Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

No tengo todos los años del mundo en este oficio, pero sí he recorrido camino para entender que somos parte de un sistema en el que, sin importar las elecciones que hagamos, los ciudadanos estamos relegados y dejamos de ser prioridad de la clase de políticos y sus socios financistas simple y sencillamente porque nuestra indiferencia nos hizo una presa fácil y, además, tolerante con la corrupción, la impunidad y el tráfico de influencias que reina en nuestro sistema.

Desde que inició este proceso electoral nunca tuve el dilema de pensar a quién le daría mi voto porque entendí que la verdadera elección no estaba en las autoridades que eligiéramos sino en el papel que como ciudadanos decidiéramos jugar para entender, enfrentar, denunciar y cambiar las reglas de un juego que permite robos descarados o hueveos (negocios) bien sofisticados.

Transcurrió la primera vuelta y se borró del mapa, literalmente, a Manuel Baldizón pero nos quedó un Congreso compuesto por los mismos de siempre (LIDER, UNE, PP y TODOS), con los votos suficientes para asegurar que si algo cambia, sea para que nada cambie y para muestra el botón de las reformas que pretenden aprobar a la Ley Electoral y de Partidos Políticos que, como bien dijo el CACIF, no resuelven el fondo del asunto ni nos liberan de la crisis porque, entre muchas otras cosas, no atacan el tema toral del financiamiento político que a mi juicio es el mal por el que empieza la podredumbre.

Ninguno de los dos candidatos ha demostrado ser un fuerte opositor del sistema y ambos se terminaron tapando con la chamarra que éste ofrece y aprovecharon las reglas para no decir quiénes eran sus financistas; no podemos olvidar que al final del día la agenda, los anhelos, los deseos y sueños de estos son los que importan, porque el gobierno se instala para cumplirles a ellos y nada más.

Morales, con dos campañas bajo el lomo, ambas desarrolladas bajo estas perversas reglas, de haberlo querido pudo haber sido categórico y tajante para presentarse como un rotundo reformador, empoderando al pueblo para que bajo su liderazgo alzara la voz y se pudieran forzar y lograr los tan anhelados cambios al sistema. No quiso o no lo dejaron sus financistas, pero eso le quitó la etiqueta de ser un outsider y ya lo hizo parte del sistema.

Torres, que es algo así como decir que en cuatro años Baldetti tendrá chances de ser electa con la única diferencia que la hoy candidata es más inteligente que la hoy presa, es más viva y usa el discurso que algunos quieren oír, pero se sabe que tal y como lo hizo cuando gobernó a Colom y al país, no le entrará a nada de fondo y hará lo necesario para preservar al sistema que le permitió vivir los últimos cuatro años bien holgada y en paz por la impunidad. Se casó y se divorció cuando lo necesitó y eso nos dice de lo que es capaz.

La verdadera elección la tendrán los electores que después del domingo vuelven a valer “madre”; deben decidir entre ser ciudadanos dispuestos a terminar lo que empezó en abril con el afán de abolir todo tipo de porquería (burda o de cuello blanco) o ser ciudadanos que se rasgan las vestiduras y a quienes les gusta hacer leña de árboles caídos.

Veremos qué tan topados somos, si como primera meta y sin importar quién esté a la cabeza, depuramos un Congreso que hoy y en enero, es y será la traba para lograr los cambios que tanto se necesitan si queremos ser una Guatemala más justa, más incluyente y prospera para todos.

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