Un país dividido y polarizado, con una de sus peores crisis políticas desde 1986 y que se encuentra encaminado hacia una nueva guerra civil. Ese es el país que el presidente Alejandro Giammattei, principal responsable de esta situación, dejará a Bernardo Arévalo al entregar la presidencia el 14 de enero del próximo año.
El de Giammattei ha sido, con diferencia, el peor de los gobiernos de la llamada “era democrática” de Guatemala, la cual dio inicio en enero de 1986 con la toma de posesión de Vinicio Cerezo Arévalo de la Democracia Cristiana. Y eso que hemos tenido pésimos gobiernos en este período, destacando los de Jorge Serrano Elías, Alvaro Colom, Otto Pérez Molina y el de Jimmy Morales. Incluso puedo decir que este gobierno ha sido peor que los gobiernos militares de la década de los 70’s.
La animadversión generalizada que existe contra el presidente Giammattei y su círculo más íntimo, que incluye al señor Miguel Martínez, es notoria y espontánea. Los incidentes con el exdirector del Centro de Gobierno en el estadio Doroteo Guamuch Flores y a la salida de la iglesia de La Merced en Antigua Guatemala son ejemplos claros de que los guatemaltecos estamos hastiados de la corrupción y de sus caras más visibles.
El país estuvo paralizado casi por dos semanas debido a una serie de bloqueos, más de 100, a lo largo y ancho del país, lo cual no es bueno para nadie; aunque es entendible que no fue sino hasta que paralizaron el país, que la protesta de los 48 Cantones fue tomada en serio. También se debe entender que estos bloqueos no los organizó el presidente electo Arévalo (a quien por cierto le ha faltado pericia en materia política para manejar esta situación tan compleja).
Los primeros en organizar bloqueos, incluido un plantón en la sede del Ministerio Público en Gerona, fueron los líderes de los 48 Cantones de Totonicapán, a quienes se unió la alcaldía indígena de Sololá. La indignación es tal, que muchos otros grupos se han sumado a este movimiento. También se han formado grupos de personas contrarias a los bloqueos. Los más execrables han sido los grupos infiltrados (que los ha habido) y quienes con armas de fuego (como en Malacatán) han disparado en contra de los manifestantes, con desenlaces fatales. A todo esto, grupos de fascistas trasnochados exigen al presidente sacar al ejército a las calles para disolver los bloqueos, incluso declarando que el “derramamiento de sangre” será inevitable. En mi humilde opinión, estamos dirigiéndonos hacia otro enfrentamiento armado interno. Si uno estudia, aunque sea un poquito de historia, puede ver que la situación en la que estamos es similar a la que dio origen al Conflicto Armado Interno en época de Ydígoras Fuentes.
En medio de toda esta vorágine está el empecinamiento de la jefa del Ministerio Público y de sus principales fiscales de no renunciar a sus cargos. La dimisión no se les pide por investigar las anomalías de la inscripción del Movimiento Semilla, sino por secuestrar las actas 4 y 8 de las elecciones y pretender anular todo el proceso electoral. Y por supuesto que no podemos creerle, ni a Giammattei ni a Porras, debido a la lamentable trayectoria que ambos tienen de mentir descaradamente y de tergiversar los hechos en sus declaraciones, cuando ellos dicen que no van tras el resultado de las elecciones. Todas las acciones del MP (refrendadas por sus “voceros” en netcenters) indican que van tras los resultados y que no permitirán que Arévalo tome posesión.
La petición de renuncia que hacen los 48 Cantones va en función de esa güizachada que el MP quiere hacer ver como algo legal. Giammattei y su círculo se aprestan a dar un golpe a nuestro sistema electoral con tal de preservar la impunidad para los innumerables actos de corrupción de su gobierno que no han sido investigados por su cómplice en el MP. Lo que queda es llegar a acuerdos entre quienes sí deseamos vivir en democracia y unirnos en un frente común contra quienes nos quieren arrebatar lo poco que queda de democracia.