Eduardo Villatoro
A las seis de la mañana aún estaba oscuro o la neblina no permitía distinguir casas, vehículos o cualquier otro objeto cercano, además del frío que me hacía tiritar. Era la hora en que salía hacia Quetzaltenango la camioneta de los Transportes Maldonado y que yo abordaba para viajar hacia la aldea San Rafael, ubicada en la cúspide de la cumbre desde la cual, en días despejados, podía contemplar en toda su belleza el amplio valle en la que se asientan las ciudades gemelas de San Marcos y San Pedro Sacatepéquez.
Cabalmente allí descendía del vehículo que proseguía su marcha hacia Xelajú, en tanto que yo, con un pequeño morral a cuestas en el que portaba mi almuerzo, me internaba entre la montaña, por un sendero boscoso para llegar a la escuela rural mixta donde impartía clases a dos grados de primaria. En la tarde retornaba por la misma ruta a San Marcos, muchas veces bajo pertinaz lluvia.
Previamente, cuando estaba a punto de graduarme de profesor y visitaba a mi madre en El Carmen Frontera durante algunos días, me hacía cargo de la escuela en la que ella trabajaba con tres grados, a la vez. Mamá Limpa se dedicó al magisterio durante más de 40 años de su vida. Poco tiempo después me radiqué en la capital y laboré en el Liceo Canadiense, y al año inicié mis estudios y tareas en el periodismo.
Infortunada y gradualmente el magisterio ha ido perdiendo el respeto de la colectividad, en vista de que se ha dejado conducir por líderes que desde su posición han desnaturalizado los genuinos reclamos del profesorado, mientras ha servido de pretexto para que la cúpula sindical y especialmente el secretario general de la organización gremial obtenga provechos y privilegios personales, distintos al sacrificio de maestros rurales que prestan sus servicios en recónditas aldeas en edificios escolares que se deterioran y están a punto de colapsar, cuando sólo ha transcurrido un par de años desde su pomposa inauguración, porque fueron carcomidas por la corrupción, y lidiando con niños desnutridos que acuden a sus clases sin haber tomado alimentos.
Esa plaga que está agotando con los limitados recursos del Estado, no es un fenómeno que únicamente ataque a los altos y medianos funcionarios del Estado, sino que cuenta con fervientes activistas en el Congreso, donde diputados elegidos por distritos electorales disponen de plazas en el magisterio para que, por intermedio de supervisores de educación, secretarios generales municipales y departamentales del partido oficial y también de la llamada oposición, en contubernio con la dirigencia sindical nacional y local del magisterio han mercantilizado los empleos que desempeñan los profesores, y una de sus consecuencias es que sobran maestros que no cumplen con sus funciones al ausentarse de sus labores durante días y semanas, porque carecen de vocación e integridad y son solapados por líderes aliados con políticos y gobernantes tan corruptos como esos mismos dirigentes.
Es tiempo que el movimiento social contra la corrupción se extienda al ensombrecido liderazgo magisterial.
(El maestro rural Romualdo Tishudo cita esta frase que leyó en alguna parte: –Sueño que algún día en Guatemala la educación despierte la misma pasión que la selección de fútbol).







