Por: Héctor Abad Gómez
Héctor Abad Gómez fue un médico salubrista notable colombiano. Esta carta se la escribió a su hijo hace ya décadas y viene muy al caso como reflexión ante la discusión política sobre el tema político de la sexualidad. La trascribo integra.
Permíteme que te solicite que reflexiones, antes de casarte, si tienes o no la única condición que yo pediría para casarse: Que fueras un hombre “normal”. Sé que lo primero que me vas a preguntar es: “¿Qué es un hombre normal”? Y voy a tratar de contestártelo.
El concepto de “normalidad” es un concepto a la vez “estadístico y normativo”. Proviene, en primer lugar, de la observación empírica, objetiva y científicamente rigurosa, de lo que ocurre en un determinado fenómeno. Por ejemplo: el tamaño de las naranjas. No podríamos hablar de una naranja “normal” para todo el mundo. Pero en determinados lugares, de acuerdo con los climas y con las técnicas agrícolas, la gente del lugar considerará “normal” a una naranja promedio. Este concepto de “normalidad” será diferente en Valencia, España; en Miami, Florida; en California o en Jericó, Antioquia. Será de acuerdo con lo que la gente esté acostumbrada a tener como naranjas normales. La normalidad, por lo tanto, en relación con las cualidades o defectos de las personas o de las cosas es un concepto cultural. De acuerdo con la cultura, es decir, las costumbres y valores, hábitos y experiencias de la gente —de una determinada región o de un determinado país— se tendrá el concepto de normalidad. Lo normal en California, ahora, es que una naranja sea muy dulce. Lo normal, en ciertas fincas de tierra fría de Jericó, Antioquia, Colombia, a donde todavía no ha llegado ni la nueva tecnología agrícola, ni la selección de semillas, ni el tipo especial de naranjas dulces de otras regiones, es que una naranja sea más o menos ácida.
Aunque la normalidad es en cierto sentido un concepto estadístico, tiene también un carácter que podríamos llamar normativo. Creo que todos los humanos estaríamos de acuerdo en que lo mejor sería que las naranjas fueran dulces. ¿Qué tan dulces? ¿Puede ser una naranja demasiado dulce? Creo que no. La más dulce de todas sería la mejor. Aunque la mayoría tengan una dulzura promedio, o, en ciertos lugares, una dulzura normal. Lo mismo en tamaño, en forma, aspecto y color. En cada uno de estos rasgos, se podría hallar el concepto de normalidad, de acuerdo al lugar y al tiempo en que estuviéramos hablando. Porque, naturalmente, ciertos conceptos de normalidad van variando con el tiempo. Es un concepto cambiante, variable, de acuerdo con las circunstancias y con las épocas. Dentro de ciertos límites, naturalmente. Porque si nos atenemos al concepto normativo, que pudiéramos llamar el concepto ético ideal, lo mejor sería, o la normalidad deseable sería, el que las naranjas, la mayoría de las naranjas tuvieran la combinación de los caracteres que en el mundo han podido adquirir las mejores naranjas, con respecto a la dulzura, tamaño, forma, características especiales, tales como la ausencia de semillas, carácter de su cáscara, cantidad de jugo, etc.,etc..
Existe, pues, el concepto de naranja ideal, que no es igual al concepto de naranja normal, pero que se pueden combinar, para llevarlos al concepto de naranja posible.
Dentro de los actuales métodos y tecnologías, dentro de los actuales climas y de las diferentes ecologías que nos ofrecen la naturaleza y las técnicas humanas presentes ahora en el mundo, se puede aspirar a cultivar cierto tipo de naranja posible.
Naturalmente que cultivar naranjas y tener el concepto de normalidad en las naranjas, en mucho menos complicado y menos difícil que cultivar (educar) hombres, y tener el concepto de normalidad entre éstos. Pero voy a intentar definir la normalidad, aún en los actuales seres humanos, haciendo la combinación, estadística y normativa, que intentado hacer con las naranjas.
Un ser humano normal en nuestro medio actual, en nuestra actual cultura “medellinense”, no es, ciertamente, el hombre ideal. Pero tiene ciertas características de normalidad universal, que serían deseables para mí, en una persona que intenta casarse.
La primera y más importante cualidad que yo te pediría, antes de decidir tu matrimonio, sería que pudiéramos llamar “la normalidad sexual”. Pero, me dirás tú, ¿es que “eso” existe? Mi respuesta es que sí. Lo normal es, por ejemplo, que, en materia sexual, al hombre le guste la mujer y viceversa, que a la mujer le guste el hombre. Que en esto hay muchas variaciones y grados. De acuerdo. Pero tanto desde el punto de vista “estadístico” como desde el punto de vista “normativo”, la heterosexualidad es a la vez lo más común y lo más deseable. La primera condición para casarse, para que un matrimonio sea feliz, en nuestra cultura, es la heterosexualidad de los cónyuges. Creo que sobre esto no hay ninguna discusión. Si cualquiera de los aspirantes a cónyuges es homosexual no se debe hacer el matrimonio. Y quiero que sepas muy claramente, que no considero a la homosexualidad como un pecado o como un delito. Es, simplemente, una característica “anormal” de algunos seres humanos, que no juzgaría en este momento ni como “buena” o “mala”, pues eso depende del punto de vista desde el cual se le considere. Una naranja sin semillas, por ejemplo, sería “anormal y mala” para, la reproducción, en donde la tecnología no hubiera avanzado lo suficiente para que los árboles de naranjo se reprodujeran con la técnica de los injertos.
Pero en la época actual, las naranjas sin semillas son las mejores. Por lo menos para comer, no para que se reproduzcan. Esa característica la hace más fácil de consumir y más agradable para el hombre, que es quien, en último término, está juzgando y determinando las características de bondad o de maldad de una cosa; en este caso de un fruto determinado, la naranja.
Pero en el momento actual, y hablando de matrimonio, dos personas que vayan a casarse, deben ser heterosexuales. Es más “probable” -aunque existen casos excepcionales de matrimonios “felices”, con uno de los cónyuges homosexual- que la felicidad sea más fácilmente alcanzable cuando los dos cónyuges son heterosexuales.
Pero ya te oigo preguntándome: ¿Qué es la felicidad? ¿Es qué la felicidad existe? Te contestaría que sí. Que la felicidad existe. No la felicidad eterna, absoluta, inmutable, permanente. Pero sí hay felicidad. Hay felicidad en este mundo. El mismo hecho que esta palabra existe en todos los idiomas modernos, prueba que la felicidad es un hecho real. Así como existen la infelicidad y la tristeza, el dolor y la muerte, existen también la felicidad y la alegría, el placer y la vida. Y hay condiciones y circunstancias y “ecologías” que conducen más hacia la felicidad que otras. Por ejemplo, la ecología de las islas del Pacífico Sur, su ecología climática, por lo menos, parece conducir más hacia la felicidad, que la ecología de las estepas siberianas. Dentro de estos dos extremos, hay todas las gradaciones posibles. Hay también una ecología social, una ecología cultural, una ecología económica, más conducentes hacia la felicidad que otras ecologías. Y fenómenos biológicos, físicos y naturales, más conducentes a la felicidad que otros. Es indudable que un dolor —que todos los humanos han experimentado—pero que teóricamente podría evitarse, es menos deseable que la falta de dolor. Podemos ponernos de acuerdo en estas cosas simples y sencillas: es más conducente a la felicidad la salud que la enfermedad; más la belleza —hasta ciertos límites— que la fealdad; conduce más hacia la felicidad la bondad que la maldad. Cada una de estas cosas necesitaría definiciones y largas discusiones. Todos estos problemas generales y universales, pero también particulares, irán saliendo a la luz, tal como los veo y los concibo, posteriormente.
El matrimonio, es decir, la unión de un hombre y una mujer para formar una familia, es una cosa muy seria prácticamente en todas las culturas. No se debe abordar como cosa pasajera o de menor monta. Debe ser un paso meditado, pesado, valorado, porque en ese momento se están jugando dos personas y sus futuros hijos —y muchas veces las futuras generaciones— su felicidad. Debe hacerse lo posible porque sea lo más conducente que se pueda hacia la felicidad. A la felicidad de dos seres humanos y de los otros que van a traer al mundo, —en un acto de conciencia y de responsabilidad que debe tomarse muy en serio—. Me doy muy buena cuenta de que a veces no es uno el que decide, sino las circunstancias. Hablaba en mi primera carta sobre lo que significa el azar. Quisiera complementar este concepto con el concepto “epidemiológico” de cómo una serie de circunstancias se unen, a veces de la manera más inesperada, para producir determinados resultados, en un conjunto humano o en una persona. Hay combinaciones de circunstancias que producen los más bizarros resultados. Pero el ser humano sabe ya que hay circunstancias favorables y circunstancias desfavorables y debe buscar aquellas y evitar éstas. Es indudable que no siempre todo le saldrá como ha previsto. Pero tenemos el sentido de la previsión y en la planificación del futuro. La historia, la literatura, el folklore, las religiones, hasta ahora -y cada vez más las ciencias sociales del futuro- nos han enseñado y nos siguen enseñando, cuáles son las circunstancias y características que deberíamos buscar, para alcanzar cierto grado posible de felicidad. El no usar nuestra cabeza, nuestros razonamientos y nuestros conocimientos para este fin tan importantes, como es el de alcanzar y conservar, hasta donde nos sea posible, la felicidad, sería una tontería en los tiempos actuales y en las actuales circunstancias. Sé que hay circunstancias favorables para que con el matrimonio el amor puede aumentarse y pueda conservarse. No creo que en esta época se deba casar la gente demasiado joven. Cierta relativa madurez es necesaria para el matrimonio y ésta no se alcanza, normalmente, sino cuando pasa la juventud. Hay que dejar que pasen los veinte años sin alcanzar los treinta.