Por circunstancias de la vida me ha tocado hablar recientemente sobre eso que los filósofos llaman «posmodernidad», un tema que de alguna manera ayuda a esclarecer e interpretar los fenómenos sociales actuales. Creo que así debe verse sin que el término sea tomado como el único horizonte interpretativo de la realidad.
Lo digo así por qué las categorías de significación varían sin que los acentos carezcan de sesgos. Hablamos de «posmodernidad», pero igual podríamos referirnos a eso del «poshumanismo», «posindustrialismo», «poscapitalismo», «era del antropoceno» o «era del capitalismo de la vigilancia».
Hay por donde escoger. Así que todo dependerá del capricho de la elección o incluso de las preferencias, según criterios explicativos.
Uno de los elementos comunes de esos modelos de comprensión lo constituye la conciencia del cambio. Quiero decir, indicar de entrada que la sociedad se ha transformado radicalmente frente a un pasado en ruina. Por ello, insistir en la crisis epocal condenada a la adaptación de lo abrupto que agobia y exige conversión mental e incluso moral.
No queda de otra que «acomodarse», pero no cediendo irracionalmente, sino desde la «adaptación crítica». Esto es importante subrayarlo, especialmente porque la academia, los intelectuales, deben no solo ayudarnos a «interpretar el mundo», como lo sugería Marx, sino «a transformarlo». Eso pasa por cumplir la función de sugerirnos caminos de análisis críticos, modelos alternativos que se enfrenten a la subyugación de las ideologías que siempre están presentes.
Hablo de conversión moral no como quien negocia los principios, sino desde el plano de las costumbres. Entiendo por ello, el esfuerzo por superar la vida de «Amish» o «Menonitas» en una actitud que nos aleja de la realidad. No es fácil, hay una tendencia que nos hace resistir al cambio y que nos vuelve, en el mejor de los casos, «románticos», «rosas», de esos que cantan loas a un pretérito, según nosotros, «pluscuamperfecto».
La famosa crisis afecta también a las instituciones: la Iglesia, los medios de comunicación y las universidades, entre otras. Esta última, por ejemplo, vive un «aggiornamento» constante que pasa por examinar la función docente, los «pensa» de estudios, la metodología de la enseñanza, la investigación y la manera mejor de impactar a la sociedad. Reinventarse es la máxima en un universo que parece decadente cada día.
Lo más importante es salvarnos frente a una narrativa que no supera la violencia y el desprecio hacia lo humano. Una moral consumista que nos incapacita elegir la vida buena. Toca crear una cultura en donde prive la bondad, la ternura y la crítica a la voluntad de poder. Un mundo en el que quepamos todos y la maldad solo aparezca en el arte o como simple acto que exprese que solo somos «humanos, demasiado humanos».