pmarroquin@lahora.gt
@ppmp82
El mundo fue testigo ayer de otro brutal asesinato a un político. Fernando Villavicencio fue abatido a tiros tras un evento político.
El ex periodista y congresista ecuatoriano había denunciado amenazas recibidas por una facción del narcotráfico. Dramáticos son los videos que ahora cobran auge porque en ellos detalló las amenazas y les respondió a quienes le habían advertido.
Las amenazas no quedaron ahí y hoy el mundo vive con la conmoción de su asesinato.
Su muerte, dolorosa, nos recuerda graves realidades latinoamericanas.
Una de ellas es que para muchos políticos es más fácil aliarse al narco o hacerse de la vista gorda, que hablar de él. Enfrentar de manera frontal el flagelo del narcotráfico y sus principales cabezas era imposible y ahora se vuelve peor, toda vez que el mensaje que manda el asesinato de Villavicencio es fuerte y claro.
Hay quienes han expresado que “ese se enfrenta desde el poder” y con la ayuda de “poderosos aliados de la comunidad internacional” porque nuestros sistemas no tienen formas, por sí solos, de poder con una mafia que se ha extendido a lo largo y ancho de los Estados de Latinoamérica.
Hay otros que no se han complicado y se alían con ellos o comen gallinas en loroco, porque simplemente son políticos que alcanzan el poder para servirse, para beneficiar a sus amigos y cercanos y para hacer negocios con el afán de amasar una riqueza que en su vida privada quizá ni sueñan.
La muerte del ex candidato Villavicencio también es un cruel recordatorio que la corrupción, que necesita impunidad, sigue siendo un aglutinador de muchas, muchísimas fuerzas del mal que no están dispuestas a ceder sus espacios.
Para ellos, perder ese poder es tener que hacer lo que hacen millones de ciudadanos honrados del mundo, de la región y de Guatemala, es decir, trabajar honradamente para poder cumplir las obligaciones que nos impone la vida.
Por eso, cuando las sociedades tienen oportunidades, ventanas de cambio y esos cambios dependen de los acuerdos, es que tenemos la harta obligación de lograrlos, porque solo así, unidos en lo más importante, podremos hacer frente a los grandes flagelos, sus poderosos operadores y sus sanguinarios justicieros.
La muerte de Villavicencio le debe doler a todo aquel que se resiste a vivir de rodillas en sus países ante la fuerza del crimen, la rampante corrupción y la indignante impunidad.
El 20 de agosto los ecuatorianos, como nosotros, irán a las urnas y ojalá estos eventos nos hagan despertar para entender que el poder del cambio está en nosotros, en nuestro voto, pero especialmente en esa manera en la que ejerzamos ciudadanía para poder alcanzar acuerdos que nos hagan pensar que un futuro mejor es posible.