Por muchos años vimos, cada cuatro años, piedras, árboles y hasta animales pintados con los colores y símbolos de partidos políticos. Los afiliados y simpatizantes del partido pintaban su casa o pagaban al vecino para poner en su pared el símbolo del partido.
Se utilizó la lámina para imprimir sobre ella y colgar de los postes de luz o de los árboles. Poco se veían los carteles, porque al ser de cartón debían colocarse en el interior para evitar el deterioro por la inclemencia del tiempo.
Luego aparecieron las mantas. Sobre tela de manta se imprimía en serigrafía industrial o “casera” el logotipo y hasta el rostro del candidato. Y con la llegada del plástico, pues hubo una forma más permanente y barata de publicitarse para un puesto político.
Más adelante surgieron las vallas publicitarias utilizadas para anunciar los productos de comercio y empleadas durante la campaña para anunciar al candidato.
Colocadas en las orillas de las calles más transitadas. Pero eso no fue suficiente, así que se les ocurrió crear las megavallas, entonces se alquilaron las terrazas de las casas o terrenos para colocar grandes estructuras que soportaban inmensos carteles que parecía que la imagen se nos caía encima, las megavallas. Utilizadas para aspirantes a diputados, alcaldes y presidentes. Realmente muchas de ellas eran enormes, no podía obviarse verlas, así costarían también y se supo que más de alguna que cayó por la fuerza del aire o la lluvia causando destrozos a vehículos y/o viviendas.
Sin embargo, no duraron mucho, pues encontraron su competencia con las gigantografías, las que ya no necesitaban de esa gran estructura porque fueron diseñadas para colocar sobre paredes, cercos a unos treinta centímetros del piso de la banqueta de unos dos y medio metros de alto por unos cuatro o cinco de ancho, muchas de las cuales incluso tenían luz con sensores para que la imagen fuera vista a cualquier hora del día o de la noche.
Se vieron en las ciudades y en carreteras, utilizadas por los políticos, especialmente en la campaña electoral del 2011. Y así desaparecieron al pasar la campaña electoral.
Y un día vimos en las paradas de los buses unas vitrinas con publicidad industrial, que luego fueron utilizadas solo por algunos candidatos políticos para su campaña, porque el Mobiliario Urbano como Punto de Información (MUPIS) como se les llamó, además de caros, fueron fuertemente atacados y destruidos por vándalos.
Pero con la transformación de las mantas a viniles o sea un material más resistente a la intemperie, la publicidad de los candidatos se modernizó, tan así que el licenciado Ricardo Gatica Trejo llegó a llamar la campaña del vinil a las elecciones del 2019, fue el despliegue de viniles que inundaron los arriates, aceras y cuanto espacio público pudieron utilizar los partidos políticos para colocar su propaganda en una “manta vinílica, enmarcada en madera y “sembrada en los arriates”.
En este período preelectoral, cuando, las reglas del juego han cambiado, ya no se ven árboles ni piedras pintadas, para proteger a la ecología, dice el Tribunal Supremo Electoral, entonces los candidatos se han volcado a las redes sociales, usando las nuevas tecnologías. Y por supuesto, el TikTok es el favorito de los candidatos para darse a conocer y del pueblo para divertirse viendo cómo cada uno de ellos, tal cual actores y actrices de Hollywood Studios tratan de mostrar su lado amable. Aunque no siempre lo logren.
La verdad es que verlos bajarse de su automóvil, cuál realeza, abrazar a una anciana, prepara una comida, o cargar a un niño populísticamente, no nos dice nada de quien es la persona, cuáles son sus verdaderas intenciones y menos su plan de trabajo para como todos dicen “transformar este país”. Aunque de muchos de ellos ya conocemos sus transformaciones de un partido a otro. Y de un negocio a otro.
Y según algunos opinan, ya somos parte de los nuevos Transformers, con tan variados personajes que hemos visto llegar y pasar por la Presidencia, desdiciendo del poco trabajo del anterior y haciendo menos.