En Estados Unidos el fin de semana se convirtió en noticia, difundida en casi todos los medios la decisión que tomaron los directivos de la Conferencia del Sur del beisbol universitario al suspender indefinidamente a un árbitro (Umpire) tras analizar la forma en que actuó, caprichosamente, luego de que el bateador le reclamó por cantar como buena una bola que, evidentemente, pasó lejos del plato. Al siguiente lanzamiento, que fue aún peor que el que había generado la protesta y que había colocado al bateador en cuenta de dos strikes, Reggie Drummer volvió a cantar otro strike con el que puso fin al juego e hizo perder al equipo que bateaba.
La indignación de todos los presentes en el encuentro entre la Universidad del Valle de Mississippi y la de Nueva Orleans fue absoluta y la reacción de los dirigentes de la Conferencia de esa región fue prácticamente inmediata. Los árbitros de todos los deportes son una especie de jueces que están allí para aplicar las normas, en este caso el reglamento, igual que los jueces y magistrados están para aplicar la ley pero, en este caso al menos, se produjo la fiscalización correcta y se sancionó a quien, con desparpajo y abuso, usó su poder para vengarse de los reclamos, justificados, del bateador.
En el mundo entero el papel de los árbitros es objeto no solo de escrutinio, sino de severas críticas que les formulan aficionados que sienten que no están cumpliendo con su deber de administrar justicia, con ética y apego a lo que dicen las reglas, pero en la mayoría de casos sus decisiones quedan firmes porque gozan del respaldo de sus superiores. Estamos viendo el escándalo que hay en España con los pagos que el Barcelona hizo a quien era Vicepresidente del comité de árbitros y, sin la menor sombra de duda se puede decir que los vicios están demasiado generalizados.
Y si el asunto es grave en el deporte, reflexionemos un momento en lo que ocurre con un país cuyo sistema de justicia está lleno de árbitros que, como Reggie Drummer, hacen aplicación antojadiza de la ley y se burlan de ella con fallos ridículos, pero con la certeza de que si hay una Sala de Apelaciones que debe conocer el caso, será avalada su decisión y lo mismo harán todas las instancias hasta llegar a la misma Corte Suprema o Corte de Constitucionalidad, según sea el caso de cada país.
Un juez que absuelve a un culpable con la misma tranquilidad que condena a un inocente, cosas que se hacen de manera sistemática, debiera ser suspendido o enviado él mismo a juicio por abusar de su poder para retorcer la ley. Actualmente, en nuestro país la tendencia judicial está en que los casos que se abrieron en la etapa de la llamada lucha contra la corrupción se cierran con la misma velocidad que se abren otros contra quienes fueron parte de esa lucha. Y lo hacen de manera tan burda como ese árbitro que cantó como buenas dos pelotas que pasaron muy lejos del plato. Lamentablemente, aquí no hay una “conferencia” superior que castigue ese manoseo de las leyes o de los reglamentos.