Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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En abril de 2019 mientras deambulaba por el lobby del impresionante hotel en Shanghái en donde me hospedaba -estaba allí en un viaje oficial a China como parte de una delegación de Morena y del Partido del Trabajo de México-, me topé con una galería de fotos de huéspedes distinguidos de aquel hotel. De manera distinguida en aquella galería se encontraba una fotografía enmarcada de Henry Kissinger con una leyenda que lo mencionaba como “gran amigo del pueblo chino”. Tan amigo de China fue que hace apenas unos meses se reunión en Beijing con Xi Jin Ping. Confieso que me sorprendió la benevolencia con la que se mencionaba a quien fue el artífice de las más perversas acciones imperialistas durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford (1969-1977). 

Después de la conmoción inicial, pensé que en efecto Kissinger fue autor intelectual de hechos terribles, pero también fue un connotado académico y es visto como un estadista. A los 100 años, Kissinger murió apaciblemente en Connecticut el pasado 29 de noviembre de 2023.  Rodeado de sus familiares y en medio de gran respetabilidad.

Para los parámetros del establishment estadounidense, Kissinger fue un decidido, eficaz y brillante servidor de los intereses de su patria. Empezando por su servicio militar en la Segunda Guerra Mundial en donde su talento, su conocimiento del alemán y de la propia Alemania (había nacido en Baviera en 1923), lo ubicaron rápidamente en los servicios de la inteligencia.  Sucedió en el contexto de la invasión aliada a Francia y Bélgica y en camino hacia una Alemania nazi que se encontraba en proceso de ser derrotada. Kissinger cumplió con distinción la tarea de detectar a integrantes del Partido Nacional Socialista y de la Gestapo en el contexto de la ocupación de Europa occidental de los aliados. 

En la posguerra, su carrera académica en Harvard y la que hizo en política en el Consejo Nacional de Seguridad, fue meteórica y brillante hasta llegar a ser el principal en dicho Consejo a partir del mandato de Nixon y posteriormente durante algunos años, ser al mismo tiempo secretario de Estado y consejero nacional de seguridad.

Durante esos años Kissinger fue el artífice de la política imperial de Estados Unidos. Advirtió en el cisma sino-soviético la oportunidad para iniciar una alianza con China que debilitaba a la URSS y posteriormente también fue artífice de una distensión con la Unión Soviética a partir de los acuerdos de contención nuclear. Fue el cerebro detrás de los golpes de estado que iniciaron las sangrientas dictaduras militares de Banzer en Bolivia (1971), Bordaberry en Uruguay (1973), Pinochet en Chile (1973), Videla en Argentina (1976). 

También estuvo involucrado en la Operación Condor, articulación represiva transnacional en la que participaron las dictaduras ya mencionadas además de la de Paraguay. Además, estuvo vinculado a la asesoría represiva al ejército colombiano. Ni que decir de las decisiones en las que se vio envuelto con relación a la guerra de Vietnam entre 1969 y 1975 y en el brutal bombardeo a Kampuchea en 1973. También fue el diseñador de la política imperialista contra los movimientos de liberación nacional en Angola, Zimbawe, Sahara Occidental y Timor Oriental.

El que le otorgaran el Premio Nobel de la Paz junto a Le Duc Tho en 1973, por haber logrado una pausa en la guerra de Vietnam (premio que éste último devolvió en un gesto de dignidad), forma parte de las barbaridades que han cometido los que deciden a quien dar ese premio. Las acciones imperialistas que fraguó Kissinger costaron cientos de miles de vidas. Al mismo tiempo Kissinger fue un hábil negociador, partidario de la distensión cuando ésta rendía más dividendos políticos que la confrontación. No es casual que su sabiduría en la geopolítica mundial lo llevara a considerar un mayúsculo error político la expansión de la OTAN que ha sido causante de la guerra de Ucrania y como él mismo lo advirtió, un serio peligro para la sobrevivencia de la humanidad.

Ha muerto Kissinger en medio de halagos que lo retratan como un gran estadista. Desde la perspectiva maquiavélica que separa la política de la moral, en efecto lo fue. Muere también en medio de señalamientos que lo consideran un artífice de genocidios, cuando menos criminal de guerra. En todo caso, examinar la biografía de Kissinger, un sujeto que actuó de manera racional de acuerdo con los intereses del imperio estadounidense, hace inevitable que uno lo asocie a la banalidad del mal sobre la que alguna vez escribió Hanna Arendt. 

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