemente cambiaron de capataces. Los quetzaltecos habían evolucionado en comunidades cuya capacidad económica les permitía imaginar que podían organizarse independientemente, pero tanto los líderes de la independencia de Guatemala de España así como los criollos y ladinos que en el Siglo XIX promovieron la separación del Estado de los Altos de Guatemala padecían de la misma enfermedad social, eran racistas y clasistas, lo que dejaba en el abandono social, en la misma explotación de clase a los pueblos indígenas. De ahí la similitud en el fracaso social de la independencia de España como del Estado de los Altos, que como dice un autor fue sueño ladino, pero pesadilla indígena, Arturo Taracena.
La dinámica social de la Región de los Altos (no el «Occidente») cambió sustancialmente al extenderse la frontera agrícola de Quetzaltenango hacia el Norte y principalmente al Sur del país, con la emergencia de nuevos cultivos, de los que destaca el café. La acumulación de capital en Quetzaltenango, capital de criollos, ladinos e indígenas ricos de inicios del Siglo XIX sentaron las bases para que la ciudad de Quetzaltenango fuera centro económico, financiero, político y cultural. El Siglo XIX fue entonces el escenario cronológico de la lucha entre los quetzaltecos y el poder central, el gobierno central, en los que destaca el asesinato de Cirilo Flores, quetzalteco liberal, quien fuese vicejefe de Estado del poder central y muriera salvajemente asesinado por una turba, en Quetzaltenango en 1826 por ser acusado falsamente de querer sacar a la iglesia católica y, por lo tanto, de ser hereje.
El Siglo XIX fue entonces el siglo de la formación del Estado Nación guatemalteco y la independencia de 1821 solamente reflejaba uno de los polos de poder. Pero existían movimientos en el oriente, el grupo de la Montaña según narra Taracena y el grupo del Estado de los Altos (occidente). Según Taracena el grupo de liberación de La Montaña era más integrado y no tenía las diferencias clasistas y racistas que emergieron en el Estado de los Altos, este último un grupo de criollos, ladinos, separatistas, pero no integracionistas con los grupos indígenas.
A partir de 1938 ya emerge el Estado de los Altos con sus propias leyes y también con sus propios impuestos, estos últimos castigaban en demasía a los pueblos indígenas, de tal forma que se tiene evidencia que desde la misma emergencia legal del Estado de los Altos los pueblos indígenas de Atitlán y de Quiché no estaban de acuerdo en pagar tributos tanto a Guatemala como a Quetzaltenango, a pesar de que el Estado de los Altos les aclara que solo debían hacerlo a la misma Quetzaltenango. Este problema en Atitlán y Joyabaj, Quiché se repitió, según Taracena, en diferentes pueblos de la región de los Altos. Los altenses no pudieron entonces defender al Estado de los Altos por falta de apoyo indígena. Es más, los mismos pueblos indígenas al final apoyaron a las tropas del gobierno central que dieron al traste con el gobierno del Estado de los Altos en 1848.
La profunda identidad quetzalteca está permeada por siglos de resistencia y la emergencia de una nueva cultura, cuyos componentes originarios fueron y son: La cultura quiché (k’iche), la española con sus invasores, los mexicas (varios grupos), otros europeos que se insertaron durante la colonia y las otras comunidades locales que al final dieron una nueva cultura profundamente localista, en constante tensión con el poder central guatemalteco.
En la próxima entrada analizaré cómo la Revolución Liberal de 1871 de Justo Rufino Barrios vino a transformar las ideas del Estado de los Altos y los procesos de negociación, separación y luego reagrupación que hicieron de Quetzaltenango una ciudad que inicia el Siglo XX en un ambiente de culturas novedosas, música local y mundial, con su icónico teatro, con su propia universidad nacional y autónoma, local, con un sistema de producción de electricidad, en medio de las mismas contradicciones de lo local y lo nacional, para convertirse al fin en la Ciudad de la Estrella, la Xelajú del poeta.