Jorge Santos

Analizar los eventos políticos recientes en el país, no es un tema sencillo, particularmente en cuanto al comportamiento en las urnas del pasado domingo. Uno de los discursos que pretenden dar explicación a estos eventos, se centra en que triunfó la «antipolítica» y con ello el castigo a la militarización, la impunidad, la corrupción y exclusión. Si esto resulta cierto, estamos muy lejos de alcanzar el objetivo de transformación social, económica, política y cultural que requerimos.

Si entendemos que la política es la ciencia de la gobernación de un Estado o nación, y también un arte de negociación para conciliar intereses, lo antipolítico sería la deconstrucción de ese espacio donde se construye y ejerce el poder. Sin embargo, debemos de entender la antipolítica como la erosión del elemento central de la política, frente a un discurso tecnocrático-gerencial y/o un discurso liberal y republicano que tienden a eliminar a lo político en su doble dimensión de aceptación del conflicto, la alteridad y las relaciones desiguales de poder y de aceptación del antagonismo o contradicción constitutivo de visiones. El resultado de este proceso es un deterioro de lo político, que termina por promover un declive general de la práctica política, tal y como ha sido nuestra realidad desde décadas atrás. (Hernan Fair, 2012).

Es necesario precisar que, este proceso de construcción de la antipolítica cuenta con mecanismos y acciones impulsadas fundamentalmente desde las elites que subsisten del estado actual de cosas, es decir, se generan acciones que defiendan por ejemplo, el modelo clientelar y corrupto que hoy nos esforzamos en erradicar. A este proceso Noam Chomsky lo ha definido y teorizado como las diez estrategias de la manipulación mediática y que en definitiva construyen sociedades complacientes o inactivas en el peor de los casos, y en otros sociedades que como las nuestras están a un paso de alcanzar transformaciones necesarias, pero que frente al inmediatismo o la irreflexión modifican, pero no transforman nada.

Previo al 6 de septiembre, día de las elecciones, se construyó un escenario político y mediático que culmina en decisiones que aparentaran dar salida a la crisis, pero que en la realidad constituirán el retorno de los mismos actores que han hecho de su cotidianidad la impunidad y la corrupción. Este escenario construido alrededor del miedo, la distracción de lo relevante y el estímulo a ser complaciente con la mediocridad, dieron como resultado que un candidato representativo de la antipolítica encabece el voto de cara a la segunda vuelta electoral.

Esta imagen falaz del no político, del «nuevo», del no manchado por la política, que está revestido de un discurso fácil y sin antagonismo frente a nada, producto efectivamente de estar vaciado de contenido, lo representa Jimmy Morales y el FCN-Nación, que será tan sola la fachada para que de nuevo los militares, la elite económica y política recuperen el aliento y mantengan su inquebrantable modelo clientelar y corrupto que les ha beneficiado.

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