Hace 8 años, tras aquel destape de los casos de corrupción que llevó a la cárcel al Presidente y la Vicepresidenta de la República, evidenciando la podredumbre de nuestro sistema político, hubo voces sensatas que en la plaza dijeron con toda claridad y entereza que “en estas condiciones no queremos elecciones”, puesto que entendían que el problema era mucho más profundo que el papel de esas dos figuras políticas. Y es que el destape de la corrupción dejó expuesta la perversión de nuestro modelo político que se ha centrado básicamente en el aprovechamiento de los recursos públicos y que en estos dos últimos períodos superó con creces, aunque parezca imposible, a los gobiernos anteriores.
Pero el mismo sistema entendió el riesgo que corría y la emprendió contra ese llamado a no realizar elecciones, afirmando que se debía descartar ese “radicalismo” porque era en las urnas donde teníamos que resolver el problema. Y todos los políticos estuvieron de acuerdo con los que se lanzaron en contra del llamado a no realizar elecciones, porque entendieron que allí estaba el camino para mantener sus privilegios y evitar sobresaltos derivados de un rechazo a creer posible que, votando, se resolvería todo. Inmediatamente encontraron al títere adecuado, que presumía de no ser corrupto ni ladrón, y lo bañaron en pisto desde la misma campaña para que se asegurara el paso a la segunda vuelta.
Los que entendían la raíz del problema sabían que en las condiciones imperantes no habría más posibilidad que elegir entre los pícaros que estaban, todos, en la jugada y el pueblo, dócil y confiado, hizo una terrible elección invistiendo como Presidente a Jimmy Morales, quien inició todo este proceso de cooptación absoluta del Estado para asegurar las formas del saqueo de los fondos públicos. Y, al ser señalado de haber recibido financiamientos ilícitos, se convirtió en el articulador de la siguiente etapa, la de la impunidad, que inició con la designación de la Fiscal General que aún sigue en el puesto y que ha sabido enterrar todos los casos habidos y por haber.
Tristemente necesitamos un cambio más profundo de lo que parece porque el sistema se ha ido reacomodando y si no puede impedir la investidura de Arévalo, hará micos y pericos, desde el Congreso, las Cortes y otras entidades públicas, para hacerle a él y al pueblo la vida imposible. Por ello es tan importante entender lo que está en juego en estos momentos y que va más allá de las figuras centrales del ataque a la democracia, porque son muchos los políticos que, agazapados, han sabido exprimir los recursos para su propio beneficio acabando con el mandato constitucional de trabajar por el bien común.
Confieso que yo ya había perdido la esperanza, frustrado por la indiferencia de la ciudadanía que me llevó a hablar muchas veces de su sangre de horchata. Pero hoy las cosas son distintas, el pueblo está claro, muy claro, de la situación del país y de la necesidad de un cambio. Votó con esa idea y mentalidad y ahora está plantado frente a las mafias con una firmeza que difícilmente alguien pudo ver venir. Si en el 2015 desperdiciamos la oportunidad, como ha ocurrido tantas veces en nuestra historia, éste es un momento especial, único y seguramente irrecuperable, en el que tenemos la esperanza de establecer un nuevo orden político.