Cada día nos enteramos de nuevos descubrimientos que se van haciendo en todo el aparato del Estado y que confirman la presunción ciudadana de un total abandono de las funciones públicas esenciales determinadas por nuestra misma Constitución. Todos sabíamos que el país se fue hundiendo en un gran agujero similar a los que paulatinamente destruyeron nuestra debilitada red vial y por ello fue el resultado de una elección en la que se mandó un mensaje fuerte y claro para enfrentar la corrupción. Pero debemos entender que no basta con ese voto popular sino que ahora la sociedad, en su conjunto, tiene que apuntar a la necesaria reconstrucción nacional.
El aeropuerto La Aurora, con sus caóticas condiciones que afectan diariamente a miles de pasajeros y comprometen inclusive la seguridad personal, es un ejemplo claro de la urgencia que tenemos, como país, de salir del atolladero y resolver los problemas derivados de ese abandono absoluto de la función estatal. El nuestro se convirtió, tristemente, en un Estado que no cumple a cabalidad sus funciones por el efecto que tuvo la utilización del poder político para enriquecer a los funcionarios y sus contratistas y es urgente acabar con esos vicios, pero además reconstruir en serio al país para emprender una nueva hoja de ruta.
Hablamos de La Aurora como ejemplo porque pone a la vista las consecuencias del abandono y no podemos continuar así por mucho tiempo. La aviación comercial resiente los efectos perniciosos del deterioro y los pasajeros pagan las consecuencias, lo que afecta no solo a quienes usan sus instalaciones sino también la posibilidad de un desarrollo de inversiones y turístico necesario para explotar con juicio y razón las ventajas naturales y culturales que el país puede ofrecer al mundo.
No es fácil emprender esa ruta, pero es indispensable que lo hagamos cuanto antes porque cada día que pasa el país sufre las consecuencias de tanto año de abandono. Así como se quedó sin gradas eléctricas el aeropuerto, la infraestructura nacional se encuentra en condición crítica y será imperioso su rescate porque ante la certeza de fenómenos naturales de diversa índole, se pueden producir mayores catástrofes.
Es momento de que todos aportemos para emprender una nueva ruta que nos permita soñar con un futuro alentador, en el que se generen oportunidades. Un futuro en el que el desarrollo humano sea el eje central de las políticas públicas y el Estado sea el gran facilitador de medidas que permitan concretar los sueños.
Todos sabemos lo mal que dejaron al país los últimos gobiernos, especialmente el más reciente, pero con lamernos las heridas no ganamos nada y ahora debemos impulsar una nueva etapa de eficiencia honesta en la vida nacional.