LITERATURA
Cervantes, olvido y memoria
Méndez Vides
En los días previos al desastre de la pandemia, vino a Guatemala Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia de la Lengua Española, institución muy respetable, aunque discutible desde el punto de vista de quienes consideran ocioso controlar un idioma vivo y desobediente. Entonces tuvimos una breve conversación, donde casi sacó la espada porque su rigurosidad histórica fue contrariada por mi pasión por la obra de Bernal Diaz del Castillo, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, que es a mi juicio el equivalente al Quijote, porque es una gran novela de aventuras que expone la condición humana, escrito alrededor de 1568 y que fue publicada en 1632, es decir anterior al Quijote (1605) y publicada mucho tiempo después.
El conato de ira me resultó lógico porque el académico es abogado, historiador, pero no sabía entonces que él estaba empeñado en escribir un gigantesco volumen sobre la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, titulado a secas Cervantes (Critica, 2022), que es un trabajo intelectual admirable, que verdaderamente aumenta la admiración hacia el novelista y hacia el biógrafo meticuloso. Al leer el libro comprendí su repentina reacción incómoda, porque él seguramente sospecha de la invención.
Muñoz Machado ya era conocido por Hablamos la misma lengua (Crítica, 2018), pero la nueva obra sobre el alicantino lo impulsó aún más alto, porque escribió una biografía más allá de la vida, sobre los acontecimientos que se suscitaron después de la muerte de Cervantes, de hace más de 400 años (1616) hasta la actualidad. Aclara versiones, decires y destaca la negra ingratitud de los españoles por dejar a Cervantes en el olvido por siglos, bajo la sepultura de su obra maestra. El Quijote se ganó el respeto, pero al autor no se le honró en vida, ni por siglos después de ser enterrado.
Se decía entonces, que un hidalgo tenía que optar por la milicia, la Iglesia o los puestos de funcionario para la monarquía, porque para la escritura se requería de un protector o mecenas, y Cervantes solo recibió migajas. Y como lo de la religión no le atraía optó por ser soldado y luego se ofreció para funcionario, incluso para venir a Guatemala, pero le negaron la solicitud. Participó en la famosa batalla de Lepanto, que le costó la pérdida de un brazo, y fue prisionero por años en el desierto, y conoció dos veces la cárcel. No hubo alabanzas tras su muerte, lo que en realidad tampoco importa al fallecido, pero sí a los suyos, y no tuvo amigos que sintieran su partida, porque fue objeto del rechazo y olvido. El escritor más grande en español no encontró paz, sufrió penalidades y hasta tuvo que aguantar dos años antes de su fallecimiento la aparición de la segunda parte del Quijote de Gómez de Avellaneda, seudónimo de quien así se burlaba de él. Es obvio que los autores desaparecen, y solo queda su obra.
El caso de Bernal en nuestro lado es aún más triste, porque no vio publicada su obra, y se le disminuyó y aún ataca por la carga de imaginación, poniéndose en duda su valía por querer a la fuerza encontrar objetividad histórica en la narración extraordinaria. El autor es todavía motivo de críticas y rechazo, y su obra todavía no se difunde como le correspondería, al lado de la extraordinaria del caballero de la triste figura.
La voluminosa obra de Muñoz Machado sobre Cervantes no tiene desperdicio, es un ladrillo para disfrutar, desvela intrigas y desnuda ataques a una obra literaria que es pura ficción, donde el especialista va aclarando las dudas o dejando abiertas las preguntas, porque cada vez nos acercamos más y alejamos de la verdad. Y después de todo, quizá lo único que vale la pena es que el autor del Quijote vivió una vida asombrosa, y el aporte de esta nueva biografía reside en exponer las raíces y taras de nuestra cultura.