A la tormenta política creada por quienes insisten en darle vuelta a la voluntad popular y desconocer el resultado de las elecciones se vino a sumar una depresión tropical en el océano Pacífico que ya ha causado estragos en algunos departamentos del país y cuyos efectos pueden damnificar a muchas personas, sobre todo tomando en cuenta la fragilidad de nuestra infraestructura. Y es que años de descuido, generado por la corrupción que privilegia la sobra ante la obra, coloca en mayor vulnerabilidad a muchas poblaciones y, ante la ausencia de verdaderos planes de prevención, se impone que como sociedad seamos proactivos y solidarios con quienes sufren los embates de los disturbios climáticos.
Y vivimos realmente tiempos tormentosos porque a pesar de la calma chicha que se vive ahora en el tema político, no podemos olvidar que persisten los esfuerzos y que está intacto el plan fraguado para impedir un cambio del sistema que deje fuera los dos peores factores existentes, es decir la corrupción y la impunidad. Preocupa mucho la forma en que muchos actores se hacen de la vista gorda frente a los descarados casos de saqueo del erario, lo cual se tradujo en una absoluta perversión del Estado de Derecho que prácticamente dejó de existir para facilitar esa forma de apañar esos delitos y para inventar otros en contra de quienes critican el modelo.
Los guatemaltecos hemos demostrado en anteriores oportunidades nuestra disposición a colaborar mutuamente cuando se presentan grandes problemas, como fue el terremoto de 1976 y otros desastres naturales que han causado destrucción y muerte. Ahora, cuando no se trata de una simple sacudida ni de una tormenta pasajera, sino de un vicio profundamente enraizado que se resiste a aceptar el rechazo de la población expresado en las urnas, también hace falta esa solidaridad, ese entendimiento y esa capacidad para trabajar con base en acuerdos para privilegiar el bien común.
Y tenemos que demostrar, una vez más, que en los momentos más críticos de la historia los chapines dejamos por un lado nuestra indiferencia para asumir posiciones y compromisos, pensando más allá de lo que creemos que nos afecta de manera directa y esforzarnos para hacerle frente a la adversidad.
Las dos tormentas que hoy dañan a tantos habitantes del país deben ser enfrentadas conjuntamente por una población que debe integrarse para resolver los problemas que la deteriorada institucionalidad no permite resolver, como puede ser un desastre natural, de los que se dan tan frecuentemente, o el desastre político que está enraizado y pretende continuar pese al rechazo abrumadoramente mayoritario de la población.