Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Siempre he detestado la idea de que tenemos una “hora chapina” que se traduce en el derecho a ser impuntuales porque estimo que, por sobre todas las cosas, la impuntualidad es una muestra de irrespeto a los semejantes cuando se trata de cumplir con una cita previamente establecida. Ya sabemos que cuando invitan a una fiesta o un evento en nuestro país hay que dar por sentado que la actividad rara vez iniciará a la hora programada porque hay que esperar a que llegue la gente que, asumiendo el concepto de “la hora chapina”, irá llegando entre media hora y una hora más tarde.
Lamentablemente hemos llegado a extremos en los que hay gente que siente que para demostrar su importancia tiene que hacer esperar a las otras personas. Mientras más importantes se creen, más hacen esperar a los otros y eso es realmente inaceptable y muestra no sólo de pésima educación sino de una falta de respeto a las personas. Los gobernantes de Guatemala se han distinguido por llegar tarde a todos los actos o eventos en los que participan y hay casos célebres en los que se convoca a una multitud a cierta hora para que se congreguen en la plaza del pueblo para recibir al mandatario, y resulta que miles de personas tienen que soportar cuatro o cinco horas de espera porque el mandatario, que no es el dueño de la finca aunque así se crea, no se digna en llegar en su helicóptero.
Con pena veo que el Presidente Electo empieza en ese sentido con mal pie, pues he sabido que hace esperar a la gente que cita hasta cuatro horas y luego mostrándose irascible cuando se produce el encuentro, posiblemente porque se agobia por la incapacidad de su gente para algo tan sencillo como el manejo de la agenda. Uno entiende que ocasionalmente puedan surgir en la vida de un mandatario asuntos urgentes que descarrilan por completo la planificación que se pueda hacer de las actividades diarias, pero el caso en nuestro país es que lo insólito, lo extraordinario no es que el presidente se atrase sino que pueda acudir puntual a alguna de sus múltiples reuniones, sean con una persona en particular o con una multitud de ciudadanos.
El tiempo de un gobernante es valioso, sin duda alguna, pero también lo es el del ciudadano común y corriente que tiene que escopetearse los frijoles día a día. El político, en general, tiene que aprender a manejar su agenda de manera más eficiente porque ello, la organización, es muestra de capacidad del equipo de gobierno para cumplir con las tareas que les corresponden. La impuntualidad, sobre todo de quienes no tienen que sufrir los embates del tráfico para desplazarse de un sitio a otro porque lo hacen con caravanas y motoristas o viajando en helicóptero, implica desorganización pero, reitero, sobre todo falta de respeto a cualquier persona.
Los cambios se notan no sólo en las grandes cosas, sino en pequeñas actitudes que denotan el tono de la personalidad. Guatemala tendrá que ir abandonando esa idea estúpida de una “hora chapina” que se traduce en millares de horas perdidas diariamente.