El lunes se conmemoró en Chile el medio siglo del golpe de Estado que derrocó y asesinó al presidente constitucional Salvador Allende y se inició una dictadura militar que tardó 17 años, hasta que, por la vía electoral, el pueblo chileno en el plebiscito celebrado en el año 1988 decidió que se diera la transición a la democracia. Pese a la resistencia popular, la dictadura de Pinochet se consolidó. Miles fueron las víctimas nacionales de esa sangrienta época y miles también fueron los chilenos y chilenas que debieron salir al exilio para conservar sus vidas.
La consigna de esa conmemoración fue “¡Democracia Siempre!”, reivindicándola no con una visión instrumental, sino como un fin en sí misma. Esta categórica definición es válida, en la medida en que la democracia no se constituya en una fachada, en una simulación y que no ignore su indispensable relación con la justicia social. Por eso, el 11 de enero de 1973 no sólo se destruyó temporalmente la democracia chilena, sino que también fue el contexto dictatorial pertinente para iniciar el neoliberalismo en América Latina y en el mundo. Se requería de un control social tiránico para experimentar la implantación de un modelo económico excluyente y una ideología que lo justificara.
Pero la tragedia chilena también permitió la expresión de virtudes sociales y políticas trascendentales que debemos valorar. Primero, la solidaridad mundial con el pueblo chileno. Fue impactante el acto político que se realizó en la embajada de México en Chile para reconocer la solidaridad de ese país. La presencia y los discursos de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, actual presidente mexicano y de la senadora chilena Isabel Allende, hija de Salvador Allende, fueron de trascendental emoción. Isabel estuvo con su padre hasta momentos antes que se iniciara el cobarde bombardeo aéreo al Palacio de La Moneda y salió exiliada para México, donde vivió la solidaridad de ese pueblo. El mensaje político de AMLO en ese acto fue altamente coherente con su práctica. Recordó como Allende lo inspiró en su convicción que es posible transformar por la vía pacífica y electoral. Esta evocación no es una simple narrativa, ya que su coherencia se manifiesta en el largo y espinoso camino que recorrió para ganar el poder político e iniciar el actual proceso de transformación social que ha liderado y que denominan La Cuarta Transformación, 4T, hasta el punto que seis años después seguramente Claudia Sheinbaum, la virtual candidata del partido oficial, será heredera de esa legitimidad y podrá continuarla y profundizarla.
Para nosotros, los guatemaltecos, esa conmemoración en Santiago de Chile es altamente significativa. Nos permite recordar la solidaridad internacional, especialmente la mexicana, en los tiempos de la contrainsurgencia, cuando miles de connacionales, campesinos indígenas, recibieron solidario refugio en ese país, producto de una política internacional acertada de México que le permitió ser independiente de los designios imperialistas correspondientes al oprobioso período de la guerra fría.
Pero también nos es coyunturalmente pertinente para mostrarnos que la democracia, con todo y sus imperfecciones, posibilita ventanas de oportunidad para evitar que se convierta en tan solo una fachada construida por poderes fácticos, sean de élites empresariales y/o de redes político criminales, para anular el presunto carácter republicano de nuestro estado.
Nosotros estamos viviendo tal experiencia y debemos defenderla. El MP, convertido en un esbirro de las redes político criminales, es el verdugo descarado que pretende evitar que se concrete la voluntad política del pueblo de Guatemala, expresada electoralmente. Hasta antes de las acciones que el MP efectuó el día de ayer, yo pensaba que era posible encontrar una salida que permitiera a esos sicarios, asesinos de la democracia, salir por la puerta trasera, Pero ahora pienso que solo queda la opción de que esos fiscales y los jueces funcionales a sus fechorías, sean juzgados por su conducta criminal.