Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Un buen negociador es quien se encara con alguien muy superior teniendo muy en claro de la debilidad de su posición. Pero de todos modos se planta y procura obtener algunas concesiones. A veces rayan en la insolencia o el descaro. Pero son fieles a sus objetivos. En la Biblia hay varios ejemplos:

Los diez hombres justos. Acaso el mejor ejemplo nos lo brinda Abraham quien tuvo el atrevimiento de negociar con el mismísimo Señor de los Ejércitos. En efecto, nos relata el Éxodo que Yahvé, cansado de la corrupción y perversiones de las dos ciudades había tomado la decisión de destruirlas. Sodoma y Gomorra estaban condenados. Aquí intervino Abraham (citas de Génesis 18), pregunta Abraham: “Es cierto que vas a exterminar al justo junto con el malvado” (23) de alguna forma insinuaba que la comisión de tal despropósito no es digna del Creador: “Tú no vas a hacer algo semejante (…)” (25) y en ese mismo versículo se atreve a cuestionar a Yahvé: “O sea que el juez de toda la tierra no aceptará lo que es justo”. ¡Vaya reto que hace el patriarca! Estaba retando al mismo Dios que finalmente accedió: “Si encuentro en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo el lugar en atención a ellos” (26). Poco convencido Abraham de que hubiera tantos justos: “Sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza, pero si faltan cinco justos para llegar a los cincuenta ¿destruirás la ciudad por esos cinco que faltan?” (28).  ¡Vaya si no es atrevimiento! “No habrá destrucción si encuentro allí cuarenta y cinco hombres justos.” Pero Abraham seguía con serias dudas: “Pero a lo mejor se encentran allí solo cuarenta justos”, Yahvé contesta: “En atención a esos cuarenta, no lo haré” (29). Abraham continuó todavía: “No se enoje mi Señor si sigo hablando, pero tal vez no se encuentran más que treinta justos”. Yahvé contestó: “No lo haré si encuentro allí treinta justos”. (30). Abraham reconocía que rozaba los límites de la insolencia: “Se que es una osadía de mi parte hablar así a mi Señor, pero ¿y si se encuentran solamente veinte justos? Yahvé contestó: “No destruiré el lugar en atención a esos veinte.” (31). De los cincuenta originales había Abraham reducido la cifra a solo veinte, tal vez ahí debió quedarse, pero siguió porfiando: “Vaya, no se enoje mi Señor, y hablaré por última vez. Puede ser que se encuentren allí solo diez.” Yahvé dijo: “En atención a esos diez no destruiré la ciudad” (32).

Quedó en claro que ni siquiera diez justos habitaban en Sodoma y el juicio de Yahvé se derramó sobre esos dos pueblos a pesar de los regateos de Abraham.  Por cierto ¿habrá diez justos en nuestra ciudad?

Una cosa u otra. Cuando Moisés bajó del Sinaí se llevó el enorme disgusto de ver a su pueblo adorando al becerro de oro. Tanto fue su enojo que lanzó las Tablas de la Ley contra el ídolo. Al volver donde Yahvé reconoció que: “Este pueblo ha cometido un gran pecado” pero suplicó: “Con todo, dígnate perdonar su pecado…, pero si no, bórrame del libro que has escrito.” En otras palabras, una forma de condicionar a Yahvé.

El que manda, ordena. San Lucas nos presenta otro caso donde un individuo trata de persuadir a Dios; le pedía una sola palabra para la sanación de su siervo y apelaba a esa autoridad que el mismo centurión tenía. De alguna forma retaba a Jesús para que accediera a su ruego: ”Pues yo también soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a este: «Ve», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.  Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la multitud que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado una fe tan grande.  Y cuando los que habían sido enviados regresaron a la casa, encontraron sano al siervo. (Lc. 7).

A ver si eres capaz. Mateo nos relata el pasaje en el que otro judío apela al recurso psicológico, de retar, de provocar una reacción positiva. Era un leproso que se acercó a Jesús y se arrodilló delante de Él. “Señor –dijo el hombre-si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio.” En otras palabras: a ver qué tan poderoso eres. Jesús extendió la mano y lo tocó. “Sí quiero -dijo-¡Queda sano! Al instante la lepra desapareció. (Mt. 8).

Una mujer respondona. Ni siquiera era judía, era cananea, de la región de Tiro y Sidón. Gritó tanto cuando se acercó Jesús que hasta los apóstoles le pidieron que accediera a los ruegos de esa mujer que pedía por su hija que estaba “malamente endemoniada”. Pero Jesús permanecía callado. Al fin dijo: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Ella se postró ante Jesús y, casi rebatiendo las palabras del Maestro dijo: “Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. ¡Tamaña osadía! Entonces Jesús le respondió: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija. (Mt. 15).

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