Mario Alberto Carrera
Lo que la masa más reclama y espera sea acaso seguridad. Nada más angustiante para la muchedumbre que lo que no tiene explicación o lo que cada día se mueve de su sitio o no se repite inexorablemente.
Por eso para la masa resulta tan tranquilizadora la salida y la puesta de sol. Eso la hace pensar que en la naturaleza todo es orden y nada caos o casualidad. Se ve que ella bien poco conoce de la caótica conducta subatómica. Los protones son esquizofrénicos y la física cuántica nos sugiere ¿Qué el tiempo y el espacio no existen como los concebimos? ¿Cómo los hemos categorizado?
La masa reacciona violentamente entorno a tesis científicas como la llamada evolución y origen de las especies –demostrada exhaustivamente por Darwin- y que hoy ya nadie sensato discute en contra. (Chardin a pesar de ser jesuita era sensato…). La masa prefiere la explicación religiosa del Génesis donde algo muy armonioso y luminoso es el origen de todo y que, además, le explica hermosamente las raíces del hombre como prodigio del barro humano. Barro, pero perfeccionado por el soplo de Dios. Ante el Génesis bíblico lo de Darwin viene resultando muy escabroso y caótico. Son preferibles –a ojos de la masa- las manos de Jehová a las de nuestros ancestros antropoides.
Y frente a la muerte las multitudes ciegas se estrellan de plano. Desde tiempos de Matusalén o Mari Castaña. Así lo entendieron brujos y zahoríes y sacerdotes que intentaron tranquilizarla dándole todas las esperanzas del universo. La más excelsa: la estelar. Metiéndole en la cabeza una desorbitada expectativa de eternidad que calma acariciadora la desesperación.
La masa es opuesta a la desesperación. Es sitio supremo –para el hombre anti masa- la angustia. No todos los humanos están llamados y dispuestos a la desesperación. Solo los que vinieron al mundo blindados de un poder que se enfrenta a todos los límites, esto es, al conocimiento de que venimos a la tierra y que después del entierro no queda otra estancia sino el concreto del sepulcro duro.
Por eso las religiones y el cristianismo tienen su permanencia garantizada. Ellos sí que serán eternos porque eterno es el terror al más allá. La venta de bulas sigue vigente sólo que con otro estilo. Un estilo menos brutal y contundente y más callado, pero con las mismas amenazas disimuladas. La amenaza de morir sin haber obtenido un lugar en el cielo eterno.
Pero para qué quieren la eternidad me pregunto. ¿No ha sido suficiente dolor el terreno como para desear más? Porque también existe el infierno. Lo que pasa es que el hombre-masa olvida casi de inmediato. La masa padece –toda- de amnesia y echa a un lado la mansión infernal. Es como las mujeres que dicen que el dolor del parto es infinito y a la vuelta de la esquina –es decir sin dejar pasar la primera ocasión- están engendrando otra criatura. Además -el hombre sediento siempre de nuevos placeres- cree que en la gloria los obtendrá en cuantía sin fin y lo único que se nos ofrece ¡aquí!, es la eterna visión de Dios que -con los días y los meses- producirá fastidio. Y no debe haber cosa más terrible que el angustioso fastidio del Señor.
Todos tenemos hambre de inmortalidad. Pero hay que decir de qué suerte. Unamuno proclama el hambre de eternidad, mas en la tierra. Una inmortalidad figurada, como si fuera licencia poética. No queremos ser olvidados. Por eso francamente no quisiéramos morir. Nos horroriza la idea. A Crédulos e incrédulos por igual pero los últimos asimilamos mejor la cancelación total que significa la muerte. La diferencia acaso está en que la masa mira su inmortalidad en el camino de los sueños y la alucinación compartida (de que hablaba Freud) y el individuo desajustado en cambio la ve, si acaso, en la creación de su propia obra que, en rigor, tampoco es garante de eternidad ¿Quién se acuerda del Premio Nobel español José Espronceda, a no ser de su Canción del Pirata? O del P. Jerónimo Feijoo. Pocos o nadie. Y en su día todo el mundo los proclamó inmortales.
La vida de la masa está estructurada por convenciones, ritos y mitos que le dan el magnífico entorno de su aparente seguridad celeste. La masa cree vivir de realidades, cuando de lo que en verdad vive es de puros sueños y resistentes esperanzas. Pero no se da cuenta y eso es lo único que en su contexto importa: su propia inconciencia.
La masa adora lo hipnótico y la anestesia. Es por ello que, según informan los diarios y las redes, medio mundo es alcohólico y el otro medio va tras la cocaína tan elogiada y empleada por Freud. La sociedad ha producido inyecciones-masivas por medio de las que la humanidad-masa pasa del nacimiento a la muerte sin darse mayor cuenta y sin espabilar. Calderón tenía más que razón: la vida es sueño aunque la muerte no sea un despertar.
Los brujos, los quirománticos, los astrólogos, los eclesiásticos dan a la masa la fantasía de que el futuro es controlable mediante la divinidad. Una de las cosas que más angustia es que jamás puede saber uno lo que ocurrirá mañana o si morirá dentro de cinco minutos. Gran papel el que toca a los brujos porque –aunque mientan- pueden ofrecer a la masa el beso del Leteo que tranquiliza, que atonta.
De sueño en sueño, de copa en copa, de inhalación en inhalación la masa deja ir su existencia. No se da cuenta de que vive ni de cómo es la vida. A veces pienso que en virtud de su levadura soñadora el mejor legado que puedo haber recibido el hombre -en los últimos tiempos- es el circo de la televisión y el titiritismo de las redes sociales que instalan un foco de entretención en medio del salón oscuro de su misterio y de su ignorancia. La televisión y las redes sociales no le permitirán sentir la llaga ni la llamarada en caso de que opte por dejar de creer en los brujos y en los clérigos.
Acaso la muchedumbre más basta y ruda prefiera seguir creyendo (para cobrar ella importancia) que el Sol gira alrededor de la Tierra y que ella es el centro del universo; y que el hombre es imposible que haya llegado a la luna, que todo fue un montaje. Con lo del cielo y la eternidad: lindo sueño, lindo lexotan, linda y hermosa benzodiacepina eterna.