Eduardo Villatoro

Una de estas tardes, cobijado solitariamente en mi pequeño, pero –para mí- acogedor estudio y escuchando música de mi predilección, después de haber leído sin prejuicios y serenamente a solemnes columnistas y a otros cegados por su efímera notoriedad, que son como una especie de lumbreras que iluminan el oscuro sendero de quienes no contamos con sus conocimientos, me detuve a cavilar en torno a qué les impide a estos últimos que buscan el bienestar de la patria, a reunirse en una multitudinaria asamblea con el desinteresado propósito de conjugar sus luminosas ideas para elaborar en un solo planteamiento, el camino que se debe recorrer para alcanzar esa ansiada meta que casi todos los guatemaltecos nos proponemos: vivir en paz, armonía, en el goce de la más amplia libertad y en el seno de un sistema auténticamente democrático, representativo, incluyente, en similares condiciones de respeto mutuo, sin ambiciones desbordadas, en fin, rehacer una patria nueva en la que absolutamente todos sus habitantes tengamos acceso a la cultura, la salud y la felicidad.

Más de alguno de mis contados lectores estará pensando que estos apuntes no son más que burda ilusión, fantasiosa concepción surrealista, sueño sin fronteras, una simple mariguanada.

Están en lo correcto. Pero tengo mis razones para exponer esos pensamientos que debería arrinconar en lo más íntimo de mi conciencia, especialmente cuando leo o escucho a filudos analistas que durante los últimas meses han proliferado por doquier, lanzando sentencias admonitorias, con el ceño fruncido si participa en un foro televisivo, ya sea en calidad de anfitrión o invitado, y básicamente aluden con desdén a uno de los dos candidatos sobrevivientes; y cuando escriben en diarios impresos suelen utilizar argumentos falaces, causándome la impresión que sus arrebatados de egolatría son consecuencia de sus frustraciones de ocultas aspiraciones político partidistas, porque habiendo realizado profundos estudios de filosofía, antropología social, politología o sociología en prestigiosas universidades extranjeras, se preguntan por qué no ha sido ellos, cabalmente, los escogidos por las masas, el populacho ignorante o los estratos socioeconómicos más ilustrados para encabezar la cruzada de salvación nacional, sino que la mayoría se decanta por un “simple payaso sin experiencia” que desde la severa y juiciosa perspectiva de estos científicos sociales, nos arrastrará a los guatemaltecos al abismo si no reaccionamos a tiempo.

Similares reflexiones me surgen cuando escucho a pedantes muchachos recién salidos de la universidad, que se empalagan en farragosas exposiciones incomprensibles para el embobado televidente, que no sale de su asombro ante tan grandilocuentes análisis llevados al paroxismo y bajo una catarata de disimulados autoelogios, estimulados por otros colegas que se esmeran en elevarlo a las extrañas alturas de su ensoberbecido ego.

No me refiero en absoluto, que conste, a los analistas objetivos, serios, prestigiosos, que al elaborar sus exposiciones toman en cuenta todos los componentes del caso.

(Lo más probable –me dice el locuaz Romualdo Tishudo- es que el almuerzo te hizo mal, no te enchamarrarte bien y no tomaste tu lanzoprasol).

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