A lo largo de los últimos meses, desde que nos levantamos hasta antes de irnos a la cama, hemos sido bombardeados por entrevistas, videos y chats desarrollados para atacar, morder y parodiar, partidos, candidatos e ideas y entonces me pregunto ¿era todo eso necesario? La duda de mi pregunta no es difícil de explicar, si se tiene en cuenta que la razón única para votar es: realizar un cambio, con él que remontar a la dignidad democrática, el hacer del Estado.
Pero la realidad me hace poner los pies en tierra. El proceso electoral del momento, está “fuera de tono”. La sociedad está maleada, las virtudes se encuentran encadenadas y en el Estado, la corrupción causa monomanías y antojos terribles con deterioro del bienestar general. En tal sentido, el hacer y vivir individual o grupal, se ha vuelto anárquico. Ni justicia ni equidad se besan, para servir a los más necesitados. Ser funcionario, se ha convertido en un sinónimo de arrogancia e infinitud de maniobras, para conseguir saciar apetitos. La honestidad, la humildad, no encuentran espacio, ni en el partido, ni en muchos de los candidatos.
Por consiguiente, es lícito dudar que el proceso electoral a nada conduce. El viejo votante es escéptico; el nuevo está por aprender, y algo que deja que pensar en todos, es la gran posibilidad de que el voto tal como lo tenemos, no es más que una forma de destruir cada cuatro años nuestra esperanza democrática. De tal manera que muchos sensatos, no hayan razón más poderosa que votar nulo o no votar.
No necesitamos que nos gobiernen ni Santos, ni Héroes, sí hombres y mujeres honrados, responsables y justos. Tener fe en la persona no por lo que nos dice, sino porque la merece; por lo que ha hecho, e incluso puede no ser santo de nuestra devoción, pero lo que interesa es que lo que haga, lo haga de forma vehemente y efectiva, dentro de los cánones que establece la ley y la Constitución.
Sería engorroso ponernos a discutir acá, cuánto pesa la razón o la fe en una buena decisión de voto; creo que la afirmación más cierta ante la desgobernanza que tenemos, es que lo que el Estado es, somos nosotros los que hemos contribuido a hacerlo. Pero creo que en tal razonamiento existe un fraude: se nos hace ver que con el voto estamos eligiendo un destino, pero eso no es cierto, ya que las decisiones más importantes de lo que se hará y dejará de hacer, ya la han tomado economistas, banqueros, industriales y narcos, y eso no estaría mal, hasta suena democrático; lo malo es que son decisiones e iniciativas cargadas de privilegios y empoderamiento de poder, que conduce a un manejo indebido de fondos y bienes públicos.
Debemos entonces tener claro que nuestro desgobierno nacional tiene orígenes mucho más complejos y lejanos y no dependió en absoluto de la voluntad de unos cuantos hombres, ni siquiera de un gobierno o de un régimen y que en ello, votando o no votando, todos somos culpables. En suma. No hemos podido crear ni una soberanía ni una democracia. El mal humor contra el inclemente amo, no es más que una catarsis que resolvemos en el voto, mientras aquel bien que sabe hacia dónde y nosotros permanecemos en eternas disyuntivas. El milagro político aún está lejano.