Dennis Orlando Escobar Galicia
A mediados de los setenta del siglo pasado, existió, -en la novena avenida, 8-53 de la zona 1, Ciudad de Guatemala- una singular venta de libros llamada Librería Ideas. Estaba situada en un pequeño zaguán de un derruido edificio y solo contenía un pequeño mostrador como de dos metros de largo; detrás de éste estaba el propietario, un cuarentón de pequeña estatura y rostro aindiado que nunca paraba de desempolvar los libros y guardarlos en bolsas de plástico transparente. El hombrecillo de pocas palabras y a veces tosco se identificaba con el nombre de Miguel Ángel Ordoñez (nada que ver con el locutor del noticiero deportivo de la época). Afirmaba ser oriundo de El Salvador y nada más. Era de tan pocas palabras que ni siquiera se le podía regatear el precio de las obras. Curiosamente el sello que colocaba en las primeras páginas de los libros decía, después del nombre de la librería y dirección: Le esperamos para recibirle con altos honores.
Todos los días, con excepción del domingo y uno que otro día festivo, el propietario, desde las ocho de la mañana, abría el local poniendo una pequeña vitrina en el lado izquierdo y otra en el lado derecho del ingreso. En esos pequeños aparadores el transeúnte percibía portadas de libros que en otras librerías no se vendían: El capital, Karl Marx; La madre, Máximo Gorki; Economía Política, P. Nikitín; Manual de filosofía, Víctor Afanasiev; Así se templó el acero, Nikolai Ostrovski; El origen de la vida, Alexander Oparín; El origen de las especies, Charles Darwin … A las doce en punto la librería era cerrada y reabierta a las catorce horas para ser nuevamente cerrada a las dieciocho horas. Toda esta rutina funcionaba como cronómetro.
Por esos años yo cursaba el último año de magisterio en la ENCV –¡la gloriosa! – y ya me había nacido el gusanito de la lectura, empero a pesar de que se me iban los ojos cuando veía las portadas de los libros no entraba a la librería porque a esa edad tan solo llevaba en mis bolsillos el dinero de la camioneta. ¡Unas pequeñas y escasas fichitas de cinco centavos! Cuando se aproximaba la fecha de graduación y las sugerencias literarias se me iban acumulando en el cerebro, así como también las monedas en los bolsillos, tuve por fin la dicha de empezar a comprar algunos títulos vendidos en la Ideas, el primero de ellos fue La madre, obra que magnificaban los maestros y que gustosamente aprobaban normalistas –hombres y mujeres- de diferentes establecimientos de la época.
En 1978, al ingresar a la Usac, la bibliografía de los cursos y mi gusto por la lectura me obligaron a ser recurrente comprador de libros en la Ideas. Además para ese entonces ya trabajaba por lo que me empezaron a caer los “quetzalitos” y poder utilizarlos en los requerimientos estudiantiles y otros placeres. Fue así como empecé a atesorar libros, muchos de ellos comprados en el 8-53 de la novena avenida.
Mi asiduidad en Librería Ideas rompió el hielo con el propietario, al punto que cuando no encontraba algún título don Mike veía la manera de conseguírmelo aunque fuera fotocopiado. La venta de fotocopias -de las primeras- fue otra característica de tan peculiar librería. También recuerdo que el propietario conseguía algunos ejemplares de revistas sobre la realidad guatemalteca y que se editaban en México: Otra Guatemala, por ejemplo. Así como ejemplares de la revista Sputnik (la Reader´s Digest de la URSS), publicación que algunos dogmáticos recalcitrantes rechazaron y hasta dijeron que era editada por el imperialismo norteamericano para desinformar al mundo.
En mi recurrencia a la librería fui conociendo destacados intelectuales, tanto nacionales como extranjeros, que acudían en busca de algún libro; con algunos sostuve fructíferas pláticas que me aportaban valiosos conocimientos, muchas veces mejores que los recibidos en la universidad. Recuerdo a Luis Alfredo Arango, Roberto Paz y Paz, Julio Fausto Aguilera, José Francisco López, Carlos René García, la chilena Alba Azoca…
La Ideas se convirtió –debido a la época represiva que vivía Guatemala- en un lugar fuera de lo común, al extremo que empezaron a surgir una serie de murmuraciones. Unos decían que era un señuelo de las fuerzas represivas para atrapar a quienes leían literatura prohibida; otros que la mayoría de los libros eran ediciones falsas. Hasta hubo un profesor del curso de Ciencia Política que aseguraba que en esa librería había cámaras.
No obstante los decires sobre la librería y lo peligroso que era en esa época la adquisición de cierta literatura, empecé a estrechar amistad con don Miguel; en más de alguna ocasión, al cerrar el local, continuábamos plática en alguna de las cafeterías de la zona 1. Una vez me contó que no había abierto la librería durante una semana porque había sido citado de la Aduana Central. Estando en dicho lugar fue llevado a una oficina y un funcionario vestido de militar le había dicho que dos cajas de libros que estaban a su nombre, llegadas desde México, las iban a decomisar por contener libros subversivos. Me dijo que él no se había amilanado y qué de tanto insistir en que no estaba cometiendo ningún delito, finalmente el funcionario le había expresado que solo confiscaría los libros La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset por ser de tema subversivo y únicamente le entregaría los de El capital, de Karl Marx, por tratarse de un libro sobre el dinero y las maravillas del capitalismo. ¡Vaya paradoja!
Con el tiempo la rutina de don Mike de limpiar meticulosamente los libros empezó a bajar, en virtud de que empezó a padecer de la enfermedad de Parkinson. Mis llegadas a la Ideas fueron menos frecuentes en la medida que la enfermedad del librero se incrementó. A decir verdad uno se sentía impotente al ver a don Mike sacando del mostrador el libro que uno requería. Pese a ser tan reservado en una ocasión me había dicho que tan solo vivía con una hermana de casi su misma edad, y que ninguno de los dos tenía descendientes ni demás familia
Fue como a inicios del dos mil cuando finalmente la Ideas nunca más fue abierta, seguramente don Miguel Ángel había fallecido. Curiosamente en esos días tomaba auge la era del internet y demás recursos virtuales, donde las nuevas generaciones podrían tener acceso a un mar de literatura sin mayor restricción. No obstante el desarrollo tecnológico, existimos muchos amantes de la lectura que tomamos de nuestras libreras textos apreciados para solazarnos y gozar de la lectura impresa, muchos de estos con el inconfundible sello de Librería Ideas.