Mario López Larrave se ganó a pulso la calidad de apóstol del movimiento obrero. Ningún abogado guatemalteco ha hecho tanto por el Derecho del Trabajo, dentro y fuera del país; por eso nuevamente lo rememoro este Primero de Mayo.
Amigo de mi padre, López Larrave fue mi mentor y compañero de lucha en el movimiento obrero en la década de 1970. No solo me enseñó Derecho Laboral, sino también fue un ejemplo vivo de consecuencia, integridad y valor ciudadano. Por eso su memoria sigue invicta, como la encarnación del intelectual orgánico de la clase trabajadora que preconizaba Antonio Gramsci.
En enero de 1972 fui a inscribirme a la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de San Carlos, que en aquella época se ubicaba en lo que hoy es el Museo Universitario. Al entrar vi un arco con altos relieves conteniendo varias figuras que, años más tarde, identifiqué como símbolos masónicos. Absorto en la contemplación, no vi que López Larrave se me acercó por atrás y, dándome una fuerte palmada en la espalda, me espetó: “¿Qué carajos estás haciendo aquí, patojo?”. Aunque entonces fungía como Decano, fue el gesto cariñoso de quien me vio crecer.
Muy serio le respondí: “Vengo a estudiar leyes, porque siempre he defendido la Justicia”. Se me quedó viendo con cariño y un dejo de tristeza, preguntándome: “¿Quién te ha dicho que las leyes tienen que ver con la Justicia?”.
Me llevó un tiempo entender aquel profundo aserto, que retumbó en mi cabeza cinco años después, el 9 de junio de 1977, durante el multitudinario sepelio con el cual rendimos homenaje al apóstol del movimiento obrero, con quien libramos luchas laborales ejemplares y aportamos a la constitución del Comité de Unidad Sindical.
Mario López fue asesinado por los sicarios del general Laugerud García y de los empresarios represores que, usando a operadores de inteligencia como Luis Mendizábal, hoy prófugo, decidieron acabar con dirigentes obreros y asesores laborales, como consta en el Caso Ilustrativo No. 28 de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) de la ONU, que quiso debilitar Álvaro Arzú, exigiendo que en las investigaciones no se identificara a los victimarios, para preservar su impunidad.
La historia del Estado cooptado se repite; entre 1974 y 1984, los militares gobernaron con la represión como política de Estado, aniquilando al movimiento obrero y campesino, y a sus asesores, como López Larrave. Cuando las investigaciones de la CEH y del REHMI les molestaron, maniataron a la primera y asesinaron a Monseñor Gerardi, coordinador del informe “Guatemala Nunca Más”.
Décadas más tarde, cuando las investigaciones de la CICIG desvelaron las corruptelas de los narco-políticos, se acalló y satanizó a la Comisión y a Iván Velásquez. En cada época, la titiritera que mueve los hilos es la oligarquía que hoy aparece desnuda, corrupta, represora y golpista, pues insiste en cuestionar el triunfo de Bernardo Arévalo y Karin Herrera.
Con otros estudiantes y bajo la dirección de Mario López Larrave, en 1974-75, colaboramos con los obreros de Incatecu donde, por primera vez desde 1954, la huelga se declaró legal y justa, sentando un precedente judicial que contribuyó a propulsar un pujante movimiento obrero, que fue diezmado a sangre y fuego.
Sobreviví de milagro aquellas experiencias aciagas y tuve que enterrar a muchos maestros, compañeros de lucha y dirigentes sindicales, pero nunca sepulté el ejemplo de Mario López Larrave quien, 47 años después, aún alumbra mi camino pues, dadivoso, encarnó la máxima de Bertol Brecht quien sentenció: “El regalo más grande que le puedes dar a los demás, es el ejemplo de tu propia vida.”