Por Juan Fernando Girón Solares
A temprana hora de la mañana del mes de marzo de 1995, doña Carlota o mejor conocida en el barrio en forma cariñosa como “doña Carlo”, abría las puertas de su taller de costurería y confecciones en la Avenida Elena de la zona tres de la ciudad de Guatemala. Era cierto, es decir desde la siete horas, con frecuencia sus clientes y amigos le visitaran en el negocio, ya que estos últimos aprovechaban su tiempo antes de asistir al trabajo o al Colegio, para solicitar y obtener los servicios de su propietaria, en ruedos, zurcidos, composturas, y claro está, recoger las piezas confeccionadas y ordenadas desde días o semanas atrás.
Y todo esto con la mayor de las justicias, pues doña Carlo no solamente era experta en reparaciones textiles, pero especialmente en la confección de piezas y especialmente uniformes, dentro de los cuales destacaban los uniformes para empresas y fábricas, los escolares en el mes de enero de cada año, y por supuesto, no podían faltar los uniformes penitenciales para los cucuruchos y devotas cargadoras, llegada la época de Cuaresma, toda vez que nuestra protagonista vaya que tenía destreza y experiencia en su elaboración. No podía ser para menos, doña Carlo era hija del matrimonio de un conocido ex Presidente de Hermandad de Jesús Nazareno, y de una fiel devota cargadora de la Santísima Virgen, ambos ya fallecidos, cuyos cortejos procesionales cobran especial devoción por aquellas fechas.
Pasaron pocos minutos, cuando el primer cliente de aquel bendecido negocio, traspasó el umbral de la puerta.
– Buenos días doña Carlo, cómo está ¿? Preguntó aquel hombre treinta añero, quien con su casco de motociclista en mano, apeó a un lado del mostrador su maletín de cuero, presto a cumplir sus faenas diarias de mensajero.
– Buenos días Rolando, le respondió la gentil dama costurera de cabellos grises. Bienvenido ¡
Así dio inicio aquel coloquio, entre propietaria y cliente del taller de costurería, la primera de las cuales sacó de su gabacha a su infaltable amiga: su cinta métrica de plástico, que abrazó para tomar tantas veces las medidas de la humanidad de sus clientes.
– Paso en una carrera por favor doña Carlo, así me toma las medidas para mi nueva túnica, paletina, cinturón y capirote que estrenaré en la Semana Santa de este año para cargar al Señor. Recuerde que llevo meses, guardando mis centavos para tener el gusto de estrenar mi uniforme, y pedirle mucho a Dios las bendiciones para mi futuro hogar – le indicó el devoto cargador.
– Sí, claro que lo recuerdo muy bien – le replicó la devota costurera, por eso se los confeccionaremos con el cariño que la ocasión amerita.-
Así transcurren las horas, y continúa el desfile de clientes para realizar pedidos y recibir entregas. El sonido mecánico del pedal y mecanismos de la aguja de la máquina de coser marca SINGER, que perteneció a su santa madre, los retazos de tela colocados en las paredes, y el ALMANAQUE cuyas fechas de los días venideros, han sido marcadas para precisar la fecha ya acordada para el cumplimiento de los pedidos, son los testigos mudos del trabajo incansable de la propietaria del Taller de costura y confecciones de la zona 3 capitalina. Pasado el mediodía, se recibe nueva visita de las personas allegadas a las procesiones de la Semana Mayor que está por venir. En esta ocasión, se trata de una querida amiga de doña Carlo, es decir Angelita, quien en compañía de su querida nieta, una muchacha adolescente se presentan para que le tome a esta última las medidas para la confección de su luctuoso vestido penitencial.
– Carlo, cómo estás, buenas tardes- es el cariñoso saludo que emite la mayor de las visitantes.
– Ya te estaba esperando Angelita – replicó nuestro personaje, no se me había olvidado lo que platicamos por teléfono la semana pasada, – qué gusto tenerlas por acá, y más ahora la siguiente generación de cargadoras para la Virgencita de Dolores ¡
Se repite el proceso de medición, y de consulta a la patoja sobre gustos y estilos para la nueva prenda, en el marco de una agradable charla respecto a la familia y recuerdos de juventud entre doña Carlo y Angelita, en los que por supuesto no pueden faltar las memorias cuando ambas, tenían la misma edad que la recipiendaria del nuevo vestido negro para llevar en hombros a la Dolorosa, más de cinco décadas atrás, en especial cuando las calles del barrio eran de pura tierra.
Llega el final de la tarde, y luego del cansancio y los dolores en las manos y en la espalda por la extensa jornada de manipulación de la máquina SINGER, se presenta y el último de los clientes del día: Salvador, quien a la sazón se encarga de la elaboración del adorno de las andas para conocido cortejo procesional, a indagar por el avance la elaboración del vestuario que los ángeles e imágenes que acompañarán a Jesús y a la Virgen, se le encargó a la amable y responsable costurera, desde finales de noviembre del año anterior, por lo cual esta última, le exhibe el avance con las piezas ya finalizadas elaboradas de puro satín, cuyos mantos en terciopelo se entregarán al finalizar la cuaresma, tal y como fue convenido. En resumen, el trabajo está a tiempo y de acuerdo a lo pactado.
Y así concluye la Cuaresma de aquel año, y llegan los días “santos”. Bajo el fuerte sol de abril, doña Carlo acude con su familia al Parque de San Sebastián, antes del almuerzo donde contemplan el paso de aquella imponente procesión. En la banqueta de la arteria, empiezan a pasar los cucuruchos, dentro de los cuales va Rolando, con amplia sonrisa y gratitud, luciendo su túnica, capirote, cinturón y paletina de estreno. Luego las andas del Redentor en su camino al Gólgota, con sus celestiales personajes alados, luciendo sus túnicas de color marfil con elegantes mantos vino tinto elaboradas por la valiente e infatigable costurera; la banda de música y atrás las devotas cargadoras de la Dolorosa, dentro de las cuales Angelita y su nieta, luciendo su elegante vestido, le premian su trabajo a doña Carlo con un fuerte abrazo y un gracias de todo corazón.
Ese mismo abrazo, le mandamos por estas líneas, a todos y todas las “Doña Carlo” de nuestra Cuaresma y Semana Santa, cuyas manos, mente y corazón han vestido a cucuruchos, devotas cargadoras, imágenes y ornamentos durante generaciones enteras, cuyo trabajo sincero y espontáneo también es TRADICIÓN, la tradición que se convierte… en AGUJA E HILO.