Al proclamarse la independencia de España, luego en 1871 y con la caída de Carrera y de Ubico, en las generaciones hubo una esperanza eufórica y generalizada, de que la libertad y la democracia traerían una vida mejor a todos. Sin embargo, generación tras generación, se fue perdiendo la esperanza a tal punto que no sabemos si en nuestras nuevas generaciones, ya la antidemocracia dejó de ser un fantasma de nuestro cerebro.
El problema es que, en nuestra historia política, régimen tras régimen, bajo dictaduras o no, los pocos que han perseguido grandes proyectos sociales, han abrazado la ideología en lugar de la verdad y la filosofía.
En todas las generaciones han existido testigos oculares, informantes y narradores e investigadores, sobre los horrores de nuestra forma de gobernarnos y los miles de cadáveres quedados en ello, son testigos fieles de cómo esas atrocidades de explotación. De una herencia de privilegios, creadora de élites que han gobernado sin justicia y sin pausa.
Nuestra lucha por formas justas de gobernar, la liberación del régimen militar autoritario, no ha traído los frutos esperados, pues el poder y sus beneficios sigue en las mismas manos, aunque sí se logró eliminar los rasgos más odiosos de alta violencia y muerte de la dictadura política. Pero bajo el dominio de fuerzas económicas cargadas de privilegios a base de dádivas e injusticias, de amiguismo, nepotismo y favoritismos, la actividad política y sus frutos, han quedado a perpetuidad en las mismas manos y la actividad política ciudadana se ha volcado únicamente al voto, iniciando muchos ciudadanos, especialmente a partir del siglo XXI la migración a tierras ajenas, en lugar de proseguir la lucha, favoreciendo con ello el mantenimiento de una condición que yo llamaría: libertad sin justicia. He acá el meollo del asunto.
Creo que el desarrollo del proceso de democratización no ha sido resultado de profundos procesos políticos que surjan de un aumento de conciencia democrática dentro de la población y de su valorización alta, sino surgieron y siguen surgiendo, de las profundidades del autoritarismo bajo la influencia de la presión y la resistencia de una sociedad civil, que se estrangula y que en momentos dados (sin programa político y ciudadano alguno) «empujan» a los regímenes a una cierta liberalización y hasta ahí. En realidad, el modelo democrático no ha caminado y ha tenido como debilidad, una falta de apoyo de amplios sectores de la clase media, la intelectualidad, los trabajadores, los tecnócratas y empresarios y por consiguiente, no existe en la ciudadanía, una mentalidad democrática.
Los procesos de movilización social y activación de diversos grupos sociales, son pobres aún, en cuanto a planteamientos, organización y fin. No han madurado y por consiguiente, no han permitido la formación de un amplio movimiento de oposición y si bien la apertura partidista se da, esta es un reflejo de lo que sucede a nivel gubernamental: intereses personales de sus fundadores y dirigentes, dentro de estos, de una élite, simulando lo que sucede a nivel gubernamental.
Un ejemplo de cómo el azar y no la planificación política es el influyente, nos lo dan las elecciones democráticas de hace algunos meses. Nadie daba un centavo por el partido que ganó la presidencia. Ese nuevo Ejecutivo pronto a tomar posición, pese a que la Constitución proclama a Guatemala un Estado democrático de derecho con equilibrio de separación de poderes, prácticamente gobernará con una clara oposición de los poderes corruptos que maniatarán toda iniciativa del Ejecutivo. Legislativo y Judicial son bastiones de injusticia, corrupción e incompetencia; son poderes que desde siempre han mostrado especial atención a la condición jurídica de empresas y grupos privilegiados y chantajistas, dejando a un segundo plano y sin garantizar los derechos y libertades civiles y desprotegiendo los derechos sociales de los ciudadanos.
En estos momentos, el factor más importante al proceso de democratización se cierne sobre la crisis socioeconómica y la necesidad de reformas estructurales urgentes. El programa que está en oferta por la próxima dirección ejecutiva, incluye lucha contra la corrupción, reorganización del sector público, medidas financieras y antiinflacionarias y reforma administrativa. Todo lo anterior demanda de un profundo consenso público sobre el futuro democrático del país, pero ese consenso demanda de consenso político para superar los problemas fundamentales del desarrollo nacional. Este es difícil pues los partidos obedecen más a intereses personales que partidistas o nacionales. Recordemos que el gobierno que está por asumir, tendrá que romper el orden establecido de dominio de la política tradicional y ampliar el espacio de la democracia y la consolidación democrática de la sociedad. En las circunstancias actuales, es un gran reto y quizá el más importante del nuevo gobierno.