Juan Alberto Sandoval Aldana
Escuela de Historia
Universidad de San Carlos de Guatemala
La celebración de la nochebuena y la navidad el 25 de diciembre, motivan anualmente la creatividad de los guatemaltecos que montan en el lugar principal de sus casas, un altar en el que se representa de forma plástica, el momento en que Jesús nace en un portal de Belén de Judá.
Para lograrlo de mejor manera, alfareros, modeladores, ceramistas y artesanos de las ciudades que cuentan con talleres de producción para estos oficios, realizan obras de arte popular, únicas e irrepetibles, por ser modeladas a mano, sin la utilización de moldes, usando como materia prima el barro, pigmentos, piezas de alambre, fragmentos de telas y materiales biológicos, consignando nosotros, a manera de ejemplo, los talleres de La Antigua Guatemala, San Miguel Totonicapán y Chinautla.
Alternan las obras de arte popular que en estos centros de producción se realizan con otras de arte culto, que son talladas en madera con técnica exenta, luego policromadas y doradas a fuego, colocadas en el suntuoso marco del altar/nacimiento que se elabora para presidir de igual forma la casa señorial en las grandes urbes, que en la vivienda sencilla de adobe en los campos al interior de la república.
En la construcción del nacimiento se colocan elementos naturales que reproducen el paisaje guatemalteco, logrado con telas arrugadas, cubiertas de brea para lograr reproducir la orografía local, decoradas con serrín pintado o musgo, en cuyos senderos a escala, van a pie, comerciantes con su carga y pastores de ovejas, pasando cerca de lagos hechos de retazo de vidrio y papel de china azul, en los que grupos de pescadores realizan su tarea cotidiana, todos los personajes creados por manos guatemaltecas.
En las plazas logradas a escala en el centro del nacimiento, se reproducen los edificios principales de los pueblos, con sus mercados, en los que grupos sociales son retratados por los ceramistas y alfareros en el que hacer del día, en lo cotidiano, rodeados de ornamentos sagrados tomados de la cosmovisión maya que completan el escenario, tales como la señorial presencia de la manzanilla en sartas, la acícula de árbol de pino trenzada con fibras de maguey en “gusanos” y la hoja de pacaya, junto a los efluvios que emanan de la quema del Copal Pom en apaste de barro y la belleza colorida de la flor de Pascua, nativa del occidente guatemalteco, desde su sacralidad, elementos que provocan la sensación olfativa y enriquecen el estímulo visual del color y texturas junto a los pastorcitos de barro, organoléptica que delata la existencia y proximidad de un nacimiento.
Las obras de bulto redondo realizadas por maestros escultores, cargadas de erudición para representar el “misterio” o conjunto integrado por las imágenes de Jesús, María y José, la trinidad terrenal, inspirados en fuentes hagiográficas de la iglesia, son colocadas en el lugar principal que preside el montaje de los nacimientos de las grandes residencias y edificios oficiales, mientras que las obras de arte popular son destinadas al acervo de las casas pobres y capas medias, las que por su expresión estética, son logradas por artistas en talleres rudimentarios de origen individual o familiar, categorizadas como artesanías populares.
En estas piezas, que son regularmente pequeñas piezas tridimensionales, de producción anónima, se imprime el carácter empírico y funcional que distingue las modalidades “vivas” de creación artística y artesanal de los individuos que se dedican al oficio de alfareros, ceramistas y modeladores, herederos de los grandes artistas anónimos, para nosotros, que se pierden en la gran noche maya, y que con sus manos realizaron obras de arte suntuario y utilitario desde los periodos formativos que en la actualidad forman parte del patrimonio arqueológico nacional.
Lo anterior lo podemos explicar cuando encontramos que las costumbres de los grupos minoritarios dominantes y hegemónicos son reinterpretadas por los grupos subalternos, que integran la base de la superestructura de la sociedad, quienes las matizan con su acerbo propio, saturándolas con aportes que les dan carta de propiedad y cierto encanto y calidez, que las enriquece.
La veta creativa de los pueblos ancestrales de Guatemala se diversifica a partir del siglo XVI, al unirse a otras ideas que se logran con nuevos recursos, materiales, técnicas, colores y utensilios, surgiendo nuevas formas y modelos de elaboración de las piezas artísticas que motivan la creación en talleres y centros de producción artesanal, en cuya actividad productiva se refleja el sincretismo religioso y cultural que se desarrolla durante el periodo de dominación hispánica en esta parte del sur de Mesoamérica.
Según investigaciones realizadas por el Licenciado Luis Luján Muñoz, entre el siglo XVI y XVIII se registran en Santiago de Guatemala, quince talleres de artesanos dedicados al oficio, quienes obtenían el barro en terrones extraídos de los suelos del municipio de El Tejar, Chimaltenango, para luego ser convertidos en polvo fino utilizando molinos de rodillo grande, impulsado con fuerza humana, modelado posteriormente a mano, creando las piezas antropomorfas y zoomorfas que reproducen en las figuras de personajes que habitan en el altiplano occidental, valle central y el norte del país, la vida misma de los pueblos guatemaltecos, sus costumbres, vestidos, oficios y formas de producción, incluyendo actividades agrarias, piezas de ganado bovino, aves, reptiles y flores de la campiña guatemalteca, parea ser colocados en “nacimientos” que por esas condiciones y las obras de arte que lo integran, adquieren características únicas, que pueden ser regionalizados y catalogados como creaciones propias, sobresaliendo los que se realizan en los departamentos de las Verapaces al norte, Quetzaltenango, Totonicapán y San Marcos al occidente, Sacatepéquez y Guatemala en el valle central.
En la costa del océano Atlántico y la del Pacífico, los nacimientos adquieren otras características presentando la actividad comercial en puertos y la pesca artesanal propia de cada región.
Entre los principales creadores de esta gama de artesanías que enriquecen los nacimientos en todo el país figuran los nombres de artistas de gran trascendencia que gozan de amplio reconocimiento local e internacional, siendo factible identificar a los maestros Francisco Montiel, Hilario Tabin, Víctor, Manuel y Florencio Rodenas González, Oscar, Ángela y Jesús Rodenas Pérez, Marcelino Monroy y José Antonio Méndez Obregón, este último famoso por ser el creador de la alcancía en forma de Tecolote, miembros todos de familias de larga trayectoria en cerámica pintada y alfarería que mantienen viva esta tradición navideña.
La confección de pastores se diversifica en cada región. La antropóloga Rosa María Álvarez refiere que la Señora Basilia Carrillo, desde 1903 realiza pastores en otra modalidad, utilizando alambre para la estructura de las figuras, tela y papel de china para el encarnado y fibra de cibaque para las extremidades, piezas antropomorfas de personajes indígenas que viste con fragmentos de telas cuya urdimbre es tejida en telar de cintura, que identifican las distintas etnias guatemaltecas, trasladando sus conocimientos a sus hijas Martina y Mercedes Quintanilla, quienes continúan con la elaboración de pastorcitos, inculcando la tradición en sus hijos de apellidos Ponce y Márquez, quedando guardados los secretos de esta manualidad, en el seno de una antigua familia.
La “niña” Anita Meda, por más de 50 años elaboró los pastorcitos de telas típicas en miniaturas, lo que significó una oferta de gran aceptación por lo novedoso, siguiendo la escuela creada por doña Basilia Carillo, dando continuidad y variante a esta artesanía guatemalteca que enriquece el montaje de los nacimientos dotándolos de identidad. Usualmente se crean parejas, hombre y mujer, llevando atributos que describen sus oficios y ocupaciones, colocados los personajes de pie, apoyados en peanas de cartón, alcanzando las obras, alturas de los 2 centímetros las miniaturas, hasta los 15 centímetros de la talla normal para su elaboración.
En resumen, podemos concluir que la elaboración de pastorcitos, actividad cargada de agradables anacronismos materializados en camellos, caballos y elefantes jineteados por personajes europeos, árabes y asiáticos, que pasan al pie del volcán de Agua entre ranchos de caña y techo de paja o entre los hatos de ovejas que pastan en campos y veredas de las campiñas quetzaltecas, interpretadas por artistas anónimos que construyen el nacimiento en los que hemos de calificar de indispensable la presencia de estas obras de arte popular para el montaje del nacimiento, siendo difícil la comprensión del nacimiento guatemalteco sin pastores de barro o tela, como producción cultural local, en la misma medida que no se comprende un nacimiento si le faltara la presencia de los elementos tomados de la naturaleza motivada en esta etapa del año y que ornaron los altares en los que nuestros antepasados mayas celebraron grandes festivales estacionales por la llegada del solsticio que finaliza el invierno boreal en otras latitudes del mundo y da paso a la nueva primavera, como una nueva ocasión para la vida y la fertilidad de la tierra, especificidad cultural local que aprovechan los primeros evangelizadores en los albores de la Guatemala mestiza, para introducir el cristianismo divulgando su principal acontecimiento: El nacimiento de Jesús.