Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Durante toda la campaña para la primera vuelta, la candidata Sandra Torres adoptó un tono conciliador con aquellos sectores empresariales que tanto la adversaron cuando ejerció todo el poder durante la presidencia formal de su exmarido, Álvaro Colom, y en cada entrevista que le hicieron insistió en que ella no fue esa dama de hierro que controlaba al Ejecutivo, afirmando mansamente que ella se limitó a dirigir los programas sociales sin interferir para nada en las decisiones de mayor trascendencia y, menos dijo, darle órdenes a los ministros de Estado no obstante que al menos dos Ministros de Finanzas salieron del Gabinete acosados por quien era primera dama.

Ayer, sin embargo, cuando ofreció su primera conferencia de prensa antes de entrar a la segunda vuelta, afirmó que su principal mérito y cualidad es la experiencia y el profundo conocimiento de los asuntos de Estado, dejando atrás los días en que se mostraba como una sumisa esposa limitada a realizar programas sociales desde el ámbito de la Primera Dama. Ayer se vio a la política que puso a Rafael Espada en la más incómoda posición en que pueda encontrarse un Vicepresidente, no digamos la incómoda posición en que mantuvo a su marido cuyo papel ha sido seguramente el más irrelevante de todos los que han ocupado la Presidencia de la República, al menos hasta el día en que se produjo el conveniente divorcio.

Si la señora Torres no tuvo el papel hegemónico que se le atribuyó siempre en el gobierno de su pobre marido, no puede hablar de la experiencia profunda en los asuntos de Estado que ahora afirma tener. Y si tiene, en efecto, esa experiencia, engañó a mucha gente en varias entrevistas en las que se lavó las manos cada vez que le preguntaban sobre las decisiones importantes del gobierno de la UNE, diciendo que sobre eso había que preguntarle a Colom porque era él quien mandaba.

Fue como cuando en el debate en que participó junto a Lizardo Sosa, Zury Ríos, Roberto González y Jimmy Morales, cada vez que la retaban en algo o la señalaban directamente, siempre respondió que ella no entraría en el juego de ataques personales. Pero nunca vaciló cuando se le presentaba la oportunidad de atacar directamente a alguien, especialmente al ausente Manuel Baldizón a quien agarró como tambor de jubileo.

Indudablemente hace falta gente con experiencia para gobernar, pero hay que hacer distinciones sobre el tipo de experiencias porque de todo hay en la viña del Señor. Y cuando está documentada una mala experiencia, a lo mejor es preferible aventurarse por aquello de que a veces es mejor lo nuevo por conocer que lo viejo conocido.

Pero lo importante es que se establezca con propiedad cuál es la experiencia de cada quien, y eso sólo es posible si se explica con propiedad el papel que se ha jugado, sin evadir responsabilidades ni de lo bueno ni de lo malo que pudo ocurrir. Veremos si en el curso de esta segunda etapa de campaña queda claro quién mandó en el gobierno de Colom.

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