Constantemente a través de los medios y las redes sociales, estamos expuestos a los avances de la medicina y de las técnicas, al aparecimiento de nuevos medicamentos y formas en que estos actúan y controlan las enfermedades y daños y eso realmente se espera que reditué en calidad y mejoras de salud y bienestar. Cosa que en la realidad no está sucediendo. Analicemos un poco más a profundidad esto.
A nadie escapa en nuestro medio, que la intensidad del entrenamiento básico en ciencias médicas de las universidades es intenso, pero no resulta suficiente y a eso el profesional de salud debe añadir residencias y maestrías a fin de que se le considere con las suficientes habilidades técnicas y conocimiento científico y solo entonces se sentencia que su educación ha concluido. Sin embargo, las investigaciones realizadas en muchas partes del mundo, arrojan resultados contradictorios al respecto y en resumen, lo que demuestran, es que la excelencia académica y técnica, no siempre garantiza resultados positivos y beneficios a médicos y pacientes. ¿Qué pasa entonces?
Calidad y beneficio, en buena parte, viene marcado por la interacción que se da entre la organización y funcionamiento que el profesional desarrolla en su trabajo y la forma en que la institución le brinda apoyo. Los sitios de trabajo del profesional médico son cada vez más complejos y con responsabilidades más dispersas que si no se organizan adecuadamente, pierden eficiencia y eficacia en sus resultados. En este aspecto, en estos momentos ignoramos como funciona ese binomio ejercicio profesional-organización institucional y por consiguiente, carecemos de fundamentos para atribuir errores y sugerir correcciones, pero se estima que ambos están aportando elementos negativos a la situación deficiente del sistema nacional de salud.
Por otro lado, otro factor que incide en la calidad lo constituye el trabajo de los colegios y organizaciones médico-quirúrgicas y estas –los colegas no me dejarán mentir- no están cumpliendo en forma debida con divulgación y orientación; tampoco poseen programas estructurados adecuadamente, que permitan orientar esfuerzos en la promoción de los estándares de atención prevención más altos, y sobre todo de investigación y evaluación; tarea esta última que deberían desempeñar a la par del sistema nacional. Si bien los congresos y seminarios llenan algún espacio de deficiencias, esto no resulta ser suficiente y al final, ni instituciones gremiales, ni el sistema de salud se han inmiscuido de manera estructural, ordenada y sistemática, en los procesos de organización para el uso adecuado de técnicas y conocimientos médico salubristas. Tampoco participan las asociaciones en proponer y apoyar programas y políticas, que aseguren el acceso a cuidados médicos de alta calidad y de evolución adecuada de su personal. Todo ello debería redundar en un menor número de omisiones y errores médicos, menos conflictos laborales y menos costos de atención para el sector salud y la sociedad en general.
Otro elemento importante señalado en estudios internacionales sobre defectos en formación y calidad del servicio profesional, es que con mucha frecuencia, este desconoce las atribuciones y responsabilidades de las diferentes organizaciones, sus derechos y responsabilidades y, en general, de cómo puede ayudarse para evitar o disminuir en lo posible los eventos adversos y errores médicos y cuando se presentan, poder atenderles con la responsabilidad que compete a cada instancia y mejorar su calidad. Es evidente que se hace necesario afinar los sistemas y las competencias de los profesionales y las instituciones, ante errores que se están cometiendo.
Evaluar la calidad profesional, demanda del reconocimiento del medio en que esta se incorpora. En el mundo actual se habla y valora la mejora en la calidad de atención médica-salubrista, a través de certificación de establecimientos de salud y de los profesionistas en lo individual; eso a pesar de hacerlo algunas de nuestras instituciones, no forma parte medular de un programa nacional que se centre de manera prioritaria en usar todas las herramientas disponibles en educación, evaluación y actualización, para minimizar errores y abatir costos de atención de salud. Las experiencias ganadas en programas nacionales en otras latitudes, podrían ser de gran utilidad para lograr mejorar la seguridad y la calidad de la atención al paciente a través de esta estrategia.
Uno de los desafíos que el sector salud enfrenta en la actualidad es la reducción de la inequidad y para enfrentar ese problema el sistema nacional, especialmente el MSPAS y el IGSS, que en conjunto absorben más de la mitad de pacientes que se atienden, han puesto como una de sus estrategias una atención en menos tiempo de pacientes y una mayor carga de horas y pacientes atendidos por el médico, sin evaluación alguna del daño y los errores que esto pueda estar acarreando. Esto ocurre porque ambas instituciones adolecen de estudios y planificaciones que permitan conocer el impacto negativo de tal medida, ante presupuestos reducidos que poseen y compromisos políticos que las ahorcan.
Otro elemento negativo del sistema y que no se ha podido solucionar, es el acceso del paciente al tratamiento completo y en este caso, el incumplimiento terapéutico puede tener proporciones muy altas que desconocemos.
Es, pues evidente que a la fecha, ninguna reforma del sector de la salud ha conseguido responder a las demandas de la población en lograr mejores servicios de salud y mejor calidad de vida y, cosa curiosa, la voz de los profesionales a nivel nacional no se ha producido.
Pareciera incongruente que mientras redes financieras de producción y comercio técnico terapéutico, desarrollo de la información y de las telecomunicaciones sobre avances de la medicina, consumismo irrestricto y erróneo de medidas preventivas y curativas, aparición de nuevas culturas y subculturas de atención, llegan de manera directa a la población, el sector de la salud, su organización y funcionamiento, se ha transformado en un factor secundario de negociación, sin lograr en consecuencia un ambiente más saludable, (saneamiento, alimentación, protección de los trabajadores y de los ciudadanos, acceso equitativo) y por consiguiente el consumo de la tecnología médica, incluso de los fármacos, se ve acompañado y dictado más por lo comercial que por lo técnico científico.
Creo que es momento que este nuevo gobierno se dedique en serio a evitar o disminuir en lo posible, los eventos adversos y errores médicos y, cuando se presentan, poder atenderles con la responsabilidad que compete a cada instancia. Evento de lo más adverso en ese sentido lo comparten tanto las inequidades de acceso y consumo como de prestaciones al personal de salud (afinar condiciones laborales y competencias y limitaciones financieras).
En pocas palabras: se necesita crear una cultura de seguridad y calidad de la atención. Tarea en que debe comprometerse el gremio de la salud y las instituciones prestadoras de servicios, teniendo en mente que todo procedimiento médico, salubrista, tiene un valor, el cual está dado por el resultado (calidad y costo) y no solo por el lado comercial o con predominio de este como se ha venido dando. Para mejorar la calidad, es esencial medir de manera estandarizada los resultados. Se necesita establecer un real sistema nacional de estadísticas y cuentas en este campo.
La medición de los resultados de un procedimiento, permite no solo saber sobre el estado de la morbimortalidad, sino hacer una comparación efectiva y mejorar la toma de decisiones, al determinar el servicio necesario para un mayor costo beneficio; beneficio que implica no solo calidad de la atención sino abatimiento de la morbimortalidad nacional.
En el centro de todo esto hay un detalle que debemos considerar: la inequidad, su magnitud y sentido, se acentúa a consecuencia del deterioro en la calidad de vida de la población y eso está fuera del alcance en su totalidad del profesional de la medicina, pero no del sistema nacional de salud, que debe solucionarlo a través de su multidisciplinariedad.
En un mundo en aumento de la concentración de ingresos, desempleo, injusticias de todo tipo, lo que cabe esperar y eso debe corregirlo un sistema social financiero no la medicina, es una coexistencia de perfiles epidemiológicos entrecruzados y superpuestos, en los que enfermedades milenarias conviven con enfermedades modernas y padecimientos del subdesarrollo, como la desnutrición, coexistiendo con daños producidos por el mundo desarrollado como lo es la obesidad.
Ante tal situación, debemos convencernos que, en realidad, programas dirigidos y paquetes de atención mínima para la población indigente y una oferta de servicios conforme a las leyes del mercado, en que tanto la población, el paciente, como el médico, son explotados, lo que más bien se hace es acentuar desigualdades.