Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Fernández Molina

En un día como hoy, 25 de abril, del año 1667, el Hermano Pedro dio el paso a la eternidad. Tenía 41 años y había vivido 16 en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala. En la novela histórica “La Casa de Belén” se transcribe una carta que apareció recientemente en unos archivos polvorientos en Vilaflor. Usando la imaginación podemos reconstruir los momentos en que el joven Pedro tomó la decisión de embarcarse a Las Indias:

“Santa Cruz de Tenerife. A los 17 días del mes de septiembre del año un mil quinientos cuarenta y nueve de Nuestro Señor.
 
Mis amadísimos padres, a pocos pasos del embarcadero de Santa Cruz os escribo con una congoja que me estruja el alma. Soy ya un hombre crecido, de veintitrés años, que busco afanosamente el sentido profundo por el que Dios me creó. Voy siguiendo la luz que habría de guiar mi camino, por eso, en días recientes he decidido tomar el camino que de súbito me llevará a las tierras nuevas. Prefiero dar ahora este paso pues, salvo mi incondicional amor filial, no tengo ninguna atadura ni compromiso en esta isla. No niego las virtudes y buena presencia de Constanza, pero no creo que colme mis aspiraciones la vida marital que es una decisión muy solemne.  

Vine a esta ciudad en procura del consejo de fray Luis o de otras personas sabias. Lamentablemente no lo encontré, dicen que a pesar de su prolongada edad regresó a Las Indias hace tres años y desde entonces no se ha sabido nada de él.  

Hace cinco noches no podía dormir. En mi vigilia temblaba y sentí una especie de fiebre muy alta que me hizo sudar por todo el cuerpo, pero no por el mucho calor que hay en este puerto. Temí que me volvía a afectar la enfermedad que a los doce años me dejó paralizado por muchas semanas. ¡Vaya susto! Superada la angustia me puse a rezar y pedirle a Dios su protección y guía. Pasaba las tardes en los muelles cerca de los que, hace tres días, me encontré con un señor de edad oriundo de Aragón. Conversamos mucho y se enteró de mis inquietudes. Me dijo que en ese momento no había barcos pero que en pocos días llegaría una flota. Sin conocerme, el dicho personaje me indició que tenía un lugar reservado en una de las naves y que me fuera preparando para el viaje. Agregó que él siempre tuvo la intención de irse a Las Indias pero una inesperada enfermedad lo estaba afectando causándole fuertes dolencias y en el momento preciso en que se había decidido a hacer el viaje; me dijo que pronto moriría y me pidió que en su lugar fuera yo. Le dije que no tenía para pagar el pasaje y él me obsequió unas monedas que había ahorrado para ese viaje que ya nunca haría. Suficientes dijo, para pagar mi transporte y comprar algunas vituallas y efectos personales. No los quise recibir pero me insistió diciendo que era la forma de que él completaría su misión. Me recomendó que, en La Habana buscara un quehacer para mi sostenimiento y que me dejara llevar por los mensajes arcanos. Le dije asimismo que no llevaba mis objetos personales conmigo ni mi ropa; me aconsejó que no mirara atrás del arado, que dejara todo eso atrás que una nueva vida tenía por enfrente, que, además solo podía cargar con un hato donde no cabía más que los pocos enseres personales.   

No sé por qué, queridos padres, sentía yo que ese anciano, Mateo de nombre, igual que mi querido hermano mayor, hablaba con propiedad y con conocimiento de una verdad que estaba más allá de mi entendimiento. No lo pensé mucho y acepté el ofrecimiento del misterioso individuo. Dios lo bendiga siempre.  

Lo siento por Constanza y espero encuentre a un varón digno de ella. Y a vosotros mis amadísimos padres os pido vuestra comprensión y vuestro perdón pero, sobre todo, vuestra bendición. Voy de viaje siguiendo un llamado que no puedo desatender. Intuyo que allá me están esperando en algún lugar de Las Indias.  

No sé mucho sobre las tierras nuevas pero todos cuanto me informan dicen que son muy dilatadas, más más grandes que los reinos de la península juntos. No sé si algún día podré localizar a Fray Luis, si es que vive, o a mi hermano Mateo y espero poder daros razón de su bienestar para así quitaros la pena que lleváis desde que se fue y por todo el tiempo que de él no se tiene noticia. Mas yo no quiero ser otra congoja para vosotros, sabed que me voy porque sigo una ruta que me traza un impulso que no puedo contener. No vais a perder un hijo, voy a regresar con un tesoro invaluable que pondré en vuestras manos, aunque no sea en esta vida.  

Voy descubriendo la fuerza del amor en toda su dimensión. No me refiero al amor fraternal, ni al amor que puede surgir en una pareja. Me estoy enfocando en el amor infinito de Dios. Un sentimiento que abraza y arrastra a quienes lo han podido sentir. Entre ellos Yo, queridos padres. Me siento bendecido y escogido. Por lo mismo debo seguir el trayecto que esa luz me va indicando, debo escuchar los mensajes que esa providencial voz me va susurrando cerca de los oídos de mi alma.   

Envío por vuestro medio un abrazo a Pablo, que vive en Orotova y a mis hermanas en Garachico, a Catalina y su esposo y a Lucía que está al servicio de la Divina Majestad. Y ustedes reciban padres míos mi amor incondicional y espero vuestra bendición permanente.  

Vuestro hijo,
Pedro” 

Artículo anteriorEn memoria del fotógrafo de prensa Roberto Martínez
Artículo siguienteEl futuro de la educación