Luis Fernández Molina

Con la algarabía de las elecciones se agitan muchos ciudadanos. Algunos -la minoría- con un auténtico celo patriótico, quieren participar para contribuir en la mejora de nuestro país, otros -la abrumadora mayoría- con el interés, casi único, de obtener alguno de los beneficios que se rebalsan de la cercanías del Olimpo -emanaciones del sol- ya sea obtener contratos, manejo de fondos, poder político o aunque sea, un puesto de trabajo, un “huesito” en el léxico popular. Para los caciques de los partidos políticos es muy importante mantener motivadas a estas huestes de voluntarios. Su empuje es necesario, su presencia insinúa multitudes, su bullicio provoca imagen de avance avasallador.

Pero es necesario nutrir el impulso de esos inquietos voluntarios. La principal motivación es, obviamente, la garantía de que “cuando lleguemos al poder” cada uno de ellos tiene asegurado algo. Para unos será tal ministerio, una dirección general, el departamento tal, alguna concesión específica, un contrato de obra, el suministro de ciertas actividades, o al menos, el ya referido huesito. En todo caso “cuello”. Pero son muchos los diablos y muy poca el agua bendita. Muchas ofertas para tan pocos que habrán de ser favorecidos. Si estos activistas se lograran reunir en un mismo lugar cuestionarían ¿habrá chance para todos? Llegarían a la conclusión de que por algún lugar escondido está el truco. No es posible que todos obtengamos los mismos beneficios. Esto lo saben los cabecillas pero, ni modo, hay que explotar la falta de visión y la ambición individual, de esa forma mantener en alto el señuelo para que se mantengan entusiastas. Ya después, cuando ganemos las elecciones, ya no necesitaremos de todos esos colaboradores; claro está, hasta la próxima elección dentro de cuatro años en que volveremos a ocuparlos y motivarlos con los mismos ofrecimientos.

Pero hay otra dinámica de grupo muy interesante que mantiene cohesionados a los espontáneos colaboradores y al mismo tiempo que nutre sus motivaciones. Son las conocidas comisiones que se organizan para redactar los afamados “planes de gobierno”. Se planean círculos, grupos de discusión, mesas, debates, equipos de redacción, etc. Se asignan diferentes temas para que cada grupo de especialistas los desarrolle. Algunos voluntarios se toman la tarea con mucha seriedad y los debates se realizan con la gravedad digna del debate en que se van a fijar las condiciones para evitar la tercera guerra mundial. Es que se ya se sienten en el puesto ofrecido y es menester empezar a entrenar.

En ese mismo contexto ningún candidato anticipa su gabinete. Por babosos. Si se mantiene la duda, el suspenso, van a haber 20 futuros ministros, cada uno de los cuales está seguro de ser el próximo ministro y por lo mismo va a aportar su mayor esfuerzo para demostrar su valía y ser confirmado; si, por el contrario, el candidato presidencial anuncia al ungido entonces los 19 restantes, no solo van a desmayar en sus esfuerzos sino que más de alguno va a recargar su resentimiento.

He tenido la oportunidad de repasar algunos de esos, pomposamente llamados “planes de gobierno”, no solo de esta elección sino de varias otras anteriores. Llego a la conclusión de que son “copy paste”, casi todos genéricos, amplios, poco definidos. Se repiten las mismas generalidades, pero se hace poca referencia a cuestiones concretas. Todos hablan de combatir el desempleo y el hambre, de enfrentar frontalmente la corrupción. Acondicionar y construir hospitales y escuelas. Estabilizar la macro economía. Etcétera, pero pocos hablaron de detalles concretos. Cuestiones específicas como algunas a que referiré en próxima entrega.

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