Si nos basamos en el discurso de los candidatos presidenciales y a otros puestos de elección popular, el tema de la corrupción no es tan preocupante en Guatemala porque apenas sí, de pasada, alguno se atreve a hablar del asunto, lo cual llama la atención si tomamos en cuenta su efecto espectacular en prácticamente todos los aspectos. No hay problema nacional que no se vea magnificado por la existencia de una perversa corrupción que desvía los fondos que debieran servir para atender las necesidades de la población, pero a ojos de los políticos ese asunto tiene muy poca relevancia.
Educación, salud, infraestructura, seguridad, estado de derecho y oportunidades para el desarrollo humano son aspectos que se ven seriamente limitados por la displicente forma en que se gastan los recursos públicos, dejando ollas bien untadas para aquellos que tienen la responsabilidad de decidir las políticas de inversión en el país. Si no les importa siquiera el descaro de un sobreprecio tan alto como el que se ha demostrado en la compra de medicinas del Seguro Social, qué se puede esperar de esa infinidad de negocios que se realizan en las diferentes dependencias del Estado.
A lo más que se llega es a situaciones como aquella frase de Otto Pérez y los patriotas que ofrecían mano dura, pero sin especificar en qué consistía la propuesta. Lo mismo significa la simple frase de “no más corrupción” que pronuncian de vez en cuando, y no como lema de campaña, algunos de los candidatos que en dos semanas estarán disputándose el voto de los electores para alcanzar posiciones de poder en las que pueden realizar meganegocios.
Hay que reconocer que, tristemente, ello es consecuencia de que los ciudadanos tampoco entendemos claramente el efecto pernicioso que tiene la corrupción y con nuestro silencio (y hasta complacencia) permitimos que la misma continúe y que sus estragos se hayan extendido a las diferentes instituciones del país. ¿Quién se preocupa por la cooptación del sistema de justicia que tiene su fundamento en la no elección transparente de magistrados de Salas y de la Corte Suprema de Justicia?
En el día a día no alcanzamos a ver el efecto devastador de la corrupción y es mucha la gente que tiene que trabajar tan arduamente que no tiene tiempo ni para dedicar a su familia, mucho menos para pensar en las dramáticas condiciones del servicio público y sus efectos en temas como la educación y la salud de sus hijos. Los políticos ya nos midieron y por eso no sienten necesidad de asumir compromisos radicales que luego les impidan seguir la fiesta.