Carlos Figueroa Ibarra

En los días anteriores a mi viaje a San Petersburgo, tuve la oportunidad de asistir en Quito al Encuentro Latinoamericano Progresista, evento organizado por el gobierno ecuatoriano. Allí tuve la oportunidad de conocer al senador colombiano por el Polo Democrático, Iván Cepeda. Iván es hijo de quien fuera senador por la Unión Patriótica, Manuel Cepeda Vargas, asesinado en 1994 en el contexto del plan de exterminio de dicha agrupación política, que le costó la vida a miles de sus militantes. Es significativo que para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014, tuvo que apoyar a Juan Manuel Santos en contra del candidato de Álvaro Uribe, Oscar Iván Zuluaga. Santos representa todo lo que Iván tendría sobrados motivos para deplorar: el establishment que presenció con indiferencia la ola de asesinatos que mató a su padre, el neoliberalismo que tiene a Colombia alineada con Estados Unidos de América. Pero Iván Cepeda optó por Santos frente a Zuluaga, porque si hubiera perdido las elecciones se habría cancelado la posibilidad de una solución negociada para terminar la guerra que ha vivido ese país, particularmente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Iván Cepeda me contó todo esto mientras viajábamos en un pequeño autobús del aeropuerto al hotel en donde nos hospedamos mientras duró el evento. No pude dejar de asociar la disyuntiva ante la que se vieron sometidas las fuerzas progresistas en Colombia, con la que se vive hoy de cara a las elecciones presidenciales en Guatemala el próximo 25 de octubre. Prefiero ver en la Presidencia de Guatemala a Sandra Torres que a Jimmy Morales. Y cualquiera puede saber las virtudes y defectos de Torres: personalidad enérgica, adicta al trabajo y autoritaria. Partidaria del asistencialismo, hoy ha girado hacia el centro para granjearse el apoyo empresarial sin el éxito que esperaba. Aun así, ha sido apoyada por empresarios emergentes y caciques locales que de triunfar su candidatura pasarán su factura para recibir el pago correspondiente.

Pero Jimmy Morales no es mejor sino todo lo contrario. Ha hecho su campaña capitalizando la antipolítica que emergió de las manifestaciones ciudadanas. La imagen de candidato ciudadano que blasona se sustenta en una mentira pues representa a lo más extremo de la derecha guatemalteca. Ha recibido el apoyo de personajes tenebrosos como el asesino convicto de Monseñor Gerardi, el de los sectores representados por la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua) y la Fundación Contra el Terrorismo. Casi un 40% de su financiamiento declarado proviene de exmilitares vinculados a la guerra sucia y la corrupción. Y es un hecho que la parte fundamental del establishment guatemalteco, es decir cúspides empresariales, grandes medios de comunicación, cúpulas políticas de la derecha (entre ellas el moribundo Partido Patriota de Pérez Molina) lo están apoyando y financiando. Morales puede ser una buena persona, le doy el beneficio de la duda, pero no está preparado para gobernar y los intereses que representa son los que han sumido a Guatemala en la situación en que se encuentra.

Por todo ello, yo, por Sandra.

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