Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Me refería en la columna anterior al carnaval de las etiquetas, en la que cualquier sector interesado blandía los estandartes y consignas de su gusto y conforme su propósito. Usaban los términos de manera festinada y poco congruente con lo que verdaderamente eran sus intenciones. De esa cuenta tuvimos, hasta 1989, una Alemania Occidental y una República Democrática de Alemania, la primera era realmente democrática (y nunca aceptó la existencia de “dos Alemanias”), se le conoció también como “Alemania Federal” siendo que realmente era una federación de estados alemanes, y la segunda, la “Democrática”, de democracia no tenía nada; la población era cautiva en su propio país, la libertad de prensa y opinión no existían y las votaciones parlamentarias eran una pantomima. Erich Honecher destacó como un presidente dictador cruel y sometido a los caprichos del Kremlin. Los pobres alemanes del este tenían doble candado y por ende procuraban escapar de ese paraíso democrático huyendo arriesgadamente a Occidente hasta que, en octubre de 1990 se unificaron “las dos” Alemanias.

Ejemplo muy parecido lo tenemos con la pomposamente denominada “República Democrática Popular de Corea” que realmente no es república (en el sentido de “res publicum”, cosa de todos), su población se asfixia por falta de oxígeno libre y queda a merced de las excentricidades de la dinastía Kim Jung que domina Corea del Norte -que así se le conoce más- desde hace más de 60 años.

Pero esta mala costumbre de desfigurar los estandartes ha sido común en la Historia. Allá por el siglo IX surgió el Sacro Imperio Romano Germánico, que nada tenía de “romano”, menos de “sacro” y algo de imperio (aunque nunca se consolidó como un verdadero estado); lo de germánico sí encajó, pero lo agregaron hasta el siglo XV.

El mismísimo Hitler, cuya astucia solo era superada por su perfidia, cuando formó su partido lo llamó “Nacionalsocialista Obrero Alemán” (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), también conocido como NSDAP o simplemente “Nazi”. Era pues un partido “obrero”, ¿es en serio don Adolfo? Es que no lo visualizo encabezando una marcha de oprimidos trabajadores bávaros protestando en contra de los explotadores industriales y menos lo veo arengando asalariados resentidos en una asamblea socialista. Pero vale, muchos obreros se habrán entusiasmado con el surgimiento de un partido que los contemple. Es el mismo principio que inspiró muchos partidos: Partido Socialista Obrero Español (PSOE) Labour Party (en Reino Unido) y muchos otros “partidos de los trabajadores” en muchos países (el Brasil de Lula), siendo nuestra versión el extinto Partido Guatemalteco del Trabajo. Y peor aún Herr Hitler ¿es un partido socialista? Difícil encaje para un gobernante que consideraba como máximo enemigo a una república “socialista”. En efecto, lo que fuera el Imperio Ruso se había convertido en una “Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas”. Ni siquiera los bolcheviques blandieron el nombre de “comunistas”. Por cierto que “soviets” son las células básicas de una comunidad, algo parecido a los “comités de barrios”, o a nuestros consejos comunitarios, Cocodes. En cualquier caso, los bolcheviques propugnaban el “paraíso de los trabajadores” y una sociedad igualitaria y libre.

Lo que quiero decir es que las etiquetas no corresponden al contenido. Los promotores manosean los conceptos con el objeto de acomodarlo a sus intereses y, sobre todo, captar el mayor número de seguidores. Engañan. La etiqueta es el primer avance del marketing. Atraer con las pancartas y proclamas, ilusionará a las masas que siempre dejan abiertas a una esperanza. Para capturar el mayor número de peces se deben lanzar extensas redes y de llamativos colores. (Continuará).

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