Juan José Narciso Chúa

La situación política sigue siendo la misma, no hay duda. El movimiento ciudadano ha hecho su trabajo y las cosas se muestran halagüeñas de cara al futuro de nuestra sociedad, justamente en términos de contar con una ciudadanía que no dejará que lo sigan engañando, con cualquier cosa. Lamentablemente, como he sostenido en estas columnas, las elecciones se presentaron en el momento más inoportuno, para impedir la posibilidad de continuar con los cambios de fondo, empujados por un pueblo que se lanzó a las calles a mostrar su indignación ante un ejercicio de gobierno deplorable, para usar un adjetivo benigno.

Desafortunadamente, los políticos tradicionales, los grupos conservadores y las élites, no pretenden que las cosas cambien tan diametralmente, por lo que continúan en su esfuerzo -ahora más discreto-, por buscar mantener el estado de cosas, sin ningún cambio en el fondo. Para ello utilizan a los propios candidatos, para que digan lo que a ellos les interesa y busquen convencer con cambios «cosméticos» a la población, como aprobar las reformas a la Ley Electoral y Partidos Políticos, tal como la enviaron a la Corte de Constitucionalidad, y la misma no representa un cambio radical, sino busca mantener el sistema con ligeras concesiones.

Las elecciones, por su parte, nos dejaron con dos opciones, que tampoco representan, por lo menos hasta ahora, cambios de gran calado. Uno de los candidatos, realmente da pena, con sus respuestas superficiales y absurdas. Mientras que la otra, tampoco ha podido renovarse, ni presenta respuestas coherentes, sino al contrario, apresuradas. Ninguno de los dos habla con seriedad, ni mucho menos presenta propuestas que traten de articular las propuestas ciudadanas, nada más buscando quedar bien con la ciudadanía pero con modificaciones superficiales, realmente epidérmicas.

El Ministerio de Finanzas presenta un presupuesto sin sentido, plagado de improvisaciones, alejado de criterios técnicos y más bien vulnerables para un Congreso igualmente irresponsable. La autoridad tributaria y la recaudación se encuentran en su peor momento -desprestigiadas y maltrechas-, que no abonan para traducir la protesta ciudadana, sino se mantiene en la línea que permite el abuso, la irresponsabilidad y la corrupción del legislativo. Mientras los candidatos, tampoco se inscriben en un mínimo esfuerzo por plantear cambios de fondo en el presupuesto.

El presupuesto es un instrumento de redistribución que amerita seriedad en su asignación y criterios técnicos en su distribución. La sociedad demanda cambios, pero pareciera que para muchos las elecciones, presentan una ventana de oxigenación, que permitiría continuar con el mismo esquema tradicional. No se puede seguir únicamente distribuyendo fondos para instituciones caducas, corruptas y oscuras. Se debe iniciar un proceso de rearticulación institucional con asignaciones que apunten a mostrar un gasto que efectivamente se convierta en un instrumento para producir bienestar. No basta lo que se ha hecho hasta ahora, es seguir sobre lo mismo.
No hay que dejarse engañar. Los candidatos no representan nada para el cambio. La composición del Congreso en la próxima legislatura seguirá dominado por los grupos tradicionales, sin sentido del bienestar común, ignorante e indolente ante las necesidades de la sociedad.

La presión ciudadana debe continuar, las movilizaciones deben estar conscientes que los políticos, los candidatos y las élites, no pretenden cambiar nada. Sigamos pendientes de todo lo que ocurre, no nos atengamos, no nos conformemos, es necesario ver más allá de lo aparente.

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