*Isabel Pinillos
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La noche del jueves pasado, debido a las lluvias incesantes y la ley de la gravedad, se desplomaron más de 17 mil metros cúbicos de tierra de una ladera sobre un centenar de casas del Cambray II, robando de aliento vital a más de 180 personas, y alrededor de 300 aún sin poder ubicar.
Más allá de las cifras, en los albergues temporales instalados, se observan las miradas perdidas de los sobrevivientes, que no sienten consuelo en estar con vida, cuando ven la muerte a su alrededor. Sus seres queridos, sus pertenencias, sus sueños y sus anhelos se han esfumado en un instante entre toneladas de tierra, concreto y lodo.
Esta tragedia no tiene sentido. ¿Cómo explicar en una celebración del Día del Niño, que varios de ellos ya no verían la luz del sol, y que sus juegos serían enterrados para siempre? ¿Qué consuelo se le puede dar a un abuelo que en el lugar donde estaba su casa, se encuentra ahora una montaña en donde descansan trece de sus nietos? El dolor es demasiado grande, y es muy difícil comenzar a reparar los corazones rotos que ha dejado este desastre. Como una señal de esperanza, en el corte de tierra del deslave, se dibuja la imagen clara de una madre acongojada, rezando por sus hijos.
En medio de este luto nacional, los cuerpos de rescate, héroes con casco, trabajaron como hormigas sin cesar, para salvar la mayor cantidad de vidas en las primeras 72 horas críticas. En la siguiente etapa, con nudos en la garganta se dispusieron a buscar los restos de aquellos que seguían soterrados, para entregarlos a sus familias.
Fue abrumadora la respuesta inmediata por parte de la sociedad civil que se encargó desde las primeras horas de abarrotar hasta la saciedad los centros de acopio con alimentos e insumos de primera necesidad. La iniciativa privada se organiza ahora para construir nuevas viviendas para los damnificados y el Congreso anunció la entrega de 20 millones para dicho fin. Pareciera que de pronto, la protesta de la plaza de semanas atrás se transformó en una gran maquinaria de solidaridad hacia los hermanos de Cambray.
Cabe mencionar que las acciones de la Conred cumplieron con los más altos estándares de exigencia, ciñéndose en todo momento a protocolos de seguridad reconocidos mundialmente, teniendo como prioridad la seguridad de las personas en el área. Se han sumado a este esfuerzo un sinnúmero de instituciones nacionales e internacionales de ayuda humanitaria.
Es grande el heroísmo mostrado por los todos los hombres y mujeres que han dado todo de sí, para responder a esta emergencia. No obstante, ésta sigue siendo una de las peores fatalidades que ha vivido Guatemala en los últimos años. Cómo no va a serlo, cuando pudo haberse prevenido, y la municipalidad fue advertida de los riesgos por la misma Conred. Es triste y lamentable pensar que los esfuerzos de las autoridades municipales por evacuar a la población fueron tímidos, debido a que estas acciones –difíciles de ejecutar– no generan simpatía ni votos entre los vecinos.
Cada quien escoge el lugar donde vivirá de acuerdo a sus posibilidades, pero para muchos no hay alternativas. Es por ello que debemos exigir los planes de ordenamiento territorial y el cumplimiento de los reglamentos municipales para tomar conjuntamente las medidas que sean necesarias para salvaguardar las vidas de los vecinos. Si algo debemos de aprender de los trágicos eventos es que de acuerdo al informe de zonas de alto riesgo presentado por la Conred, la tragedia volverá a suceder. Después de los escombros cabe preguntar ¿podremos prevenir otro Cambray?
*Puente Migraciones







