Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Un conocido y popular dicho de larga data advierte sobre los peligros de transferir el poder de forma poco meditada, es decir, aquel poder soberano del pueblo que rimbombantemente establecen las normas fundamentales de los Estados y cuya verdadera existencia en la práctica muchas veces pareciera ponerse en duda. Ese mismo dicho, en unas cuantas palabras, indica que el hecho de darle poder a un individuo, muchas veces lo muestra como realmente es: darle poder a alguien no necesariamente lo corrompe, tal vez ya está corrompido (corrupto) y solamente lo está mostrando como es en realidad. Aunque, claro, esa no es una regla que tenga que aplicarse siempre y de manera generalizada, en virtud de que, en tal sentido, las excepciones afortunadamente existen.

Los hechos político-sociales ocurridos en distintas partes de Hispanoamérica en los más recientes años (y más allá también, por supuesto), han puesto de manifiesto, entre otras cosas, distintas cuestiones importantes que vale la pena tomar en consideración dadas tales circunstancias. Una de estas cuestiones es la capacidad que en distintas ocasiones ha demostrado la ciudadanía en términos de esa posibilidad que supone defender algo y que en algunos casos muy puntuales ha sido catalogada como una suerte de despertar para organizarse y para reclamar su derecho a exigir cuentas claras y un actuar transparente por parte de la denominada clase política, lo cual constituye por sí mismo, un hecho histórico en el marco de la democracia.

Adicionalmente, esa capacidad aludida es al mismo tiempo una advertencia que gira en torno a la imperante necesidad de administrar los bienes y recursos del Estado con transparencia, con honestidad, con eficacia y eficiencia, y para los fines por los cuales dichos bienes y recursos existen y que suponen la búsqueda del bien común. En ese sentido, valga decir que un gobernante, congresista o funcionario, cualquiera que sea, puede ser recordado de muchas maneras, pero indiscutiblemente la peor de ellas es que salga por una puerta trasera y repudiado por su pueblo. Por ello, resulta fundamental no transferir el poder sin pensar. No llegar a las urnas para simplemente marcar la papeleta porque en ese sencillo acto se está jugando mucho más que solamente una marca sobre papel. Los ofrecimientos populistas y clientelares no debieran ser una opción a considerar a la hora de elegir, en virtud de que las decisiones equivocadas cuando se emite el sufragio suelen pasar facturas de muy alta cuantía.

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