Como primera premisa del truculento silogismo (suponiendo que se llegara a establecer y erguir algo así) tendríamos que admitir que Consuelo Porras y su colosal circo de marionetas recibe el impulso (en sus hilos) de un ente que no es la dependencia que dirige. Esto es, que cuando ataca a Bernardo Arévalo (y principalmente a su bien obtenida victoria presidencial) lo hace porque resulta una especie de muñeco de guignol sostenido y guiado hacia un fin que es la obtención de un golpe de Estado que -en vez del Ejército- emplea a la Fiscalía General de la Nación, al MP. Y, en concreto a la FECI, que no movería un dedo ¡autónomamente! si no fuera guiado por las órdenes de la Sra. Porras ¡y su titiritero mayor!
Sin embargo, para redactar las ideas de la primera premisa, tendríamos que preguntarnos entonces ¿quién es o cómo se llama o dónde está el titiritero que mueve los hilos del MP o de la Fiscalía General o –dicho más sencillamente- de Porras, de Curruchiche y compañía?
Ni los hilos ni las marionetas (o sus guantes) se pueden impulsar y mover solas y dar la representación circense que estamos presenciando. La lógica -o si se quiere el sentido común- nos compelen e impulsan a buscar al que mueve a los deformes muñecos que dan el sainete chusco y esperpéntico que ya comienza incluso a aburrir.
La clase dominante podría ser la más interesada en que el statu quo de alguna manera continúe para encontrar el camino que pueda conducir a conservar en el puesto a Giammattei. O los diversos movimientos que -para lo mismo- se pueden dar en el corruptible Congreso de la República, toda vez que el partido oficial -o de Gobierno- es el mayoritario en esa Casa de espantajos de oro.
A estas alturas del conflicto que se ha armado (que parece ya el pulso entre dos forzudos de barbería) toca dar con el titiritero que también podría ser la clase política, el llamado pacto de corruptos (que nadie sabe bien cuál y quién es) y cierta caja de resonancia (escondida en las columnas de opinión que hoy pululan por aquí y por allá) desde que la Prensa escrita e impresa en papel tiende a desaparecer y en cambio brotan por decenas las columnas en los numerosos medios y en las redes sociales. Por lo que no es absurdo preguntarse también por “intelectuales” que apoyan y resguardan a la oligarquía (que se escabullen en cierta universidad del obispo) y que animan la presencia del statu quo.
Un de suyo inofensivo Sr. Curruchiche no puede tener las alas que asume si no hubiera alguien por detrás que se las dé. Estamos viviendo una especie de golpe de estado en marcha o en progreso que no se movería si alguien muy fuerte no lo hiciera. Ni siquiera Giammattei en solitario podía hacerlo. Pero entonces ¿quién es – y cómo se llama claramente- la figura o el ente gigante capaz de mover los frágiles hilos -que no por serlo- dejan de ejercer una seria amenaza para la sobrevivencia del recién electo Gobierno de Arévalo de León?
Es allí donde está el quid del conflicto y del drama: en descubrir quién es esa fuerza tan portentosa. Una fuerza capaz de emplear servilmente a Consuelo Porras y compañía para intentar dar un golpe que no lo es exactamente porque lo que quiere o querría es mantener lo existente: un golpe para sustentar al legendario y secular statu quo.
Las potencias que se confrontan (internas y externas, nacionales y extranjeras) saben bien (o más o menos) quién es el gigante que impulsa a Porras que no puede actuar sola. Este es el hecho capital y lo repito: ella (Consuelo Porras, Curruchiche y compañía) no podrían estar dando (solitos) la representación de guignol de un golpe de Estado. Atrás de los títeres están los verdaderos culpables o responsables de lo que está pasando y ella es -en todo o en parte- la clase dominante.
De ninguno de los dos lados hay el verdadero y necesario valor para desenmascararse. Las marionetas –porque son en el fondo un poder achacoso y blandengue- y del lado de las clases dominantes: porque no se pueden quitar las máscaras pues es cortar la cabellera de Sansón cuyo corte es un secreto de Estado.
Y así las cosas, el juego continúa ad aeternum, porque es el juego que todos jugamos en los juegos del poder.