Preferimos referirnos al “bloque” de corruptos que nos mal gobiernan porque el concepto de “pacto” alude a acuerdos explícitos mientras que seguramente aquí lo que se da, al interior del bloque, son puros entendimientos implícitos, generados alrededor de los intereses de quienes se encuentran en él. Por ello nos preguntamos a qué le temen sus integrantes si se lleva a cabo el balotaje del 20 de agosto entre los dos contendientes que quedaron al final de la primera vuelta del pasado 25 de junio. Bernardo Arévalo, el hijo del expresidente Juan José Arévalo que estudió en Israel y realizó su doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Utrecht (Holanda) es un distinguido intelectual que hizo carrera diplomática en la cancillería de nuestro país (fue Primer Secretario en la Embajada de Guatemala en Israel, Director General de Relaciones Multilaterales, Viceministro y Embajador en España) y estuvo durante muchos años trabajando con la ONG internacional Interpeace en Ginebra, antes de volver a Guatemala para convertirse en uno de los fundadores del Movimiento Semilla y ser electo al Congreso de la República en donde fue jefe de la bancada de su partido.
Por otro lado, además de ser un socialdemócrata (para quienes lo ignoran, partidos de ese signo político han estado en el gobierno por muchos años tanto en la región escandinava europea como en Italia, Países Bajos, Francia, Austria y actualmente gobiernan en España, Alemania y Portugal) el pensamiento de Bernardo Arévalo, expresado en las numerosas entrevistas que le han hecho con motivo de su candidatura a la presidencia de la República ha sido muy claro en cuanto a los objetivos que se propone Semilla en su Plan de Gobierno, que cualquiera puede consultar en Internet, que no son contrarios al sistema capitalista (por ejemplo, por lo general en Semilla han hablado de desarrollo económico sin mencionar el desarrollo sostenible, probablemente porque este concepto se ha convertido en anatema para la extrema derecha opuesta a la Agenda 2030 de Naciones Unidas) y lo que se busca en el plano social es promover una mayor equidad, mientras que en lo político el propósito es terminar con la corrupción en el aparato estatal, al mismo tiempo que se respeta escrupulosamente la separación de poderes y el Estado de Derecho.
De manera que en la medida que los resultados de la primera vuelta arrojan una abrumadora mayoría en el Congreso para los partidos del “bloque” (Semilla tendrá una bancada de solo 23 diputados) y el resto de las instituciones se encuentra en sus manos (la Corte Suprema de Justicia deberá ser electa por la nueva legislatura, la de Constitucionalidad, el Ministerio Público, la PDH y otras instituciones tienen tiempos estipulados en ley) la interrogante del título presenta todavía mayores dificultades para ser respondida: ¿a qué le temen realmente? Y por supuesto, todo esto tiene relación con la avalancha de triquiñuelas y artimañas jurídicas desatada por el “bloque” con miras a desacreditar el Tribunal Supremo Electoral y las ejecutorias de las Juntas Electorales en cada mesa en las que se ha ordenado la revisión de actas (ya desde Aquiles Faillace hasta Lionel Toriello pasando por Quique Godoy, ninguno de ellos sospechoso de ser “de izquierda” se han referido a las ilegalidades, en relación a la Ley Electoral y de Partidos Políticos en que ha incurrido una Corte de Constitucionalidad cooptada y al servicio del “bloque”.
En efecto, según algunos analistas, con su decisión del pasado sábado primero de julio la CC realmente estaría buscando impedir la segunda vuelta, entramparla (como ha sucedido con la elección de los magistrados de la CSJ que ya van para completar dos períodos, inconstitucionalmente – sin que la CC se pronuncie – usurpando tales cargos, de tal suerte que el señor Giammattei se permanezca indefinidamente gozando de las mieles del poder) o ganar tiempo mientras se encuentran, en esta “guerra legal”, los trucos jurídicos para bloquear en definitiva la participación de Semilla (como se hizo con el MLP, Roberto Arzú o Carlos Pineda) o mientras el ejército se decide a dar un golpe de Estado, cosa que en Guatemala no puede quedar afuera de todos estos escenarios hipotéticos, por ahora.
No parece que la respuesta se encuentre solamente en el temor del Bloque a que las sus múltiples fechorías en relación al saqueo de los fondos públicos se les escapen de las manos. Hasta el famoso listado de obras quedaría en manos de un Congreso controlado por los corruptos. Las estúpidas elucubraciones acerca del supuesto “comunismo” de Semilla nadie – ni ellos mismos – se las creen, ya que cualquiera que tenga dos dedos de frente se da cuenta que se trata de pura propaganda en el marco de una guerra psicológica contra el adversario. Y si nos preguntamos también acerca de las dificultades que tendría la gente del Bloque en el terreno geopolítico pues tanto Estados Unidos como la Unión Europea y la OEA ya se han pronunciado pidiendo que se respeten los resultados electorales de la primera vuelta y se cumpla con llevar a cabo el balotaje previsto para el 20 de agosto las cosas se ponen aún peor. Entrarían en abierta pugna con Washington y Bruselas frente a lo cual de nada valen las ridículas referencias de Giammattei al “respeto de la soberanía” (no de Guatemala, por supuesto, sino a la “soberanía del Bloque”). De modo que el enigma permanece: ¿a qué le teme realmente el Bloque?
La respuesta podría estar en una referencia que hizo Bernardo – en una entrevista televisiva – al hecho que su padre, el doctor Arévalo, fue quien realmente introdujo Guatemala al siglo XX. Hasta 1944 Guatemala vivía sumida en una época que no vamos a llamarla feudal porque en estos países no existió el feudalismo, lo que existió fue el colonialismo y la época colonial (que todavía subsiste porque los criollos de esos tiempos todavía nos gobiernan) pero hay que admitir que con la elección del presidente Arévalo Guatemala se introdujo en la modernidad de un capitalismo que ya desde hacía mucho tiempo tanto en Europa como en nuestro vecino más próximo (México) reconocía los derechos de los trabajadores, gracias a la promulgación del Código del Trabajo y al establecimiento de instituciones como el IGSS o la autonomía universitaria (esa misma que ahora se encuentra conculcada gracias al Bloque), logros que – probablemente muy a su pesar – esa misma oligarquía neocolonial no pudo echar para atrás cuando con el apoyo de la CIA dieron el golpe del 54 lo que les permitió retornar al poder. Árbenz trató de continuar esa modernización del capitalismo con la reforma agraria, algo que se pudo hacer, por ejemplo, en Corea del Sur – gracias al general MacArthur – y los resultados están a la vista.
De manera que lo que realmente estaría en juego actualmente es la entrada de Guatemala al siglo XXI. A una época transmoderna. Más que moderna, porque los desafíos de este siglo (crisis climática de por medio) van más allá de lo que este país puede hacer por sí solo sin el apoyo de la comunidad internacional. Es decir, a estos corifeos del pasado lo que les preocupa realmente es la globalización (“globalismo” le dicen porque, probablemente, se dan cuenta que la globalización no se puede hacer retroceder) y sus implicaciones en relación no solo a los ODS y a los compromisos asumidos en la COP21 y en la Agenda 2030 (por los gobiernos de Pérez y Morales como le recordó Bernardo a una entrevistadora de Canal 23) los cuales, o se cumplen o mejor abandonamos Naciones Unidas, que es probablemente con lo que sueña esta gente, expresión de todo lo retrógrado. Y, por supuesto, también le temen al efecto demostración que la avalancha de votos con los que seguramente sería electo Bernardo Arévalo en la segunda vuelta (su padre obtuvo 85% en 1944) podría conducir a que Guatemala abriera las puertas, por fin, del siglo XXI. Sin corrupción, y con la consolidación del Estado de Derecho y de la democracia. Es a eso a lo que realmente le temen.